La Península del Peloponeso en Grecia estaba unida al continente por el istmo de Corinto. Su nombre derivaba del héroe mitológico griego Pélope que conquistó la región. Desde Atenas contratamos un tour de un día por Corinto, Micenas, Navplio y Epidauro. La primera parada fue en el Estrecho de Corinto, un canal artificial que unía el Golfo de Corinto con el Mar Egeo, permitiendo el comercio marítimo.
Lo
construyó a finales del s. XIX un ingeniero húngaro, Iván Turr, bajo el
proyecto de Ferdinand de Lesseps. Tenía 6,3km de longitud y solo 21m de
anchura. Se inauguró en 1893 y permitía evitar el rodeo de 400km por la Península
del Peloponeso. Se veían altas paredes de roca arenisca y una estrecha franja
de azul, cruzada por un puente alto. Leímos que cada año pasaban 11.000 barcos,
aunque muchos eran turísticos.
Después fuimos al Anfiteatro de Epidauro, construido en honor al dios-médico Asklipio en el s. IV a.C. Era el modelo de numerosos teatros griegos y el más icónico. Tenía capacidad para 12.000 espectadores y 32 filas de gradas. Era el más grande que habíamos visto, más que el de Herodes Ático en la Acrópolis de Atenas. Decían que su acústica era excepcional. Lo probamos dando palmadas.
Seguimos visitando
el yacimiento arqueológico de la Acrópolis de Micenas, declarada Patrimonio
de la Humanidad. Según la mitología griega, Micenas era el reino del héroe
homérico Agamenón, que luchó en la guerra de Troya para recuperar a Helena.
Homero la describió como una ciudad rica en oro.
Se entraba por la Puerta de los Leones, con dos leones subiendo a una columna, en el dintel. Los leones tallados en la piedra estaban desgastados, pero podía imaginarse la impresión en la antigüedad al atravesar la puerta para entrar en la ciudadela. La puerta pesaba doce toneladas. De la Acrópolis quedaban los llamados Muros Ciclópeos, grandes piedras que formaron una fortificación en ruinas, una cisterna, muretes y estructuras semicirculares.
Había varias
tumbas. Nos impresionó la Tumba de Atreo, llamada el Tesoro. Atreo fue
rey de Micenas. Un amplio pasadizo con murallas llevaba hasta la cámara funeraria,
y el interior era un alto recinto circular. La puerta tenía encima una
ventana triangular abierta en la piedra, por la que entraba la luz. Allí se
encontró la máscara de oro macizo que cubría la cara del finado, y que
se exhibía en el Museo Arqueológico de Atenas.
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