miércoles, 28 de agosto de 2024
TRIBUS DEL SUR DE ANGOLA
domingo, 6 de noviembre de 2016
EL LAGO SONG KHÖL
viernes, 16 de octubre de 1998
EL PARQUE NACIONAL MAGO
Desde Jinka visitamos el Parque Nacional Mago, donde vivían gentes de la etnia Mursi. Fuimos con todoterreno por pistas embarradas. En la temporada de lluvias aquellas pistas eran intransitables. Además, cruzamos cauces de pequeños arroyuelos, que seguramente bajarían como torrentes crecidos.
El Parque Mago era
zona de moscas tsé-tsé. Pensé en como se diferenciarían de otros moscardones,
pero en cuanto las vi no tuve dudas. Empezaron a aparecer amenazadoramente en
forma de nube alrededor del coche, y aunque cerramos las ventanillas no pudimos
evitar que entrara alguna. Empezamos a matarlas con la guía de Etiopía, que era
gorda. El mapa también servía de matamoscas, aunque la guía era más eficaz. Las
moscas revoloteaban entre nosotros, y mostraron una marcada preferencia por la
cabeza de nuestro guía. El tramo con moscas tsé-tsé duró más de dos horas,
luego se esfumaron.
Después de más de tres horas de mala pista, calor sofocante y agobiantes moscas tsé-tsé, llegamos a un río. Allí había mujeres mursi y algún niño. Al para y bajar del coche aparecieron más. Llevaban platos de arcilla insertados en el labio inferior. Algunos eran de un diámetro de unos 10cm. No queríamos ni imaginar lo doloroso que debía ser el proceso de dilatación de la piel del labio. Vimos como una de ellas se lo sacaba y quedaba un colgajo de labio. Resultaba bastante impactante. Para los mursi, según su tradición, el plato era un ornamento que embellecía a las mujeres.
Encontramos un grupo de hombres mursi que iban de caza, según nos dijeron. Llevaban algún fusil a la espalda. Sobrevivían con la caza y la agricultura. Tres de ellos iban totalmente desnudos. Era curioso que no se protegiesen ni los genitales. Hasta en Papúa Nueva Guinea se protegían el pene con una vaina de calabaza. Fue un breve contacto. Todos nos sonrieron y nos miraron con curiosidad, como nosotros a ellos.
miércoles, 14 de octubre de 1998
EL PARQUE NACIONAL OMO
Levantamos el campamento y fuimos a visitar el Parque Nacional de Omo. Nos acompañó un chaval llamado Guele, armado con un fusil Kalashnikov. Por el camino encontramos muchos termiteros gigantes, alargados con la base ancha, y más altos que una persona. De vez en cuando se cruzaban pequeños antílopes y gallinas de guinea por la pista. También vimos aves planeando en el aire caliente. También encontramos grandes rebaños de bueyes y cabras, que invadían la pista y rodeaban nuestro vehículo. No se apartaban aunque tocaras el claxon, sabían que era su territorio. Etiopía era un país eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al río Omo había otro gran rebaño bebiendo.
Cruzamos el río Omo, de unos 500m de anchura, en una canoa hecha de un tronco de árbol vaciado. El agua era de color fangoso por el lodo que arrastraba, y la corriente tenía bastante fuerza. Alcanzamos la otra orilla, donde había una pequeña aldea. A partir de allí hicimos una caminata de 5km en el día más caluroso de todo el viaje, con temperatura de 40º. El paisaje era muy árido y seco, con una luz anaranjada.
Llegamos a otra aldea en un terreno plano y bastante seco, con varias chozas circulares. Estaban hechas con cañas troncos y algún trozo de uralita oculto entre las cañas. De algunas chozas donde cocinaban, salía un humillo.
Había algunas
chicas jóvenes peinadas con trencitas, con el pecho descubierto, y que se adornaban con collares, brazaletes en los
brazos y cintas en el pelo. Eran tímidas, pero nos mostraron el interior de las
chozas y accedieron a fotografiarse. Nos mostraron sus Borkotas, los reposacabezas
de madera que utilizaban para dormir y también como asiento. Los etíopes lo
solían transportar cogidos por el asa. La madera estaba labrada, con dibujos
geométricos que variaban según la tribu.
En el exterior de
las chozas, sobre una construcción elevada de troncos, almacenaban el mijo,
sorgo y maíz, para mantenerlo en alto fuera del alcance de los animales.
Utilizaban calabazas para guardar cosas, como en toda Etiopía. Fuera de
las chozas se veía poca gente, y no era extraño con el calor que hacía. Algunos
se agrupaban bajo la sombra de un árbol. Los hombres estaban trabajando en el
campo.
Al final de la excursión y al despedirnos de Guele, nuestro joven guardián del Kalsnikov, le compramos su borkota, que guardamos como recuerdo en casa. El Parque Nacional Omo era Patrimonio de la Humanidad. Fue curioso comprobar como aquellos pueblos mantenían su forma de vida tradicional, en unas condiciones bastante difíciles.