domingo, 4 de febrero de 2018
EL PUEBLO ANTIGUO DE AL HAMRA
jueves, 17 de agosto de 2017
LAMBARÉNÉ
La pequeña población de Lambaréné en Gabón, estaba en una isla en medio del río Ougué. La formaban tres partes diferenciadas: la isla central Ile Lambaréné, la orilla izquierda (Rive Gauche) y la orilla derecha (Rive Droite). Estaban unidas por dos grandes puentes y conectadas con piraguas que hacían el trayecto. Las orillas del río Ougué tenían una vegetación selvática. Eran auténticos muros de verdor, un denso entramado de árboles con los troncos envueltos en verde hojarasca.
En la Rive Gauche estaba el Hospital Albert Schweitzer’s, dedicado a la investigación de la malaria y la tuberculosis. Fue fundado por el médico suizo en 1913, y trabajó en él hasta su fallecimiento en 1965. Era una figura querida y respetada en Gabón, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1952. El hospital era un gran recinto junto al río con numerosos pabellones de madera blanca entre jardines. Estaba diseñado como un pequeño pueblo, donde las familias de los enfermos se instalaban en aquella época, y convivían incluso meses. Algunos pagaban la estancia con trabajos de mantenimiento, cocina, ayuda a los pacientes, jardinería o cualquier tipo de colaboración,
El pabellón del Museo
mostraba fotos antiguas del doctor Schweitzer con sus enfermeras, pacientes y ayudantes
en diferentes épocas. También durante la construcción y mejoras del hospital.
Su habitación tenía un piano y estaba repleta de libros, microscopios, un
escritorio en el que había una Biblia (él era protestante), varias fundas de
gafas y objetos cotidianos. Se conservaba el antiguo hospital con la sala de
examen con camilla, de radiología, de partos, nursery con cunas, el quirófano y
la farmacia con sus botes de cristal.
Era un lugar
histórico y con encanto. Nos alojamos en las habitaciones del recinto, coquetas
y económicas, por solo 20 euros. Eran de estilo colonial con cama con dosel y
mosquitera, butacones con cojines, ventilador, suelos de madera oscura y
paredes de tablones blancos, con porche. Un tranquilo rincón en medio de la selva
que transmitía paz.
Hicimos una excursión
en piragua durante cinco horas. De vez en cuando asomaba el tejadillo de alguna
cabaña y nos cruzábamos con alguna piragua de remo o de motor, cargada con
sacos y mercancías. Fuimos a una misión protestante semi abandonada,
donde todavía vivían treinta personas. Quedaban las casas de ladrillo ocre, de
buena construcción y en buen estado. Conocimos a varias mujeres de la familia
Pasteur. La zona estaba ajardinada y era un recinto muy agradable. Lo que daba
pena era la escuela y el hospital, abandonados desde que murió el último
misionero que se ocupaba de la misión. La escuela conservaba los pupitres y las
pizarras con escritos de tiza. La Iglesia de la misión estaba en perfecto
estado, pero el hospital estaba completamente vacío, y aunque la estructura
estaba bien, algunos pájaros habían construido nidos en las habitaciones.
Tras visitar la
misión fuimos a una zona del río donde estaban los hipopótamos. Oímos
sus resoplidos y vimos como expulsaban el agua como un surtidor. Asomaban los
ojos y las orejas rosadas sobre la superficie del agua, y sacaban la cabeza en
breves momentos. Navegamos por el Lago Onagwe, donde el río se abría y
contemplamos una enorme superficie de agua. Nuestra barca era diminuta en
aquella inmensidad.
lunes, 4 de abril de 2016
SANTIAGO Y LAS TROVAS
La ciudad de Santiago estaba situada entre la Sierra Maestra y el mar Caribe, en la montañosa región cubana del Oriente, la provincia más caribeña de todas. Tenía influencias de Haití, Jamaica, Barbados y África. Fue núcleo de la colonia española entre s.XVI y XVII, y durante un periodo fue capital hasta que la sustituyó La Habana en 1607.
El Castillo San Pedro de la Roca del Morro, abreviado Castillo del Morro, se levantaba imponente ante las azules aguas del mar Caribe. Se construyó para proteger la ciudad de los ataques de los piratas. Su construcción tardó 70 años y finalizó en 1700. Los muros eran altísimos. Cruzamos el puente sobre el foso y entramos en sus dependencias convertidas en Museo de la Piratería
Algunas salas habían sido cárceles de revolucionarios. Otras salas estaban dedicadas a las armas y a la batalla naval con los americanos, cuando los españoles perdieron Cuba en 1898. Muy interesante.
En la Plaza de la Catedral estaba la Casa de Diego Velázquez, la más antigua de Cuba, del s.XVI. Su fachada era de estilo andaluz con celosías de madera oscura, balcones y un gran portalón. Fue residencia del Primer Gobernador de la isla. Conservaba el mobiliario antiguo con arcones, escritorios y armarios. Tenía una bonita cocina con ánforas y tinajas para las limonadas que preparaban. Los patios interiores también eran bonitos, con un pozo y plantas.
La Catedral
había sido dañada y destruida por los piratas y terremotos. La actual se
completó en 1922. Tenía dos torres neoclásicas, el exterior estaba pintado de
blanco y azul, con murales en los arcos interiores.
