En Monteverde
hicimos una excursión por el bosque tropical nuboso, guiados por Sergio, que
nos dio interesantes explicaciones. El bosque era más oscuro por la gran
densidad de plantas y vegetación, y más frío y húmedo. Formaba lo que llamaban “canopy”,
palabra de procedencia latina, que podía traducirse como dosel o bóveda vegetal,
que se cerraba sobre nosotros.
Fuimos caminando
por pasarelas metálicas pintadas de verde, y atravesamos varios puentes
colgantes a unos 25m de distancia del suelo. Eso nos permitía contemplar
mejor los árboles, sus copas, troncos y raíces aéreas. Había muchos hongos,
musgos y líquenes (la simbiosis entre algas y hongos). Vimos el esqueleto
de varias hojas, de las que solo quedaba el entramado seco, comidas por los
hongos.
Vimos el aguacatillo,
el árbol del aguacate, que podía vivir hasta 300 años. Los más comunes eran
los árboles llamados María por su flor blanca, o “lengua de vaca” por la
forma de sus hojas. También había altos y gruesos cedros, de unos 45m de
alto y madera rojiza. El bejuco de agua era un tipo de liana que tardaba 60
años en crecer, y el árbol que llaman estrangulador o matapalo. Resaltaban
algunas flores de colores, llamativas entre el verdor.
Había muchas
plantas epífitas, que crecían sobre otras plantas o árboles. El nombre también
provenía del latín: “epi” (sobre) y “fita” (planta). Sergio nos explicó la
diferencia entre el bosque primario, que no había sido alterado en su
equilibrio y era más oscuro y denso, y el bosque secundario, que había
sido quemado o alterado. Nos mostró zonas de ambos.
Aquel era el hábitat
del mítico quetzal, un ave que se dejaba ver poco. Vimos nidos en la
hojarasca y otras aves y una pava grande sobre una rama. En el hueco de un
árbol hurgó con un palo y salió una tarántula peluda a ver quien la
molestaba. Las tarántulas ponían 200 huevos. Las hembras eran más grandes y vivían
15 años, y los machos vivían 5 o 7 años. Nos dijeron que su picadura no era
venenosa y mortal, solo era irritante. Fue una excursión interesante y
didáctica.
Hicimos otra
excursión nocturna. Íbamos en fila, con linterna, y nos parábamos cuando oíamos
algún ruido de la hojarasca o una rama crujiendo. Lo primero que vimos fue una mariposa
morpho de color azul cielo, endémica de Costa Rica. Con su revoloteo
parecía darnos la bienvenida. En seguida encontramos un perezoso en las
ramas altas de un árbol. Dormían entre dieciocho y veinte horas, como los
koalas australianos, y su periodo activo era nocturno. Eran animales de rutinas
cíclicas y si se les encontraba en un árbol era probable que volvieran a él.
Tuvimos la suerte
de encontrar un armadillo medio oculto bajo un tronco. Tenía el lomo
listado y el hocico alargado. Posó para nosotros de espalda, de perfil y de
frente. También encontramos una zarigüeya o zorro en las ramas altas, de
la que vimos sus ojos amarillos. Vimos el insecto-palo parado en la
parte de atrás de una hoja, y un insecto muy curioso llamado carbunco,
que tenía dos luces anaranjadas como si fueran ojos. Como sonido de fondo
teníamos el canto de miles de grillos y otros insectos. Cuando apagamos las
linternas vimos las luciérnagas voladoras, y las estrellas del firmamento
se distinguían con un brillo intenso.