Desde Natal fuimos a las dunas de Genipabu, a 25km. Andando por la playa nos dirigimos a las grandes dunas. La mayor duna tenia 50m de altura, y caía en la playa donde rompían las olas. Las aguas del Océano Atlántico lamían la base de la duna. La subida cansaba un poco, y cualquier figura humana se veía diminuta arriba. Paseamos por las ondulantes dunas.
Al final de la playa,
en un lugar privilegiado, un italiano había construido un bar de madera y
tejadillo de cañizo, entre palmeras con el tronco inclinado hacia el agua. Era
un palafito sobre el mar, ideal para contemplar como el agua se acercaba a la
gran duna. Eso hicimos, tomando zumos de piña hasta que oscureció.
Nos alojamos en la bonita Pousada “Casa Genipabu”, frente al mar, con hamacas y con una piscina enmarcada entre palmeras. La cena fue espectacular, sirvieron una fuente con grandes trozos de pescado con molho y pirao (puré de camarones).
A las seis de la
mañana del día siguiente ya estábamos brincando por la duna gigante. Subimos,
bajamos y caminamos por la cresta paralela al mar. Era un paisaje único. Un
desierto que caía al océano. En la parte alta de la duna, como en un
espejismo, vimos un grupo de camellos. Luego nos dijeron que los habían traído
de las islas Canarias. El sol ya brillaba con fuerza y nos dimos un bañito.
Luego hicimos un recorrido
en buggy de más de cuatro horas con Gomes, que nos ofreció el paseo “con
emoçao”. Nos llevó a la playa de Santa Rita, por detrás de las dunas de
Genipabu. Fuimos por la orilla de la playa, paralelos al mar. Luego nos metimos
por el interior y cruzamos un río con el buggy en un pequeño ferry, una
plataforma que desplazaba el barquero impulsándola con una pértiga. Llegamos a
la Laguna Pitangui, de agua dulce. Tenía parasoles de caña con
mesas y sillas colocados dentro del agua. Nos dimos otro baño mientras pequeños
peces se movían alrededor.
En la Laguna de Jacuma, también de agua dulce, hicimos "aero-bunda". Bunda podia traducirse como trasero. Consistía en lanzarse por una tirolina suspendida sobre la laguna hasta llegar al centro, momento en que se soltaba el arnés y se caía al agua de culo. Muy refrescante.
Otra parada fue una cascadinha, un pequeño salto de agua donde nos bañamos. Trajeron una mesa y sillas de plástico y las colocaron dentro del agua. Y allí disfrutamos de otro zumo de piña y cerveza. A los brasileños les encanta tomar algo con los pies en el agua.
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