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viernes, 29 de abril de 2011

EL TORTUGUERO

Al Tortuguero solo se podía llegar en barca o en avión por un pequeño aeropuerto. En el embarcadero de La Pavona cogimos una barca entoldada con otras veinte personas, ticos y guiris. El trayecto duró dos horas y fue una maravilla, atravesando el bosque tropical húmedo. El río Suerte llevaba poca agua y varias veces el casco tocó el lecho arenoso. Uno de los boteros impulsaba con una pértiga, y otros bajaron a empujar. Las aguas eran marrón chocolate y arrastraban hojas, ramas y algunos troncos sobre los que crecían plantas. La vegetación en las orillas era frondosa. 




El Tortuguero nos pareció un pueblo tranquilo y aislado, en la costa Atlántica de Costa Rica. Su calle principal estaba encajada entre el mar Caribe y el río Tortuguero. Las casas eran de planta baja, pintadas de colores azul cielo, verde manzana o amarillo. Tenía raíces afrocaribeñas que se reflejaban en la población. La playa era bastante salvaje, con palmeras y arena negra. El Mar Caribe tenía bastante oleaje y se veían las crestas de espuma blanca. Nos bañamos y comprobamos la fuerte resaca.

El Parque Nacional Tortuguero abarcaba la costa, con senderos en el bosque tropical y canales fluviales. Era uno de los lugares más importantes de desove de la tortuga verde y la tortuga laúd. 

Cogimos un bote de remo, sin motor, para navegar por el río Tortuguero, Caño Chiquero y Caño Mora. Fue un placer deslizarse por las aguas tranquilas de los canales en medio del silencio, solo roto por los sonidos de la jungla. Por todas partes había heliconias, las plantas rojas.

Mariposas morpho azules revoloteaban por los canales. El más estrecho era Caño Mora con 3km de largo y 10m de ancho. Vimos la entrada del Caño Harold, reservado para las embarcaciones a motor, y por eso mismo con menos posibilidades de ver vida animal por el ruido.






Vimos varios tipos de aves: la garza tigre juvenil, la aniaga o la oropéndola Montezuma. También monos Congo agitando las altas ramas de los árboles. Comían 10% frutos y 90% de hojas. En el Parque había otros dos tipos de monos, los monos araña y los monos carablanca o capuchinos. Vivían en grupos de 15 a 20 ejemplares. Vimos un basilisco verde con su cresta, intentando pasar desapercibido entre las hojas.




Encontramos varios caimanes. No eran tan grandes como otros de sus primos, como los cocodrilos australianos, pero no dejaban de impresionar. No solía ser peligrosos; se alimentaban de peces, anfibios y otros animales. Flotaban por la superficie del agua apenas unos centímetros y se distinguía su lomo, la cabeza con el ojo atento, y la mandíbula dispuesta a abrirse en cualquier momento. Alguno de ellos se volteó al acercarnos, y oímos el chapoteo en el agua de otros. Después de tres horas navegando en el bote de remos contemplando la naturaleza exuberante, regresamos a El Tortuguero.

Contratamos una excursión para ver a las tortugas. Partimos a las diez de la noche con Roberto, nuestro guía, y otras cuatro personas. Caminamos por la playa en total oscuridad, no había luna y apenas distinguíamos algún tronco en la arena. Roberto llevaba una linterna de luz roja, pero apenas la encendió. Caminamos a buen paso durante una hora sin ver ninguna tortuga hasta llegar al aeropuerto. Allí nos sentamos en un tronco para escuchar a Roberto. 

La excursión no garantizaba ver tortugas, eran sinceros. La mejor época para ver a la tortuga verde era julio y agosto. Pero en abril y mayo desovaba la tortuga laúd, la mayor del mundo, que podía llegar a medir 2m y pesar 500kg. Nos explicó que la mayoría de las tortugas hembra comparten un instinto que las hace volver a la playa en que nacieron para poner sus huevos. Anidan cada dos o tres años y, en función de las especies, pueden volver a la costa a poner huevos hasta diez veces en una temporada.

Emprendimos el camino de regreso pensando que ya no las veríamos. Estábamos un poco decepcionados y, de repente Roberto se agachó y se quedó inmóvil. Había visto una tortuga laúd enorme. Medía 1,6m y pesaba 400kg. La iluminó brevemente con su linterna de tenue luz roja, y nos situamos a su espalda. El caparazón y la cabeza eran muy grandes, con papada, ojos llorosos por la irritación de la sal, y llena de motas blancas. La cola terminaba en pico, y con las aletas excavaba un hoyo circular en la arena. La arena que echaba hacia atrás llegó a mis piernas. 

