martes, 21 de agosto de 2012

EL FESTIVAL NADAAM

 



Los tres deportes nacionales de Mongolia son las carreras de caballos, la lucha y el tiro al arco. Una oportunidad para verlos es coincidir con el Nadaam, la festividad anual que se celebra el 11 y 12 de julio, coincidiendo con el Día de la Independencia de Mongolia. Cada pueblo y ciudad tienen su propio Nadaam que a veces se celebra unos días antes. Leímos que los Nadaam en los pueblos más pequeños son los más pintorescos e interesantes.

En las afueras de Karakorum tuvimos la sorpresa de encontrar, fuera de temporada, una de estas celebraciones. En la estepa habían montado cuatro tiendas azules sobre la hierba verde formando un espacio circular. Dentro del gran círculo luchaban dos gigantes. Iban vestidos con unos calzones azul cielo con dibujos blancos y botas altas. También llevaban un sombrero que me recordaba el cuello de una botella de champán. Eran altos y fuertes, parecían gladiadores.





Los espectadores lucían sus mejores galas: iban vestidos con sombreros variados y con el deel tradicional, una especie de túnica de seda de colores ceñida con una faja o un cinturón con hebilla de plata labrada, y botas de cuero con adornos. También había algunos monjes budistas con sus túnicas granates. Todos estaban muy atentos al espectáculo.

Los luchadores saludaron al público con estiramientos de brazos, el “saludo del águila” lo llamaban. Flexionaron las piernas, se agacharon apoyando las manos en sus poderosos muslos, y luego iniciaron la lucha. Un juez, vestido con un deel de seda amarilla, vigilaba y arbitraba el encuentro. Se enzarzaron cuerpo a cuerpo hasta que uno venció al otro, volteándolo y tumbándolo en el suelo. Todos estallaron en aplausos entusiastas.





Al atardecer llegó el momento de la entrega de premios. Los niños miraban con admiración a aquellos fornidos hombretones. Al ganador le ofrecieron un cuenco para beber un líquido blanco. A nosotros también nos ofrecieron otros cuencos, era airag, la leche de yegua fermentada, que probamos en honor de los luchadores.

 

© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego

viernes, 17 de agosto de 2012

KARAKORUM, LA CAPITAL DE GENGHIS KHAN





Todo imperio tiene su decadencia. Genghis Khan tuvo un sueño, un Gran Imperio. Y lo cumplió, aunque fuera a costa de muchas vidas. El gran Imperio Mongol tuvo su capital en Karakorum. Fue el centro de las caravanas que hacían la Ruta de la Seda. De aquellos tiempos de esplendor apenas quedan algunas ruinas. Para los buscadores de lugares míticos Karakorum se ha transformado en una ciudad típica de Mongolia sin encanto, casas de planta baja cercadas por vallas, alternando con gers tradicionales.

Pero hay otro motivo para viajar hasta Karakorum: el Monasterio Erdene Zuu. El nombre significa “cientos de tesoros”, y no decepciona. Es un monasterio budista, construido en 1586 y considerado Patrimonio de la Humanidad. Fue destruido y reconstruido en 1872, y posteriormente también fue destruido por las purgas de Stalin en 1937, cuando más de 10.000 monjes fueron asesinados o enviados a los gulags siberianos. Después de la caída del comunismo se devolvió el monasterio a los lamas y en 1990 volvió a ser lugar de culto.




Desde lejos impresionaba el gran recinto. Estaba rodeado por un inmenso muro con 108 estupas (el 108 es un número sagrado para los budistas). En el interior había tres templos dedicados a las tres etapas de Buda, su infancia, adolescencia y edad adulta. Había pinturas murales, figuras y grandes estatuas de Buda. Me fijé especialmente en el Buda del pasado y el Buda del futuro.




El verdadero tesoro del monasterio es una Biblioteca de libros rectangulares de tapas de madera envueltos en telas. La voz del pasado estaba escrita en aquellas páginas amarillentas y caracteres mongoles.

