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miércoles, 14 de febrero de 2024

EL OASIS DE TERJIT

Una de las primeras etapas en el viaje por Mauritania fue el oasis de Terjit. Llegamos desde Atar, a solo 45km, en un trayecto de una hora en transporte público, en las furgonetas de 14 plazas.

El oasis estaba ubicado en lo que llamaban un wadi, el cauce seco de un río, y encajado entre imponentes montañas de arenisca. Tenía manantiales naturales y su palmeral ofrecía sombra fresca. Durante siglos las caravanas que viajaban por la ruta transahariana lo utilizaban como lugar de descanso. 


Nos alojamos en el Chez Jemal, un campamento con las mejores vistas del valle y sus montañas. Tenía varias tiendas entre palmeras, y una pequeña piscina, tipo balsa, donde nos refrescamos del calor del día, con temperatura de 38°. El baño fue una delicia.


Tras el baño fuimos a caminar por el oasis. Entramos por un sendero sombreado entre altas palmeras. Se oía el rumor del agua. De la roca brotaba un manantial que desembocaba en varias pozas. Nos bañamos en ellas, aunque tenían poca agua.



En la pared rocosa el agua había formado gruesas estalactitas que goteaban sin cesar. Nos instalamos en las colchonetas de una jaima junto al manantial. Allí reposamos, escribimos, sesteamos, y tomamos dátiles y té al estilo mauritano, azucarado y con menta. Fue una delicia el día en el oasis 


martes, 28 de febrero de 2023

ASIR Y RIJAL ALMA


El Parque Nacional Asir tenía paisajes espectaculares, con montañas cubiertas de enebros, y varias poblaciones dispersas. Incluía el monte Jebel Soudah, la cima más alta del país, con 2925m por encima del valle de Sarawat. Fue el primero de Arabia Saudí, creado en 1987, y tenía 4.500km2. Se extendía desde el desierto al este hasta el Mar Rojo. Decían que era uno de los últimos refugios del amenazado leopardo de Arabia. Leopardos no vimos, pero sí cientos de papiones.

Los papiones o babuinos estaban en los miradores, a lo largo de la carretera. Los machos eran tremendos, con un largo y espeso pelaje gris claro. Se parecían a los monos de Jigokudani, en las pozas de agua termal en Japón. Estaba prohibido darles de comer, pero la gente que paraba les daban plátanos, galletas y cualquier cosa. Las hembras caminaban llevando sus crías agarradas boca abajo.


El pueblo Al Habala estaba colgado en las montañas y era accesible en teleférico. Antaño solo se podía llegar a través de escaleras de cuerdas (habal), de ahí el nombre. Lo construyó la tribu Khatani hacía más de 370 años, para evitar los ataques otomanos. Estaba formado por casas de arenisca en un saliente 400m por debajo de un acantilado. Vimos las instalaciones del teleférico, que funcionaba a partir de mayo. En el mirador admiramos el paisaje de montañas superpuestas ante nosotros.




Desde Abha a Rijal Alma solo había 30km, pero tardamos casi dos horas en llegar, por la carretera y por las paradas para ver las montañas y los babuinos. Era una carretera de conducción peligrosa, con curvas pronunciadas y un desnivel de 2000m. 

El pueblo Rijal Alma estaba al fondo del valle, con casas por la ladera de la montaña. El pueblo fue fundado en el s.VIII y destacó como una importante parada de las caravanas que conectaban Yemen con el resto de la Península Arábiga y los puertos del Mar Rojo. También fue parada de peregrinos que iba a la Meca. Las tribus de Rijal Alma eran famosas por su fuerza, consiguieron derrotar a las tropas del Imperio Otomano en 1825 y obligaron al sultán a aceptar la independencia de la región de Asir. Con el tiempo Rijal Alma perdió relevancia y sus habitantes se trasladaron a casas modernas, mientras las viviendas tradicionales se desmoronaban poco a poco. Hasta que en 1985 decidieron restaurar el centro histórico del pueblo que lucía en todo su esplendor.