Nos contaron que cada tortuga depositaba de 80 a 120 huevos. Luego los cubrían con la arena para protegerlos, e incluso podían llegar a crear un falso nido en otro lugar para confundir a los depredadores. El periodo de incubación variaba de 45 a 70 días, después las crías rompían los huevos con la ayuda de unos dientes temporales y se dirigían al océano en pequeños grupos, moviéndose lo más rápido posible para evitar la deshidratación y los depredadores. Una vez llegan al mar, aún tenían que nadar un mínimo de 24 horas para alcanzar aguas profundas. Fue fantástico contemplar a la tortuga en su entorno natural.

Foto cortesía de Google



jueves, 28 de abril de 2011

MANZANILLO, PURA VIDA

“Pura vida” es la expresión que más escuchamos en nuestro recorrido por Costa Rica. Un país que es pura naturaleza, pura vegetación tropical, puro verde por todas partes. Un país que tiene protegido gran parte de su territorio en Parques Nacionales y reservas de fauna y flora. Han apostado por la ecología porque saben que es su riqueza y su futuro.


Manzanillo es un tranquilo pueblecito de unos seiscientos habitantes, en la costa Atlántica, bañado por las aguas del Caribe. Las guías lo definían como un vivo reducto de cultura afro-caribeña, que se refleja en las pieles canelas o negras de sus pobladores, en los peinados de trencitas rastas, en la cocina y en la música, entre otras cosas. También decían que era la playa más fotogénica de la costa caribeña. Las imágenes son de Punta Manzanillo, una cala semicircular con una gran roca horadada en el mar. La playa de arena dorada estaba repleta de palmeras, cientos de ellas en una ancha franja. 



Caminamos por un sendero interior paralelo al mar. Pisábamos raíces de grandes árboles, troncos y hojarasca caída, que con su putrefacción contribuía a alimentar la selva tropical. Íbamos totalmente solos. Con el calor y la humedad fuimos alternando baños y tramos por la arena con tramos por el sendero interior. A ratos se oía el alboroto inquietante de los monos aulladores, que llaman congos. Otras veces oíamos cantos de aves, el concierto de los insectos y crujidos de ramas. Varios animales salieron a nuestro encuentro. Hasta el paseo por la carretera era como hacer una excursión, por la densa vegetación y naturaleza exuberante.

Paseamos hacia Punta Uva, el lado izquierdo del pueblo. En aquella zona había más oleaje y más corrientes, y advertían de los peligros de la resaca, no aconsejaban el baño. Nos alojamos en unas cabañas rodeadas de jardines tropicales con plantas y flores entre las que revoloteaban colibrís. Un lugar precioso.

Esa fue una de las etapas del viaje por la preciosa Costa Rica. Pura naturaleza, pura vida, pura gente.









martes, 26 de abril de 2011

VOLCÁN EL ARENAL

 

Desde Monteverde fuimos a la Laguna Arenal, donde cogimos una barca hasta el pueblo La Fortuna. En la laguna podía verse al fondo el cono perfecto del Volcán Arenal, muy puntiagudo. Cruzamos la laguna de aguas tranquilas y limpias. En la orilla encontramos una garza blanca, dándonos la bienvenida. Nos dijeron que la garza se llamaba Samantha Carolina.


El volcán se distinguía al fondo de todas las calles del pueblo, una mole de presencia imponente. Dimos un paseo a caballo hasta la Catarata La Fortuna. Mi caballo se llamaba Tito. Nos dieron un casco, y nos enseñaron a jalarlo (frenarlo) y coger las riendas para dirigirlo. Si el caballo bajaba por desniveles, debíamos inclinar el cuerpo hacia atrás. Lecciones básicas. Con una mano cogíamos las riendas y con la otra nos agarrábamos a la silla de montar. En el camino cruzamos un par de riachuelos. El volcán vigilaba nuestro camino.

Al cabo de un rato llegamos a la Catarata La Fortuna. A lo lejos se distinguía la catarata entre la espesura. Bajamos bastantes escaleras, cruzamos un río por un puente colgante y nos encontramos frente a la catarata de 70m de altura, entre helechos y entorno selvático. El chorro caía espumoso y con fuerza en una poza de aguas verdes. Nos bañamos en las aguas frescas, que aliviaron el calor del camino. En el camino de regreso el caballo se volvió más díscolo y trotón, tal vez por las ganas de llegar al establo. 



Visitamos el Santuario de plantas y mariposas. Había orquídeas, aves del paraíso y otras flores. En un recinto cerrado estaban las mariposas, que solo dejaban de revolotear para probar el néctar dulce de los trozos de piña madura. En el camino de regreso el caballo se volvió más díscolo y trotón, tal vez por las ganas de llegar al establo. 