Frente a la Catedral estaba el hotel histórico Casa Grande. En él se alojó Graham Greene en la década de 1950, en una misión clandestina para entrevistar a Fidel Castro. Era un edificio blanco con grandes arcos y toldos, con vistas a la plaza.
Los edificios coloniales estaban pintados de colores pastel y tenían porches. Por las calles se veían calesas tiradas por caballos.
Visitamos el Museo Bacardí de imponente fachada
con frontispicio triangular y altas columnas. Tenía varias plantas dedicadas a
la pintura, la historia y la antropología. Bacardí fue alcalde de Santiago, se
exhibían sus objetos personales (espejuelos, cartera, cartas manuscritas,
libros…). La planta de historia estaba dedicada a la época en la que Fidel
entró en la ciudad procedente de Sierra Maestra y proclamó el éxito de la
Revolución. Había objetos personales de los revolucionarios, su biografía y sus
frases más conocidas, con un vídeo con imágenes de la época.
La planta dedicada a la Antropología exhibía objetos de los indios precolombinos, una cabeza reducida de los shuar (explicando el proceso para reducirla) y varias momias, una de ellas traída por Bacardí y su esposa. Todo muy entretenido e interesante.
Paseamos por la
calle Enramadas, y por el Parque Alameda. Luego fuimos al barrio
Tívoli, el antiguo barrio francés, el asentamiento de los antiguos colonos
que llegaron procedentes de Haití a finales del s. XVII y principios del s.
XIX. Estaba en una colina y las casas eran sencillas, de planta baja.
Vimos la casa donde vivió Fidel, el número 6 de una casa amarilla con porche. Fidel vino a los 8 años a vivir allí con su tía que era maestra, y estudió interno en el colegio La Salle de los Jesuitas, que se veía a lo lejos. Frente a la casa estaba el Museo de la Lucha Clandestina, dedicado a la lucha clandestina contra Batista.
Seguimos paseando por el Tívoli hasta llegar al Balcón de Velázquez, un mirador con vistas del barrio.
Santiago fue cuna
de casi todos los géneros musicales cubanos surgidos en sus calles, desde la
salsa hasta el son. En la calle Heredia había varios locales de trova, la
música cubana con letras poéticas, que surgió después de la revolución. Decían
que la calle era una de las más pintorescas y vibrantes, como Nueva Orleans en
la época de auge jazzístico. La música estaba presente en toda la ciudad, en muchos locales y en los pequeños restaurantes. Uno de los lugares más emblemáticos era la Casa de la Trova, donde
escuchamos música en directo. Era un grupo de seis cubanos con tres
guitarras, un bajo, un tambor y el vocalista principal con maracas.
El local estaba repleto de fotos de cantantes y grupos por las paredes, muy abigarrado. Los grandes ventanales con rejas estaban abiertos a la calle y la gente se paraba a escuchar. Algunos espectadores cubanos se animaron a bailar, moviendo hombros, cintura y cadera, en una demostración de ritmo imposible de superar. Todo un espectáculo para gozar.
lunes, 11 de agosto de 2014
RAUMA SUS CASAS DE MADERA
Desde Turku cogimos un bus hasta Rauma, a 90km, a través de bosques de abetos. Rauma se fundó a mediados del s.XV, y era la tercera población más antigua de Finlandia. Su casco antiguo, con calles adoquinadas y casas tradicionales de madera con chimeneas, estaba considerado Patrimonio de la Humanidad.
Vimos la iglesia y llegamos a la Plaza
del Mercado y nos sentamos en la terracita del famoso Café Sali, el centro
de Rauma. Disfrutamos de la cerveza local contemplando el paso de los escasos transeúntes
y bicicletas.
Las casas estaban
pintadas de tonos azules, rosados, amarillos, ocres y granates. Eran de planta
baja y algunas tenían jardines. Tenían adornos de carpintería y marquesinas metálicas.
Las ventanas tenían visillos y estaban decoradas con conchas, objetos marinos, botellas
de colores, miniaturas de barcos y faros, y algunas colecciones particulares,
como una de despertadores antiguos.
Rauma era conocida también por su tradición en la confección de encaje de bolillos, y por su dialecto regional. En Finlandia tenían dos lenguas oficiales: el finés (suomi) y el sueco. Las cartas de los restaurantes y otros carteles estaban en ambos idiomas, y algunos añadían también el ruso y el inglés.
Había algunas casas
museo, pero estaban cerradas. Nos asomamos a las ventanas y pudimos ver habitaciones
con mobiliarios de madera, cunas, ruecas, encajes de bolillos, jofainas,
utensilios de cocina. Fue el museo más completo que vimos sin entrar.
Otro museo que sí
pudimos visitar fue el Museo del Teléfono. Estaba cerrado y un señor con
una carretilla arreglaba el jardín. Nos saludó y dijo que lo abría para
nosotros. Era el dueño, que llevaba coleccionando aparatos desde hacía medio siglo.
Tenía unos 200 teléfonos de todo tipo colgados en la pared: de madera, de
baquelita y militares, Tenía hasta una centralita de manivela y al accionarla
sonaban los teléfonos. Los había rusos, alemanes. Era una buena colección de
valor histórico. Interesante.