En el Templo Lavin, de estilo tibetano, vimos la ceremonia de oración. Entramos en  una sala con corbatas de colores colgantes y asientos con cojines granates para los monjes. Un grupo de lamas de túnicas granates, entre ellos algunos de la orden de los Gorros Amarillos, se sentaron en filas frente a frente. Repartieron una hoja alargada con los rezos e iniciaron su cantinela de voces graves. Nos quedamos allí sentados observándolos, como estatuas inmóviles. Al acabar les ofrecieron té con mantequilla en cuencos. Ahora que hemos regresado al ajetreo de nuestra vida cotidiana, a veces cierro los ojos y los escucho. Y sueño.

 
 

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sábado, 11 de agosto de 2012

LOS CABALLOS MONGOLES


 

 
Viajando por Mongolia pueden encontrarse manadas de caballos libres, galopando o pastando en las extensas estepas. Los mongoles están orgullosos de sus caballos, no son muy grandes y tienen las extremidades cortas, pero son fuertes y bellísimos. Son los caballos que han utilizado los pastores nómadas tradicionalmente, y los que montaron los ejércitos mongoles para conquistar su imperio.


 
En el Festival Nadaam que presenciamos los jinetes de la carrera de caballos tenían entre cinco y diez años y montaban ponis. Nosotros estábamos en uno de los lados de la meta, marcada con un alto mástil con la bandera mongola, roja y azul. Se oyó un rumor de expectación y a lo lejos, en el horizonte de montañas vimos una nube de polvo y unos puntos diminutos. Se fueron aproximando, mientras crecía la animación de la gente. Cuando el primer pequeño jinete alcanzó la meta hubo una ovación y aplausos. Luego fueron llegando el resto, entre ellos una niña, y tuvieron un caluroso recibimiento.






Al acabar todos nos dispersamos y admiramos los caballos y las monturas con adornos de plata o bronce y tejidos de colores. Los caballos llevaban cintas de colores atadas a su cola y tenían las crines recortadas de forma estética. Los jinetes llevaban trajes amarillos y vistosos, y descabalgados parecían más pequeños.

Llegó el momento de la entrega de premios a los jinetes ganadores. Los padres llevaban de las riendas a los caballos montados por los pequeños. Les entregaron un diploma y una bolsa con otros regalos. Los niños estaban serios, era un momento solemne y la atención se centraba en ellos. Pero se les veía orgullosos y satisfechos.

 

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jueves, 9 de agosto de 2012

LAS GERS Y LAS ESTRELLAS



 
En Mongolia dormimos varias noches en las gers, las tiendas nómadas tradicionales. Una de ellas en el desierto de Gobi, frente a las dunas. Nuestra ger tenía una puerta de madera naranja con dibujos geométricos tradicionales y cuatro camas con edredones, imprescindibles para el frío nocturno. La abuela, la madre y dos hijos nos recibieron en su propia tienda. El padre se fue a dar una vuelta en moto. La abuela tenía la piel tostada y curtida, completamente surcada por arrugas. La madre nos sirvió airag, la leche de yegua fermentada, que habíamos probado en Festival Naadam. También nos ofreció un bol grande con dulces, queso blanco y grumos amarillos de requesón endurecidos. Probé un poquito de todo, para agradecer su hospitalidad. Los niños nos miraban, sonreían y observaban atentamente nuestros gestos.




Lo interesante era estar en la tienda en la que vivían y ver todos los detalles del interior. El mobiliario era mínimo, una mesa central, junto a la estufa, y tan sólo una silla para la abuela. El suelo estaba cubierto por piezas diferentes de hules y alguna alfombra. Alrededor, en pequeñas estanterías se acumulaban objetos de cocina cotidianos: cacerolas, tazas, teteras, platos y termos de  plástico de fabricación china.

 
Decían que se tardaba dos horas en montar o desmontar una tienda, pero parecía complicado trasladar todos aquellos enseres. Según la costumbre los hombres se sentaron a la izquierda y las mujeres nos situamos a la derecha. En la parte central mirando hacia la puerta estaba el lugar de honor y el altar.
La estufa de leña estaba encendida, tenían abierto el orificio del techo de la tienda y entraban los rayos de sol calentando la estancia. Por ese mismo orificio por la noche pudimos ver las estrellas del firmamento. Nunca habíamos dormido en un hotel con más estrellas.
 
