martes, 9 de mayo de 2017

MERCADOS Y COMIDAS COREANAS

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El Mercado de Pescado Jalgachi en Busan era el más grande de Corea, según leímos. Busan era una moderna ciudad costera en la desembocadura del río Nakdong. Su mercado era impresionante, con mucho ambiente. Había una variedad enorme de pescados: anguilas, salmonetes, pulpos, atunes, rapes, pepinos de mar y babosas, langostas y gambas, ostras, almejas y mejillones gigantes de 30cm (¡) Alrededor había puestos callejeros con peces vivos en cubetas y peceras, y restaurantes dentro del mercado, que cocinan lo que se elige.

Cenamos en el restaurante de Jackie en el segundo piso, una deliciosa sopa de pescado y gambas braseadas, acompañadas del montón de platillos habituales. Jackie nos explicó que su octogenaria madre fue la fundadora, y que llevaban varias generaciones de su familia en el mercado.







Las comidas coreanas pueden reunir hasta 17 platillos, formando una estética composición. Es típico el kimchi, una preparación fermentada con diferentes vegetales, principalmente col, pero también pepinos, berenjenas, calabaza o rábanos, de sabor avinagrado. A veces usaban anchoas o gambas en salmuera para la fermentación. Era un método para conservar los vegetales en invierno. Como curiosidad el kimchi está considerado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. También es típico el Panjeon, especie de tortilla con cebollinos y a veces gambas. El Bibimbap es un plato de arroz, carnes, huevo y verduras con salsa picante.

 A los coreanos les gustan las parrilladas de carne y pescados como el Mackerel, un tipo de caballa. En los puestos callejeros ofrecen gambas en tempura, repollo, berenjenas marinadas, acelgas, tofu, arroz, noodles y dumplings, las empanadillas chinas. En cuanto a bebidas, probamos el Makgeoli, un vino de arroz. La gastronomía coreana fue una parte importante del viaje.

 








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domingo, 7 de mayo de 2017

EL TEMPLO DE LOS PINÁCULOS



 















Desde Jeonju fuimos en bus a Jinan, y allí cogimos un taxi hasta el  Parque Maisan.  Era boscoso y muy agradable para caminar con pasarelas de madera y escaleras. Llegamos a un lago rodeado de macizos de flores rojas. Tenía un kiosko acristalado que ofrecía servicio de bar, y barcas en forma de cisne.

En el Parque Maisan estaba el curioso Templo Tap Sa. Tenía 80 pináculos de piedras apiladas por el místico budista Yi Kapmyong, que vivió entre 1860 y 1957.  Los altos pináculos salpicaban la montaña formando un conjunto bastante surrealista. Sus diferentes niveles estaban comunicados por escalones de piedra, con templos y Budas alrededor. El Budismo es la segunda religión que se profesa en Corea del Sur, después del cristianismo. Los devotos coreanos peregrinaban en el laberinto de pináculos y hacían sus ofrendas. Un bonito entorno y un lugar especial.






































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jueves, 4 de mayo de 2017

EL ENCANTO DE JEONJU

 



Una de las poblaciones coreanas con encanto era Jeonju, con más de 800 hanok, las casas coreanas tradicionales de madera con tejadillos triangulares. Tenían un sistema de calefacción bajo el suelo para mantenerse cálidas en los crudos inviernos. Nos alojamos en una de esas casas tradicionales. El pueblo era muy coqueto con casas bajas, puertas de madera adornadas con hierro, y rodeadas por árboles, macizos de flores y tinajas en patios interiores ajardinados. 

El barrio histórico estaba junto al río. Callejeamos entre casas de té, de dulces, artesanía, floristerías, heladerías, galerías y talleres artesanales. Fue el lugar de nacimiento de la dinastía Joseon, y allí se celebraba el Festival Internacional de Cine. Visitamos varios museos: el Museo del Papel, el Museo del Vino, de la Caligrafía y otro de cámaras fotográficas.

 




En un ambiente festivo las mujeres vestían el hanbok, el traje tradicional con miriñaques y faldas abultadas de gasa o seda, de colores y floreadas. Los hombres iban conjuntados con sus parejas, con túnicas largas y altos sombreros negros. Las tiendas alquilaban esos trajes para los turistas coreanos. El atardecer tiñó las casas de color miel. Las calles eran un festival de color y parecía que habíamos retrocedido a los tiempos históricos de la dinastía Joseon.








Visitamos las Academias Confucianas Hyangyo, las escuelas de barrio fundadas por aristócratas en el s. XVI para preparar a sus hijos para el seowon, el examen gubernamental más importante. Eran pabellones entre patios rodeados de jardines boscosos. En uno de ellos se mostraban los pupitres con tablillas, presididos por una imagen de Confucio. Fueron consideradas Patrimonio de la Humanidad. Nos gustó pasear por aquellos recintos llenos de historia.





































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martes, 2 de mayo de 2017

LOS ACANTILADOS DE LA ISLA DE YEYU


Un Ferry nos llevó desde la población de Wando a la isla de Yeyu, en un trayecto de tres horas. Yeyu era una isla volcánica, formada a partir de un derramamiento de lava. Era conocida por sus mujeres buceadoras, sus acantilados de basalto, el volcán Seogsan Ilcheon-bong, las cuevas de lava Mangjang-gul, y el Parque Hallasan, los dos últimos Patrimonio de la Humanidad.

