Desde Salvador de Bahía fuimos a Morro de Sao Paulo. El elevador Lacerda nos bajó de la Cidade Alta, donde nos alojamos, a la Cidade Baixa, donde estaba el Puerto. Allí cogimos un barco hasta la Isla de Itaparica, luego una furgoneta y finalmente otro barco. Morro de Sao Paulo tenía cuatro playas. Las recorrimos todas antes de decidir donde alojarnos. Escogimos la tercera playa y el hotel Amondeira, frente al mar y con piscina.
Todas las playas tenían muchas palmeras y arena blanca. La cuarta playa era la más extensa. Por la tarde la ma1rea bajaba mucho, y al retirarse el mar quedaban muchas rocas a la vista. Nos bañamos en las aguas del Océano Atlántico y bebimos cocos y zumo de piña. Vimos pasar alguna embarcación de vela.
Al día siguiente subimos la colina donde estaba el faro y contemplamos las vistas. La isla estaba repleta de palmeras, y originariamente había muchas más, según vimos más tarde en unas postales antiguas en blanco y negro.
Las calles del pueblo de Morro eran arenosas, no había asfalto ni coches. Solo vimos burros y carretillas llevadas por brasileños de brazos musculosos, y un par de tractores, que era el medio de transporte que utilizaban en el interior de la isla. Junto al Puerto había un paseo amurallado por la costa hasta la Fortaleza de Tapirandú o Fuerte del Morro, del que quedaban los restos de algunos muros y un cañón. Bebimos cocos y probamos un pastel de banana con canela, delicioso.
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