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martes, 7 de agosto de 2012

BUENOS DÍAS, LAGO KHOVSGOL




 
El lago Khovsgol nos dio los buenos días. Habíamos llegado después de diecisiete horas de viaje en furgoneta colectiva desde Ulan Bator hasta Moron, más otro tramo de dos horas y media hasta Khatgal, la población a orillas del lago. En Mongolia cuando se acababa el asfalto las carreteras eran pistas de tierra en mal estado, y el trayecto se convertía en una batidora de huesos.
Nos alojamos en una coqueta y sencilla cabaña de madera con estufa de carbón, que encendimos, y dormimos doce horas seguidas. El baño estaba en otra cabaña exterior y era ecológico, a falta de cisterna había que echar una pala de serrín


 
Lo llamaban la Perla Azul de Mongolia, y estaba considerado el hermano menor del lago Baikal, con sus 23 millones de años de antigüedad. Estaba rodeado de altas montañas y sus aguas eran profundas y claras. Además era el segundo lago de Mongolia, con 2.760 km2 y estaba repleto de peces como el esturión, que vendían en salazón.
Decidimos coger un barco tipo ferry atracado en el muelle, que llegaba a Khank a 20km. de la frontera rusa. Subimos a bordo con varias familias de mongoles, algunos nos pidieron que posáramos con ellos para sus fotos, les resultábamos exóticos. Entre la tripulación estaba una señora gordita madura, uniformada con gorra de plato, a quien bautizamos “la Capitana”. Más tarde, la Capitana hizo de animadora del trayecto, y micrófono en mano animó a los pasajeros a cantar. Uno de esos momentos naïfs de los viajes.


 
El barco navegó hacia el norte del lago y contemplamos en las orillas los campamentos de blancas gers, las tiendas tradicionales de los nómadas. El paisaje era verde y casi alpino, montañas y colinas salpicadas de bosques de abetos. Por algo llamaban a la región de Khovsgol la Suiza de Mongolia. El agua azul brillaba con los rayos de sol intermitente. Cerca del lago pastaban rebaños de ovejas y enormes yaks de pelo largo, como en el Tibet. En Mongolia, con una superficie equivalente a casi tres veces la superficie de España y una población de menos de tres millones de habitantes, había más animales que personas. Un territorio solitario y misterioso.
 
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jueves, 31 de mayo de 2012

EL PUEBLO QUE SE TRAGÓ EL DESIERTO

 

 

Así fue.

Suelos de tablones de madera alfombrados y mobiliario de una casa de la burguesía europea. Pero aquello era África. Eran las casas de los ingenieros de minas que vinieron a explotar los yacimientos de diamantes de Namibia.

El pueblo era Kalmanskop, a 10km. de Luderitz. La llamaban la ciudad fantasma porque había sido abandonada en 1956, tras la caída de la demanda de diamantes en la I Guerra Mundial.




Y así se transformó.

Un pueblo engullido por el desierto. Al ser abandonado, la arena invadió las calles, las casas, el hospital, la escuela…En algunas habitaciones la arena llegaba hasta el techo formando pirámides. De hecho, a veces entramos en las casas por la ventana.

Habían restaurado algunos interiores y el edificio del teatro. En medio de lo que fue una calle una bañera formaba una escena surrealista.

 

En Luderitz vimos el autobús que transportaba a los mineros en la actualidad. Les pregunté cuántas horas trabajaban y contestaron que de ocho a cinco. Horario de oficinista, muy civilizado, habría que ver las condiciones de trabajo. Nos hubiera gustado visitar la mina, pero no estaba permitido. De hecho, todo el perímetro era Sperrgebiet, zona prohibida hasta el río Orange, por ser rica en diamantes. En el pasado había carteles que advertían de que entrar en la zona prohibida se penalizaba con una multa de 500 libras o un año de cárcel.