Los acantilados de lava basáltica tenían un nombre complicado, Jusangjeollidae. Eran formaciones espectaculares, enmarcadas por pinos y flores amarillas junto al mar. Las columnas rectangulares se formaron al enfriarse y contraerse la lava al contacto con el mar. Se extendían a lo largo de 2km de costa y tenían entre 140.000 y 250.000 años de antigüedad. Las columnas eran poligonales y tenían cinco o seis lados.

Recorrimos las pasarelas contemplando los acantilados desde diferentes ángulos. Eran un precioso ejército de columnas entre aguas verdes y azuladas.

 


Alrededor, y esparcidas por toda la isla, había algunas “piedras de abuelo”, estatuas de piedra negra fálicas con un carácter protector. Decían que eran primos lejanos de los moai de la isla de Pascua, en pequeño.




Las cuevas de lava Manjang-gul eran grandes túneles de 7,3km de longitud, aunque sólo podían recorrerse 1km. La entrada era una gran boca y la altura variaba entre 2m y 23m en la gran Allí vivían murciélagos, arañas y otras especies. Las rocas estaban húmedas y formaban estalactitas y estalagmitas. Los niveles de lava se marcaban en la pared con diferentes colores por los carbonatos de su composición, acanalando la roca. Al final de la cueva había un gran pilar de 7,6m de altura. Leímos que en la isla de Yeyu había 160 túneles de lava.



Otra curiosidad de la isla eran las mujeres buceadoras, que aprendieron a bucear a pulmón libre. Como el arroz no crecía en la isla y cuando los hombres desaparecían durante semanas en los barcos de pesca, las mujeres se dedicaron a pescar entre las rocas. La edad media era de 65 años, incluso algunas con 80 años, aunque cada vez quedaban menos. Una muestra de adaptación y del carácter del pueblo coreano.  



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miércoles, 8 de febrero de 2017

EL NIÑO DE DJIBOUTI Y EL BIDÓN OXIDADO



Paseando por el tranquilo muelle de Tadjoura vimos un niño asomado a un bidón oxidado. Estaba encaramado en una tabla y parecía distraído contemplando el interior. Nos acercamos con curiosidad por saber el contenido del bidón y vimos dos crías pequeñas de cabras. Una negra y la otra blanca. El pueblo estaba repleto de cabras que campaban a sus anchas por las calles y en la playa. 




El niño miraba como las dos cabritillas saltaban e intentaban subir por las paredes del bidón. Y cuando llegaban a su altura las acariciaba. Estuvimos un rato viendo sus juegos. Cuando el observador se sintió observado nos ofreció la mejor de sus sonrisas. El sol del atardecer bañó Tadjoura de una bonita luz dorada, pero la mirada brillante y la sonrisa del niño del bidón sería uno de nuestros mejores recuerdos de aquel pueblo costero de Djibouti.




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jueves, 2 de febrero de 2017

LA ISLA MOUCHA



Junto a la costa de Djibouti, estaba la pequeña Isla Moucha, a media hora en barca desde la capital. Era una agradable excursión de fin de semana para los escasos turistas y las familias francesas que residían allí. La infraestructura en la isla en la época que fuimos era cero. Ningún hotel ni ningún restaurante o bar. Tenías que llevar tus propias bebidas y víveres para pasar el día. 

Fuimos al Muelle de Pescadores que estaba muy ambientado. Algunos vendían pescado fresco, como dos grandes rayas. Otros compraban khat a horas tempranas, tal vez por ser viernes, día festivo. Contratamos una barca sencilla, sin toldillo, blanca por fuera y azul por dentro. El mar estaba azul y muy calmado, la superficie totalmente lisa. Hacía calor y agradecimos la brisa al navegar. Fue un trayecto corto, de media hora.



La Isla Moucha era una franja de arena dorada con algunos arbustos. El mar tenía tonos azul verdosos y era translúcido. Una buena zona para hacer buceo con tubo, aunque se conservaban pocos corales. No era de las playas más bonitas que habíamos visto pero tenía encanto. Había varias barcas ancladas que había llevado a familias francesas residentes a pasar el día o el fin de semana. Traían sus neveras y víveres, y hacían barbacoas de pescado. Los que se quedaban a dormir tenían tiendas y carpas con colchonetas, no había infraestructura. 



Nos instalamos en el pareo a la sombra de una roca que formaba una pequeña gruta. En seguida nos dimos un buen baño. El agua estaba deliciosa y tenía tonalidades verde esmeralda. Se veían los corales más oscuros. Curioseamos un poco por la isla, que tenía rincones bastante fotogénicos, y permanecimos en remojo como garbanzos casi todo el tiempo. En un cobertizo con mesa de picnic tomamos nuestros víveres, y tras el último baño regresamos al bote y a Djibouti. Aquellas eran las escapadas de fin de semana de los militares y familias francesas que residían en Yibuti. Nos imaginábamos su vida allí, no sería fácil, sobre todo en los meses de verano cuando la temperatura alcanzaba los 45º a la sombra (hasta 60º en ocasiones). Eso había hecho al país merecedor del sobrenombre de “el infierno”. Pero habíamos ido en una buena época, el invierno africano, con máximas de 30º y mínimas de 22º. Para nosotros Djibouti no fue ningún infierno; al contrario, disfrutamos de su gente y sus paisajes, el país tenía mucho que ofrecer.




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