Llegamos a una gran plaza y ante nosotros se extendía la panorámica del pueblo con sus casas de adobe y piedra escalonadas. Las casas tenían puertas y ventanas con marcos ribeteados de blanco, y pintadas de naranja, azul, verde y amarillo. Callejeamos y subimos a varios niveles, con terrazas escalonadas. Las casas tipo fortificación, de cuatro pisos de altura, recordaban la arquitectura tradicional del cercano Yemen, en guerra. El pueblo era pequeño y estaba deshabitado, aunque alrededor había otras casas habitadas. La Mezquita cercana llamó a la oración y vimos como acudían grupos de hombres. No gustó escuchar el canto del muecín en el silencio del valle.


Visitamos el Museo Regional de Asir. Era una casa de cuatro pisos, con puertas y escaleras pintadas de verde. Otras puertas estaban decoradas con motivos geométricos. En las diferentes habitaciones se exhibían joyas de plata, armas, algún traje, libros en atriles, fotos antiguas, teteras y recipientes. Desde su azotea se contemplaba el pueblo y las montañas de alrededor. Rijal Alma tenía mucho encanto, parecía de cuento oriental y no costaba nada imaginarlo en los tiempos de esplendor de las caravanas. La región de Asir fue nuestra última etapa en el viaje por Arabia Saudí, un país muy interesante y sorprendente, lleno de contrastes y belleza.






sábado, 21 de enero de 2017

LAS SALINAS DEL LAGO ASSAL



La llegada al Lago Assal en Djibouti fue impactante. Pasamos la Bahía de Goubet (Bahía del Demonio), que se extendía serena y azul. El entorno era árido y pedregoso,  y de repente apareció el lago bajo la carretera. El lago Assal estaba en un cráter rodeado de volcanes dormidos, en una depresión a 155 metros bajo el nivel del mar. Era el punto más bajo de África y el tercero del mundo después del Mar Rojo y el Lago Tiberíades en Oriente Medio. Tenía una superficie de 52 km2.



Lo que más destacaba del lago eran sus aguas verde esmeralda y azul turquesa, rodeadas de salinas de un blanco deslumbrante. Porque era un lago salado, sin peces, ya que la vida no era posible en él. El agua contenía diez veces más sal que la del Mar Muerto. La sal y la piedra caliza formaban playas de media luna. El paisaje provocaba una sensación de grandeza y desolación.



Nos acercamos a la orilla y probamos el agua. La temperatura exterior era de 30º y el agua era cálida. El suelo era una superficie de pequeñas aristas, cristales de sal cortante que crujía con nuestras pisadas. Íbamos con sandalias porque descalzos no hubiera sido posible. Nos mojamos hasta media pierna, al salir y secarnos se formó una costra de sal blanca en la piel. La sal era tan blanca que a veces parecía nieve.



Un hombre solitario picaba el suelo y colocaba la sal en sacos que luego transportarían los dromedarios de una sola joroba, en ruta hacia Etiopía. Habíamos visto algunos en el trayecto. Las salinas habían sido excavadas durante siglos por los nómadas Afar que comerciaban con ella en largas caravanas. Al despedirnos del lago imaginamos como sería formar parte de una caravana en la Ruta de la Sal.


domingo, 30 de octubre de 2016

JIVA, LA CIUDAD DEL DESIERTO




Jiva (o Khiva) era dorada, arenosa, una ciudad del desierto, y sus minaretes asomaban sobre las terrazas de adobe. Los minaretes a veces parecían faros adornados con cenefas de mosaicos. De hecho leímos que la altura de las torres era como un faro o guía que señalaba la ciudad a las caravanas que iban por el desierto.


Un taxi nos llevó desde Bukhara a Jiva en un trayecto de cinco horas y cuarenta y cinco minutos. Jiva era una ciudad amurallada, otra de las ciudades Patrimonio de la Humanidad en Uzbekistán. Atravesamos la Puerta del Norte (Kogcha Darvaza). La muralla era impresionante, con muros de adobe de 2km. de longitud, 8m. de altura y 6m. de grueso. Fue reconstruida en el s. XVIII al ser destruida por los persas. Caminar entre sus muros era entrar en  otra época y su nombre evocaba caravanas de esclavos y jornadas por el desierto en la Ruta de la Seda.

Callejeamos entre las casas de adobe y paja, viendo asomar las torres de varios minaretes. El más grande e impresionante era el Kalta Minor de 1851. Era de mosaicos azul turquesa y estaba inacabado por la muerte del Khan, lo que le daba un aspecto diferente con la parte superior plana.



