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jueves, 10 de septiembre de 2015

LA CIUDAD HISTÓRICA DE BAGERHAT


 





En Bangladesh hay una ciudad histórica musulmana, considerada Patrimonio de la Humanidad. Su nombre es Bagerhat. Fue fundada en el s. XV por el Khan Jahan Ali. Era un complejo con mezquitas, mausoleos y monumentos islámicos en un escenario de bellezas naturales, repleto de árboles tropicales, estanques y tres lagos: el Pacha, el Ekhtiarkha y el Buraka.

La más espectacular era la Mezquita Shait Gumbad, conocida como la Mezquita de los Sesenta Pilares. Estaba construida en terracota rojiza y su color resaltaba entre el verdor del entorno con palmeras. Tenía más de sesenta pilares y setenta y siete cúpulas que adornaban su parte superior. Un imán nos enseñó el interior con los pilares y los arcos de crucero que formaban, pintado de blanco y con suelo alfombrado o con esteras para los rezos.



Cogimos un rickshaw entre el alborozo de un grupo de niños, para llegar a la zona donde estaba la Mezquita de las Nueve Cúpulas. Era más grande, con una cúpula central y ocho pequeñas cúpulas alrededor. El mihrab, el altar que mira a la Meca ante el que rezaban estaba adornado con volutas y motivos florales.



 
 
Rodeamos un gran lago repleto de nenúfares con su flor lila abierta, y seguimos un sendero de piedra en una zona boscosa. Encontramos la Mezquita Chunakhola, más cuadrada y con un gran cúpula que se reflejaba en el agua verdosa de un estanque. Como era viernes había muchos hombres rezando en el interior, y sus sandalias se agrupaban ante la puerta de entrada.
 
Pasamos también por la tumba del Khan Jahan Ali, el fundador místico sufí musulmán, de origen turco. Nos gustaron las Mezquitas de terracota roja y de construcción original, y el precioso entorno repleto de árboles y palmeras que se reflejaban en los estanques con nenúfares en flor. Un lugar especial de Bangladesh.


 
 





© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

miércoles, 24 de abril de 2013

LA ISLA DE IBO

 




Desde Pemba una pequeña barca nos llevó hasta la isla de Ibo en un trayecto de hora y media. La isla de Ibo era la más grande del Archipiélago de las Quirimbas, al norte de Mozambique. Había sido un importante puerto comercial árabe cuando llegaron los portugueses en el s. XV, y a finales del s. XVIII se convirtió en un puerto crucial para la trata de esclavos. Afortunadamente eso formaba parte de su pasado; en la actualidad era una población tranquila y con encanto.

La isla tenía tres fuertes: Sao Joao Baptista con forma de estrella, Sao Antonio y Sao José. Una mezquita y una iglesia proporcionaban el alimento espiritual, aunque la mayoría eran musulmanes liberales.




Paseamos por sus bonitas calles de edificios de planta baja desgastados. Eran casas coloniales de piedra con porches sombreados. Algunas estaban restauradas, y otras estaban invadidas por las raíces de grandes árboles que entraban por las ventanas y crecían entre sus muros abandonados. Hicimos alguna foto en blanco y negro y parecían transportarnos más en el tiempo.




En el centro del pueblo varias mujeres bombeaban un pozo y llenaban sus recipientes de agua, un bien preciado. Proyectos de abastecimiento de agua como ese, financiados por España, se habían interrumpido al reducirse el presupuesto de Ayuda Oficial para el Desarrollo.

Una de esas mujeres jóvenes que bombeaba agua y la transportaba sobre su cabeza. tenía un peinado adornado con letras, y en el centro de su frente colgaba la letra "M", como un símbolo de Mozambique. Ella misma tal vez era, sin ser consciente de ello, un símbolo de la lucha por la supervivencia y de ese precioso país africano.

 

© Copyright 2013Nuria Millet Gallego

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA BLANCA ALEPO




¿Sabiais que el mítico tren Orient Express pasaba por Siria? Llegaba hasta Alepo, la llamada ciudad blanca. En el histórico hotel Barón se alojaron Lawrence de ArabiaAgatha  Christie y el aviador Lindsberg.  Tenía un aire antiguo y bastante decadente. Preferimos alojarnos en una callejuela del zoco de Alepo. El zoco tenía una cubierta en bóveda de piedra de dos tonalidades que parecían formar mosaicos. Era más estrecho y abigarrado que el de Damasco.
Al final del zoco estaba la Ciudadela, tras cruzar un puente de ocho arcos, el único punto de acceso. Subimos hasta un torreón desde donde se contemplaba la vista de la ciudad, repleta de Mezquitas con sus minaretes y cúpulas verdes que destacaban entre la piedra blanca y dorada.






