Tras recorrer el
Amazonas nuestro viaje continuó por la costa Atlántica y São
Luis, la capital del Estado brasileño de Maranhão, ubicada en una isla. Era de
arquitectura colonial portuguesa,
declarada Patrimonio de la Humanidad. Era la única ciudad brasileña fundada
por los franceses, en 1612, pero apenas estuvieron tres años, y retornó al
dominio portugués. Era conocida como "la Atenas de Brasil" por sus
numerosos poetas y artistas. Su Puerto, que exportaba productos como el café,
el cacao y el azúcar de caña, la hizo prosperar, y fue la fue la primera ciudad
brasileña en instalar un tranvía, electricidad o teléfono entre otros avances.
El centro histórico estaba formado por casas bajas de una o dos plantas, con tejadillos inclinados con tejas de barro rojo. Las fachadas eran de todos los colores combinando los tonos: amarillas o blancas con ventanas azules, verde manzana con ventanas verde intenso o blanco, fachas rosas con ventanas granates, azul cielo con ventanas blancas. Además, tenían adornos de molduras de yeso. Otras fachadas estaban revestidas por azulejos portugueses. Las puertas eran altísimas y las ventanas arqueadas, algunas con cristaleras de colores en la parte superior. Una bonita arquitectura.
La Iglesia del
Destierro del s. XVII, fue la primera que encontramos. Era la única
iglesia bizantina del Brasil. Se diferenciaba por sus adornos orientales en
la parte superior. Parecían adornos de nata de un pastel. Después vimos la
Catedral de Sé, la iglesia blanquiazul de los Remedios y la de San Antonio, con
dos torreones medievales con almenas. Todas estaban cerradas.
Nos gustó la Fonte
de Riberao del s. XVIII, pintada de azul añil y con cinco gárgolas como
surtidores, de cuya boca manaba el agua. Curioseamos el Mercado, de forma circular,
construido en el interior de una manzana de casas. Lo más llamativo eran los puestos
de hierbas y cortezas medicinales, y las botellas de licores como la
cachaça, que contenían cangrejos o frutos macerándose en el alcohol.
Visitamos una exposición
sobre la restauración de los edificios y otra de arqueología. Entramos en el claustro
del Convento das Merçés, pintado de rojo terracota. Pasamos por la Escuela
de Música, donde adolescentes recibían clases en aulas con ventanas abiertas
que daban a la calle. Para nuestra suerte apenas había turistas. Curioseamos
algunas tiendas de artesanía con baldosines de estilo portugués. Bebimos agua
de coco y descansamos en las sombreadas plazas. Vimos una escuela de capoeira,
bares reggae y un anuncio curioso de detectives
La población, como
en todo Brasil, era una mezcla de europeos, indígenas y africanos, y se respiraba
un ambiente tranquilo. Se veían niños con bicicletas y ropa tendida en algunos
rincones.
Cenamos en la
terraza del restaurante Antigamente. Casquinha de caranguejo, camaroes,, arroz
de dos tipos, puré de camaroes…y caipirinhas escuchando música brasileira en
directo. Una delicia.
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