Desde Abu Dabhi cogimos un bus a la población de Al Ain, dentro del mismo emirato, un trayecto de 156 km por un paisaje desértico, que hicimos en dos horas.
En Al Ain visitamos dos fortalezas-castillo. El primero fue el Fuerte Al Jahili, construido en el s. XIX para defender a la ciudad de ataques hostiles. Era imponente con su entrada flanqueada por dos torreones con estacas y ventanucos y almenas triangulares. Tenía un torreón circular en forma de espiral, tipo zigurat. El perímetro estaba marcado por una muralla, rodeada de palmeras.
En el interior visitamos varias salas con fotografías y vídeos explicando su historia. Nos obsequiaron con café y dátiles en una sala con divanes y cojines. Familias indias con mujeres vestidas con saris se prestaron a fotografiarse con nosotros.
El fuerte Qsar Al Muwaiji, fue el lugar de nacimiento del jeque Khalifa bin Zayed, actual presidente de los Emiratos Árabes Unidos. Había salas con fotos y paneles explicando la vida y milagros del jeque, y algunos objetos.
Otro torreón circular en espiral era el del Museo del Palacio, cerrado temporalmente. Sí pudimos visitar el Museo de Fujairah, arqueológico y etnográfico, muy interesante.
Por la tarde fuimos al Oasis de Al Ain, declarado Patrimonio de la Humanidad. Era un extenso palmeral en un recinto amurallado, con paredes de adobe. Las palmeras datileras ofrecían una sombra que se agradecía con el calor del día.
Vimos el sistema de irrigación con los canales de riego. Había una bonita mezquita en el interior del recinto. Familias de emiratíes paseaban por allí, las mujeres con sus abayas negras y los hombres con sus túnicas blancas.
Al día siguiente fuimos a ver la Montaña Jebel Hafeet, de 1249m de altura, la mas alta de Abu Dhabi, y en la frontera con Omán. Era muy árida, con pocas zonas de verdor. Subimos hasta la cima para contemplar el paisaje y las vistas de la ciudad.
El Mercado de camellos estaba a 12km de Al Ain. Había cientos de camellos agrupados bajo construcciones techadas y con verjas. En la entrada colocaban una cuerda para que no se escaparan.
Los camellos comían y bebían en los abrevaderos. Se movían dentro del recinto, a veces empujándose, y estiraban el cuello para vernos. Nos olían con sus grandes hocicos. Sus ojos negros tenían largas pestañas.
Era un entorno muy abigarrado, un mosaico de jorobas y cuellos, muy fotogénico. Nos recordó el Mercado de Camellos de Nuakchot, en Mauritania, aunque allí estaban libres.
Los camelleros, con sus túnicas blancas con chalecos, deambulaban por allí. Algunos nos saludaban sonriendo y nos invitaban a ver su grupo de camellos. Nos dejaron tocar y acariciar los camellos y bromearon con nosotros.
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