Un siglo atrás Bukhara tenía una red de canales con 200 estanques de piedra, donde la gente se
bañaba y relacionaba. Los bolcheviques modernizaron el sistema y secaron las
piscinas, aunque la más famosa Lyabi-Hauz,
sobrevivío. Era un oasis sombreado por moreras y sauces llorones. Bajo esa
sombra descansamos y nos refrescamos, tomamos té, jugosa sandía, frutos secos y
helados, y contemplamos la vida de la ciudad.
La plaza principal era
una maravilla, más pequeña que la de Samarkanda, pero preciosa. Tenía dos construcciones una frente a otra, la
Mezquita Kalan y la Madrasa Mir-i-Arab, y a un lado el minarete Kalon, construido en 1127, con
47m. de altura.”Kalon” significaba grande en el idioma tajik. Era más ancho en
la base y se iba estrechando, y la superficie estaba labrada con dibujos
geométricos. La Mezquita Kalon fue destruida por Genghis Khan en el s. XVI, y
tenía capacidad para diez mil personas. La Madrasa Mir-i-Arab tenía dos cúpulas
de mosaicos azul turquesa. Entramos al patio, pero no nos dejaron pasar más
allá porque había estudiantes.
Otra
madrasa era la de Ulugbek, un famoso astrónomo y matemático,
nieto de Tamerlán. La madrasa, grandiosa y abandonada, fue construida en 1417 y
era la más antigua de Asia Central. Sus mosaicos azules sirvieron de modelo
para otras madrasas. En frente estaba la Madrasa Abdul Aziz Khan del s. XVI,
con las antiguas habitaciones de estudiantes ocupadas por bazares.
La
ciudad conservaba los bazares cubiertos
abovedados, coloridos y abarrotados de alfombras. Atravesando un laberinto
de callejuelas de la ciudad vieja fuimos al Char Minar. El nombre significaba en tajik “cuatro minaretes”, y
efectivamente tenía cuatro minaretes rematados por cúpulas azul turquesa y
paredes de piedra arenisca. Parecía salida del desierto. Fue la puerta de
entrada de una madrasa, y en los laterales se conservaban algunas de las
habitaciones de estudiantes.
Callejeamos
por la ciudad vieja, visitamos casas museo de mercaderes, disfrutamos de la
sauna y el masaje en un antiguo hammán y acabamos el día contemplando la puesta
de sol frente a la plaza central del minarete Kalon. Mientras evocaba las caravanas
de la Ruta de la Seda que hacían escala en aquel mismo lugar, las piedras
centenarias se tiñeron de tonalidades doradas.
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Nuria Millet Gallego