Ahora seguía estando prohibido, pero las circunstancias habían cambiado. La Consolidated Diamond Mines (CDM) administrada por el sudafricano De Beers asumió el control y monopolio durante años. Al hacerse públicas los conflictos y penosas condiciones en que se conseguían los llamados “diamantes de sangre”, objeto de tráfico internacional, se creó el Certificado Kimberley. Era como una garantía ética de que la procedencia de los diamantes era legal.
Aún así, no me gustan los diamantes, nunca me han gustado; son un símbolo de algo que no va conmigo. Lo que me gusta es viajar y conocer historias como la de este pueblo abandonado.

 

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domingo, 27 de mayo de 2012

EL CAÑÓN Y LA SERPIENTE


 
Caminamos en silencio por un estrecho desfiladero de paredes rocosas. Estábamos en el Cañón Sesriem, de 1km. de largo y 30m. de profundidad. Habíamos leído en las guías que “era una enorme cicatriz en el suelo reseco del desierto”. Entramos desde la parte alta y bajamos al cauce seco del río Tsauchab. En algunas zonas quedaban charcas, restos de lo que fue el río, de aguas verdosas y con algunos peces. Los depósitos de arena y piedra conglomerada tenían 15 millones de años de antigüedad.


 
De camino al campamento de Solitaire vimos un nido gigante en la rama de un árbol. Era un nido comunitario, hogar de varios pájaros, y estaba construido con la oquedad hacia abajo, con pequeños orificios de entrada, para dificultar el acceso a los depredadores como las serpientes mamba y cobra.
 
 

Más tarde tuvimos un encuentro con una de estas grandes serpientes, que vimos a pocos metros de nuestro vehículo. Cuando le hice una foto desde la ventanilla del coche me pareció que me miraba, abrió su boca y sacó su lengua bífida amenazante, como marcando su terreno. Impresionaba. Tenía una piel preciosa, con un dibujo geométrico de escamas brillantes. La serpiente nos recordaba que nosotros éramos los intrusos allí. Y entendimos el afán de protección de las aves al construir sus nidos. Eran las leyes de la Naturaleza para mantener su equilibrio.

 




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sábado, 26 de mayo de 2012

ESCENAS AFRICANAS

 
Las cebras se difuminaban entre la hierba alta de la sabana, mecida por el viento. Parecía un cuadro, una delicada acuarela. Esta foto me gusta especialmente. Cada cebra tiene unas marcas que la identifican, como nuestras huellas dactilares. Las cebras de Namibia se diferencian de otras en su panza rayada y el hocico oscuro.


 
De repente nos vimos rodeados por cuatro enormes rinocerontes. Parecen animales prehistóricos, con su extraña cabeza y su piel grisácea llena de pliegues. Sólo los rinocerontes negros son agresivos; los blancos son animales pacíficos y herbívoros pero su presencia es imponente. Estaban junto al jeep abierto. Y nos dieron un sustillo cuando empujaron el lateral del vehículo con sus juegos. Conservaban el afilado cuerno, que es objeto de codicia de muchos cazadores furtivos y se paga a precio de oro. Lo muelen y lo venden como afrodisiaco o fetiche.
Leímos que las hembras de rinoceronte sólo pueden parir cada cinco años, un periodo bastante prolongado. Decían que la mejor localización para verlos en toda África era el Parque Nacional de Etosha y la laguna Okaukejo. Pero estos los encontramos en la Reserva de Okapuka.
 
 
 
El avestruz también es un animal curioso. Para huir de sus depredadores puede correr a setenta kilómetros por hora o tumbarse en el suelo simulando ser un montón de suciedad.

 
Las jirafas pueden medir de 3,5m. a 5,2m. de altura. Eso les facilita el acceso para comer los brotes de las ramas altas, pero tienen dificultades para beber y su sistema es abrir las patas delanteras.

 
El oryx es un tipo de antílope y está considerado el animal nacional de Namibia. Tiene una gran cornamenta, y es fácil encontrarlo por los caminos. Puede permanecer periodos prolongados de hasta dos años sin beber. El agua la obtiene de los alimentos que ingiere, un prodigio de adaptación al medio.
 
 
 
El perfil majestuoso del león nos hipnotizó durante un buen rato. Estuvo bastante estático y tranquilo, tal vez debido al calor de la tarde, y nos regaló un gran bostezo antes de levantarse y adentrarse en la sabana africana.
 
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