La isla de Naxos
era la más grande de las Islas Cícladas, en el mar Egeo. Tenía la
singularidad de tener un istmo central, en realidad un muelle, que parecía el
camino que llevaba al pueblo blanco. Su capital era Hora (o Chora).
En una colina junto al istmo estaba el Templo de Apolo. Lo que quedaba de él era el dintel de una puerta de piedra que se abría al mar y una estatua femenina de mármol descabezada.
El muelle formaba una
tranquila laguna circular y tenía escalerillas para bajar al agua. Allí nos
bañamos. Algo más frescos recorrimos las calles del pueblo. El barrio de
Kastro tenía casas encaladas y contraventanas azul marinero, adornadas con
buganvillas y otras flores. El pavimento de piedra ribeteado de blanco, como un
mosaico, era parecido al de la isla Mykonos.
El ambiente era muy
tranquilo, con poca gente por las calles. En una terraza del Paseo Marítimo
tomamos hojaldres de espinacas y queso feta, y contemplamos las vistas del mar
Egeo. Al atardecer fuimos a la playa San George, larga y popular.
El segundo día en
Naxos fuimos a las playas del suroeste. Pasamos por las playas Prokopios, Agia
Ana y Plaka, entre otras. Se veían bonitas, largas franjas arenosas con un mar
azul intenso.
En Alyko buscamos la playa Hawai, una auténtica joyita. Era una playa de arena dorada, con una ermita blanca con dos cúpulas azules en un extremo junto al agua. Y estábamos totalmente solos, un auténtico lujo. Luego llegaron en goteo ocho o diez personas que se dispersaron en la franja de arena. El agua verde azul del mar Egeo estaba muy transparente. Nos instalamos con el pareo en el extremo de la ermita y nos dimos unos baños gloriosos. La tranquila Naxos nos gustó mucho, como todas las islas griegas.
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