En la Gran Mezquita tuve que ponerme otra vez la túnica islámica con capucha, que cubría todo el cuerpo. El suelo de mármol quemaba nuestros pies descalzos. El almiar tenía 47m. de altura y decían que estaba inclinado por un terremoto. No sé si sería por el calor, pero ni lo notamos.

Había salas de oración para hombres y para mujeres, pero como extranjera tuve el privilegio de entrar en las dos. Los hombres, sentados sobre alfombras, leían coranes apoyados en atriles. Los niños jugaban por allí, o rezaban obedientes con sus padres. En la sala femenina, algunas madres tenían a su bebé durmiendo sobre la alfombra del suelo.




Fue un contraste visitar el barrio de cristianos maronitas y armenios. Era un laberinto de estrechas calles construidas en la época otomana. En la Catedral Armenia de los Cuatro Mártires una placa de mármol rememoraba el genocidio armenio. En todos los lugares del mundo se encuentran homenajes y recordatorios de la crueldad humana, del dolor. Ningún país se salva.

En Alepo es famoso el jabón de aceite y laurel.  Pasamos junto a la fábrica y el olor llegaba hasta la calle.
Frente a la fábrica de jabones estaba el Bimaristán, el antiguo manicomio. Decían que era uno de los edificios más bellos de Alepo, del s. XIV. Tenía varios patios abovedados con fuentes centrales. El más pequeño estaba rodeado por once celdas donde se confinaba a los perturbados peligrosos, que se relajaban con el murmullo del agua del surtidor, según leímos. Los pasadizos interiores eran estrechos y oscuros, bastante tétrico. Funcionó como manicomio hasta el s. XX.

De Siria me llevé muchos recuerdos, el de los patios del Bimaristán y el olor a jabón de Alepo, entre otros.


© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego

martes, 6 de mayo de 2008

EL CHADOR SIRIO







Siria ocupa el lugar 97 entre los países del mundo en el índice de Desarrollo Humano. La religión mayoritaria es la musulmana, pero conviven con una minoría de cristianos maronitas y armenios.
El equipaje literario que llevamos fue “Viaje a la luz del Cham” de Rosa Regás, y “Entre árabes” de Colin Thubrand, libros que ayudan a acercarse a la realidad del país.

Las mujeres visten el chador negro. Algunas dejaban la cara al descubierto, y otras sólo una pequeña obertura para los ojos. Era un contraste ver los vestidos de novia de tul blanco vaporoso y los de fiesta de colores vivos y mucha pedrería. Las cristianas vestían con ropa occidental, marcando formas, y se maquillaban mucho la boca y los ojos.
En la Mezquita Omeya de Damasco y en la Gran Mezquita de Alepo, las viajeras se ven obligadas a vestir la túnica con capucha que oculta las formas corporales.





Los hombres tradicionales vestían túnicas blancas o chilabas y pañuelo palestino, a cuadros rojos y blancos, o turbantes blancos o el fez musulmán, pero predominaban los atuendos occidentales. En conjunto, había mucha variación en la indumentaria. La ventaja del chador es que permite pasar desapercibida, lo que siempre es bueno para observar sin llamar la atención.

Como la curiosidad es uno de los motores que mueven a esta viajera que escribe, no pude evitar preguntar a algunos hombres jóvenes su opinión sobre el velo. Un chico joven y moderno me contestó que para él su mujer era como el sol o la luna, muy valiosa, y por eso no quería que ningún otro hombre la viera. Ella sonreía a su lado.


Debo decir que, más allá de tópicos, el pueblo sirio es muy acogedor, siguiendo la tradición árabe, y recibe al viajero que muestra ganas de conocer y comprender, con curiosidad y calidez.




© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego

domingo, 1 de noviembre de 1998

EL SASTRE ETÍOPE



El explorador inglés Richard Burton fue el primer occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar fue y es una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me correspondía otro siglo.

En el mercado había toda una calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores. Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en desuso y desapareció. Mi abuela también.

 Cerca estaban las planchadoras, con antiguas y pesadas planchas de hierro.



La ciudad era origen de la comunidad rastafari. Sus calles eran tortuosas y las casas eran de piedra desnuda o estaban pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas tenían patios interiores sombreados, que se entreveían por las puertas abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban.

El poeta francés Rimbaud vivió en esta ciudad varios años, antes de su muerte prematura. A lo mejor encontró poesía en esos patios o en el pedaleo incesante de los sastres.

Un paseo nocturno por las callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y misteriosa.



© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego





viernes, 11 de octubre de 1991

LA MEZQUITA DE DJENNÉ

En el viaje por Mali, atravesando el árido Sahel, no esperábamos encontrar pistas inundadas por la lluvia. La pista que llevaba a la ciudad de Djenné fue infernal, estaba inundada a tramos o llena de grandes charcos que procurábamos evitar, con lo que el viejo Land-Rover se ladeaba e iba dando bandazos. Y eso que no era temporada de lluvias, la gente comentaba que hacía años que no llovía en esas fechas.

Atravesamos una Puerta de Entrada a la ciudad y fue como entrar en un agujero del tiempo. Parecía una ciudad medieval, y el ambiente de sus calles parecía conservarse desde entonces. Djenné nos impresionó. Estaba ubicada en una isla que formaba el Delta del río Niger. Todas las casas estaban hechas de adobe, con azotea en la parte superior. Unos cuantos árboles salpicaban la plaza y las calles.


La Mezquita de Djenné fue construida en 1906, aunque la primera se construyó en el s.XII. Era el edificio sagrado de barro más grande del mundo, hecho de una sola pieza, con una estructura de más de 5000m. Era un ejemplo de estilo islámico y arquitectura sudanesa tradicional. Considerada junto al casco antiguo de Djenné como Patrimonio de la Humanidad.

Las paredes exteriores estaban decoradas con estacas de madera llamadas toron, que también sirven de andamios para las reparaciones. Toda la comunidad participaba en el mantenimiento de la mezquita en un festival anual. La Mezquita tenía varios torreones con agujas o pináculos en forma de cono en la parte superior de cada minarete. Entramos en la sala de oración, con 90 pilares, poca luz y suelo de tierra arenosa, El muro de oración, llamado quibla,  estaba orientado a La Meca. Había una zona reservada a mujeres.


El Imam nos acompañó a la azotea. Subimos por unas escaleras exteriores. La azotea tenía múltiples orificios acabados en montículos con tapas de barro; impedían la entrada de la lluvia y también eran el sistema de ventilación de la Mezquita cuando el aire interior era demasiado caliente. Contemplamos desde allí las vistas de Djenné.






La casa más antigua de la ciudad tenía unos 200 años. Su puerta tenía doble entrada para proteger la vivienda de las tormentas de arena. Nos dijeron que algunas viviendas tenían hasta siete entradas sucesivas para evitar la molesta arena. 



En el entramado de callejones de adobe se abría alguna plazoleta, donde jugaban los niños a la sombra de los escasos árboles y reposaban las ovejas. La tranquila Djenné y el ambiente de sus calles nos enamoraron.


martes, 1 de octubre de 1991

BANI Y SUS MEZQUITAS

En octubre de 1991 viajamos a Burkina Faso. Iniciamos la ruta desde la capital Ougadogou, también llamada Uagadugú. Acampamos en la aldea de Koupela, donde encontramos a uno de los jefes tocando el tambor con unos amigos. Los saludamos y nos sentamos con ellos en el suelo. Inmediatamente se formó un grupo de gente que nos rodeó. Nos dieron la mano y nos ofrecieron cerveza de mijo, que llamaban dolo, en un cuenco hecho de calabaza. Al día siguiente seguimos ruta hacia Bani. 

El pequeño pueblo de Bani, en la región del Sahel, estaba hecho de casas de adobe, barro y madera. Allí visitamos siete mequitas de adobe que construyó un santón con ayuda del pueblo en la década de los años 60. La Gran Mezquita, la primera que se construyó, era espectacular. En su fachada se apreciaban unas figuras, unas con los brazos hacia arriba, otras hacia abajo. Representaban las posiciones de los fieles musulmanes al rezar. Todas las Mezquitas eran muy bellas, doradas, tenían torres con ventanucos, cenefas y dibujos geométricos hechos con orificios en las paredes. Eran auténticas filigranas.



Como eran de barro cada año tenían que reparar los desperfectos causados por las escasas lluvias. las tormentas de arena y la erosión del sol y el viento. En algunas torres había estacas de madera para alcanzar la altura para poder repararlas. En otras zonas del pueblo vimos ladrillos de adobe secándose al sol.




Una peculiaridad era que las otras Mezquitas de alrededor estaban orientadas a la Gran Mezquita, en vez de estar orientadas a La Meca. Nos dijeron que el santón soñó que Dios le encomendaba construir una gran mezquita, y sin conocimientos arquitectónicos, con la ayuda de las gentes del pueblo lo hizo. Supimos que con los años habían construido un total de 9 mezquitas, dos mezquitas más que cuando viajamos en 1991. Tras visitar las Mezquitas de Bani tuvimos un accidente importante, pero esa es otra historia, Fue un viaje inolvidable.