jueves, 14 de agosto de 2014

EL PARQUE NACIONAL LAHEMAA

 

Desde Tallin contratamos una excursión al Parque Nacional Lahemaa, a solo 80km de la capital. Era el mayor parque de Estonia y englobaba diversos hábitats: litoral, bosque, llanuras, turberas, lagos y ríos. 

La primera parada fue una cascada de 8m de altura, más ancha que alta, un salto del río. El agua con sedimentos caía con fuerza y formaba espuma blanca. Javier se colocó detrás del chorro y quedó empapado. Después dimos un paseo por las orillas del río. El paisaje era muy verde, con bosques de árboles tipo coníferas.




Paramos en la Mansión Sagadi, de 1753, de estilo barroco. Unos jardines llevaban a la gran casa pintada de rosa y blanco. Visitamos el interior y curioseamos el mobiliario de la época. Había numerosos salones, cada uno con su uso particular: para escuchar música con una gran gramola, otra más grande para bailar, para recibir invitados con muchas sillas y divanes, varios comedores y dormitorios. Una mansión de aristócratas. En la parte de atrás del jardín tenía un lago.




Fuimos a comer a otra casa familiar frente al Báltico. También era casa-museo, con muchos detalles y objetos decorativos, muy abigarrada. Era una delicia. La cocina tenía ramos de flores secas colgados del techo. El comedor era acristalado con una maqueta de barco colgando del techo, sobre la mesa, y con vistas al mar. Comimos salmón con un fuerte sabor a ahumado, muy sabroso. 

Junto a la casa había una gran leñera para los crudos inviernos y una alta atalaya a la que subimos por una escalera vertical, para contemplar el mar y las cabañas dispersas en la costa, entre los árboles.

  




Por la tarde caminamos por el Parque Lahemaa a través de pasarelas de madera. El terreno era zona de turberas y humedales, con musgos y plantas rojizas y amarillas que lo hacían mullido. 



Lo más sorprendente del día fue la visita a una Base Naval Soviética de Submarinos. Estaba abandonada y decrépita, con agujeros por todos lados. Tenía diques de cemento junto al mar y una estructura de construcción alargada. En el interior tenía unos hierros en el techo que antiguamente conectaban con los submarinos y servían para desmagnetizarlos y que no fueran detectados por los radares. Cada cuatro meses tenían que venir a desmagnetizarse, según nos contaron. Fue una visita curiosa. Dos pescadores estonios habían colocado sus cañas en los diques donde atracaban los submarinos. Estuvimos charlando con ellos; no habían pescado nada. 

Yuri nos habló de la dureza de la época soviética en Estonia, cuando cualquiera podía ser sospechoso de ir contra el régimen, y cuando abundaban las denuncias falsas. Fue una época muy cruel, que provocó mucho dolor. Un lugar pacífico donde resonaba el fragor de otras épocas.


  

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