Al día siguiente hicimos una caminata para acercarnos lo más posible al volcán, todo lo que estaba permitido. En Costa Rica había más de 300 volcanes. El volcán El Arenal tenía 4000 años de antigüedad y en ese periodo había erupcionado diez veces, la última en 1990. Antes estaban permitidas las excursiones por la ladera y se veía la lava. Pero fallecieron dos personas y un guía por las emanaciones tóxicas, y se prohibió. Se veían fumarolas en el lateral derecho.

Caminamos por la jungla entre raíces de árboles y hojarasca, subimos tramos muy empinados. El ambiente era muy húmedo y bochornoso. Llegamos a un mirador con el imponente volcán frente a nosotros. Se distinguían la formación de piedras de lava que se acumulaban hasta que algún día cayeran en avalancha, como un alud de nieve. La ladera del volcán era una mezcla de cenizas y grupos de árboles verdes. Para volver seguimos el cauce de un río seco lleno de piedras de lava y cenizas. Se hizo de noche y sacamos las linternas. La caminata fue de dos horas y nos ganamos la cena.



domingo, 24 de abril de 2011

EL BOSQUE TROPICAL DE MONTEVERDE

En Monteverde hicimos una excursión por el bosque tropical nuboso, guiados por Sergio, que nos dio interesantes explicaciones. El bosque era más oscuro por la gran densidad de plantas y vegetación, y más frío y húmedo. Formaba lo que llamaban “canopy”, palabra de procedencia latina, que podía traducirse como dosel o bóveda vegetal, que se cerraba sobre nosotros. 

Fuimos caminando por pasarelas metálicas pintadas de verde, y atravesamos varios puentes colgantes a unos 25m de distancia del suelo. Eso nos permitía contemplar mejor los árboles, sus copas, troncos y raíces aéreas. Había muchos hongos, musgos y líquenes (la simbiosis entre algas y hongos). Vimos el esqueleto de varias hojas, de las que solo quedaba el entramado seco, comidas por los hongos. 


Vimos el aguacatillo, el árbol del aguacate, que podía vivir hasta 300 años. Los más comunes eran los árboles llamados María por su flor blanca, o “lengua de vaca” por la forma de sus hojas. También había altos y gruesos cedros, de unos 45m de alto y madera rojiza. El bejuco de agua era un tipo de liana que tardaba 60 años en crecer, y el árbol que llaman estrangulador o matapalo. Resaltaban algunas flores de colores, llamativas entre el verdor. 

Había muchas plantas epífitas, que crecían sobre otras plantas o árboles. El nombre también provenía del latín: “epi” (sobre) y “fita” (planta). Sergio nos explicó la diferencia entre el bosque primario, que no había sido alterado en su equilibrio y era más oscuro y denso, y el bosque secundario, que había sido quemado o alterado. Nos mostró zonas de ambos.



Aquel era el hábitat del mítico quetzal, un ave que se dejaba ver poco. Vimos nidos en la hojarasca y otras aves y una pava grande sobre una rama. En el hueco de un árbol hurgó con un palo y salió una tarántula peluda a ver quien la molestaba. Las tarántulas ponían 200 huevos. Las hembras eran más grandes y vivían 15 años, y los machos vivían 5 o 7 años. Nos dijeron que su picadura no era venenosa y mortal, solo era irritante. Fue una excursión interesante y didáctica.



Hicimos otra excursión nocturna. Íbamos en fila, con linterna, y nos parábamos cuando oíamos algún ruido de la hojarasca o una rama crujiendo. Lo primero que vimos fue una mariposa morpho de color azul cielo, endémica de Costa Rica. Con su revoloteo parecía darnos la bienvenida. En seguida encontramos un perezoso en las ramas altas de un árbol. Dormían entre dieciocho y veinte horas, como los koalas australianos, y su periodo activo era nocturno. Eran animales de rutinas cíclicas y si se les encontraba en un árbol era probable que volvieran a él.

Tuvimos la suerte de encontrar un armadillo medio oculto bajo un tronco. Tenía el lomo listado y el hocico alargado. Posó para nosotros de espalda, de perfil y de frente. También encontramos una zarigüeya o zorro en las ramas altas, de la que vimos sus ojos amarillos. Vimos el insecto-palo parado en la parte de atrás de una hoja, y un insecto muy curioso llamado carbunco, que tenía dos luces anaranjadas como si fueran ojos. Como sonido de fondo teníamos el canto de miles de grillos y otros insectos. Cuando apagamos las linternas vimos las luciérnagas voladoras, y las estrellas del firmamento se distinguían con un brillo intenso.