Visitamos la ciudadela Khuna-Ark, del s. XII. Los Khanes la ampliaron en el s. XVII construyendo harenes, casas de moneda, establos, arsenales, barracones, mezquitas y una cárcel llena de grilletes, cadenas y armas. Era una sucesión de patios y recintos. Subimos a la terraza superior y contemplamos las vistas de la ciudad. En el recinto estaba la Mezquita de Verano con mosaicos azules y blancos, y el techo con rojos, naranjas y dorados. En la Sala del Trono había un gran espacio circular al aire libre para instalar la yurta real. 




La Mezquita Juma (del Viernes) estaba construida en el s. XVIII sobre lo que quedaba de una mezquita del s.X. Tenía 218 columnas de madera talladas con dibujos geométricos. La abundancia de columnas era influencia de las antiguas mezquitas árabes (como la de Córdoba, pero sin arcos). Subimos por una estrecha escalera los 47m. de altura del minarete y contemplamos otras vistas espectaculares.




Entramos en varias madrasas abandonadas y pudimos subir al segundo piso y ver las habitaciones de los estudiantes, con estanterías en la pared para los libros coránicos. La Madrasa Islam-Hoja de 1910 albergaba un museo con múltiples salas exhibiendo alfombras, tejidos, trajes, cerámicas e instrumentos de los artesanos y de la vida cotidiana. Subimos al minarete que con sus 57m. de altura era el más alto de Uzbekistán. Subimos por una estrecha y oscura escalera de caracol, ciento cincuenta escalones de piedra y madera. Las vistas de la ciudad dorada al atardecer nos compensaron.






© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego

sábado, 29 de octubre de 2016

LA BUKHARA ANTIGUA



Un siglo atrás Bukhara tenía una red de canales con 200 estanques de piedra, donde la gente se bañaba y relacionaba. Los bolcheviques modernizaron el sistema y secaron las piscinas, aunque la más famosa Lyabi-Hauz, sobrevivío. Era un oasis sombreado por moreras y sauces llorones. Bajo esa sombra descansamos y nos refrescamos, tomamos té, jugosa sandía, frutos secos y helados, y contemplamos la vida de la ciudad.



La plaza principal era una maravilla, más pequeña que la de Samarkanda, pero preciosa.  Tenía dos construcciones una frente a otra, la Mezquita Kalan y la Madrasa Mir-i-Arab, y a un lado el minarete Kalon, construido en 1127, con 47m. de altura.”Kalon” significaba grande en el idioma tajik. Era más ancho en la base y se iba estrechando, y la superficie estaba labrada con dibujos geométricos. La Mezquita Kalon fue destruida por Genghis Khan en el s. XVI, y tenía capacidad para diez mil personas. La Madrasa Mir-i-Arab tenía dos cúpulas de mosaicos azul turquesa. Entramos al patio, pero no nos dejaron pasar más allá porque había estudiantes.

Otra madrasa era la de Ulugbek, un famoso astrónomo y matemático, nieto de Tamerlán. La madrasa, grandiosa y abandonada, fue construida en 1417 y era la más antigua de Asia Central. Sus mosaicos azules sirvieron de modelo para otras madrasas. En frente estaba la Madrasa Abdul Aziz Khan del s. XVI, con las antiguas habitaciones de estudiantes ocupadas por bazares.




La ciudad conservaba los bazares cubiertos abovedados, coloridos y abarrotados de alfombras. Atravesando un laberinto de callejuelas de la ciudad vieja fuimos al Char Minar. El nombre significaba en tajik “cuatro minaretes”, y efectivamente tenía cuatro minaretes rematados por cúpulas azul turquesa y paredes de piedra arenisca. Parecía salida del desierto. Fue la puerta de entrada de una madrasa, y en los laterales se conservaban algunas de las habitaciones de estudiantes.



Callejeamos por la ciudad vieja, visitamos casas museo de mercaderes, disfrutamos de la sauna y el masaje en un antiguo hammán y acabamos el día contemplando la puesta de sol frente a la plaza central del minarete Kalon. Mientras evocaba las caravanas de la Ruta de la Seda que hacían escala en aquel mismo lugar, las piedras centenarias se tiñeron de tonalidades doradas.



© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego