Viajando por Omán
tuvimos oportunidad de recorrer y disfrutar varios wadis. Los wadis eran valles abiertos por los
cauces de los ríos, donde crecían palmeras y otros árboles que formaban verdes
oasis a los pies de las áridas montañas rocosas. Los omaníes habían construido
un sistema de canales de irrigación que llamaban Falaj. En aquellos oasis se cultivaban hortalizas y frutos, en
especial dátiles.
A unas tres horas de
trayecto desde Mascate, paramos en el Sink
Hole, en un pequeño oasis con palmeras. Era una poza circular de piedra
caliza con agua verde turquesa transparente. Su nombre significaba “agujero
profundo”. Medía unos 40 metros de diámetro, por 20 metros de profundidad. Se
accedía a él bajando por unas escaleras. El agua era salada por su proximidad
al mar de Arabia. Realmente bonito.
El Wadi Shab significaba “garganta entre desfiladeros”, en lengua
árabe. Una barca nos cruzó hasta la otra orilla donde empezaba el camino. El
sendero seguía los canales de riego o acequias y se adentraba en el cañón de
altas paredes de piedra rocosa, bordeado por palmeras. El paisaje era precioso
y brillaba el sol tiñendo de dorado las rocas. La llegada al final del wadi fue
espectacular. Había varias pozas o piscinas naturales de aguas azul turquesa,
que comunicaban entre sí. El agua estaba deliciosa y el entorno era una
maravilla natural: un verdadero cañón de paredes rocosas cruzado por el cauce
de aguas verde azuladas. Tras el baño hicimos picnic allí mismo con nuestras
provisiones.
Al día siguiente fuimos
en todoterreno al Wadi Tiwi. Su
nombre significaba el “wadi de los nueve pueblos”. Los pueblos eran manchas de
casas blancas entre oasis de palmeras. El gobierno pagaba vehículos con
conductor para que llevara a los niños del pueblo al colegio, que estaba en el
pueblo principal. El recorrido completo eran 16km. Caminamos entre los canales
y palmeras. Había huertos y limoneros, y el ambiente era menos caluroso con la
sombra que ofrecía el oasis. Llegamos a una zona rocosa donde se escuchaba el
rumos del agua. Tuvimos que bajar entre las rocas, algunas estaban muy
resbaladizas y nos obligaban a agacharnos y agarrarnos a cualquier saliente.
Finalmente llegamos abajo, donde caía una cascada que formaba una laguna a sus
pies. El paisaje, con las paredes rocosas del cañón recortándose contra el
cielo azul, y el baño fueron la recompensa.
El tercer día, de
camino al desierto, visitamos el Wadi
Bani Khalid. Se entraba por un palmeral entre paredes de roca y de pronto aparecía una gran
piscina natural al nivel del suelo. El agua era verde transparente. Nos bañamos
en seguida y unos pequeños peces vinieron a mordisquearnos los pies y las
piernas. La gran piscina comunicaba con otras pozas sucesivas y se podía ir
nadando. Cuando te cansabas te podía agarrar a los salientes de la roca. Cada wadi era diferente y tenía su encanto.Un
verdadero paraíso, una maravilla de la naturaleza.
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Nuria Millet Gallego