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martes, 26 de abril de 2011

VOLCÁN EL ARENAL

 

Desde Monteverde fuimos a la Laguna Arenal, donde cogimos una barca hasta el pueblo La Fortuna. En la laguna podía verse al fondo el cono perfecto del Volcán Arenal, muy puntiagudo. Cruzamos la laguna de aguas tranquilas y limpias. En la orilla encontramos una garza blanca, dándonos la bienvenida. Nos dijeron que la garza se llamaba Samantha Carolina.


El volcán se distinguía al fondo de todas las calles del pueblo, una mole de presencia imponente. Dimos un paseo a caballo hasta la Catarata La Fortuna. Mi caballo se llamaba Tito. Nos dieron un casco, y nos enseñaron a jalarlo (frenarlo) y coger las riendas para dirigirlo. Si el caballo bajaba por desniveles, debíamos inclinar el cuerpo hacia atrás. Lecciones básicas. Con una mano cogíamos las riendas y con la otra nos agarrábamos a la silla de montar. En el camino cruzamos un par de riachuelos. El volcán vigilaba nuestro camino.

Al cabo de un rato llegamos a la Catarata La Fortuna. A lo lejos se distinguía la catarata entre la espesura. Bajamos bastantes escaleras, cruzamos un río por un puente colgante y nos encontramos frente a la catarata de 70m de altura, entre helechos y entorno selvático. El chorro caía espumoso y con fuerza en una poza de aguas verdes. Nos bañamos en las aguas frescas, que aliviaron el calor del camino. En el camino de regreso el caballo se volvió más díscolo y trotón, tal vez por las ganas de llegar al establo. 



Visitamos el Santuario de plantas y mariposas. Había orquídeas, aves del paraíso y otras flores. En un recinto cerrado estaban las mariposas, que solo dejaban de revolotear para probar el néctar dulce de los trozos de piña madura. En el camino de regreso el caballo se volvió más díscolo y trotón, tal vez por las ganas de llegar al establo. 




Al día siguiente hicimos una caminata para acercarnos lo más posible al volcán, todo lo que estaba permitido. En Costa Rica había más de 300 volcanes. El volcán El Arenal tenía 4000 años de antigüedad y en ese periodo había erupcionado diez veces, la última en 1990. Antes estaban permitidas las excursiones por la ladera y se veía la lava. Pero fallecieron dos personas y un guía por las emanaciones tóxicas, y se prohibió. Se veían fumarolas en el lateral derecho.

Caminamos por la jungla entre raíces de árboles y hojarasca, subimos tramos muy empinados. El ambiente era muy húmedo y bochornoso. Llegamos a un mirador con el imponente volcán frente a nosotros. Se distinguían la formación de piedras de lava que se acumulaban hasta que algún día cayeran en avalancha, como un alud de nieve. La ladera del volcán era una mezcla de cenizas y grupos de árboles verdes. Para volver seguimos el cauce de un río seco lleno de piedras de lava y cenizas. Se hizo de noche y sacamos las linternas. La caminata fue de dos horas y nos ganamos la cena.



martes, 20 de abril de 2010

LOS MONOS DE JIGOKUDANI (地獄谷野猿公苑)




 
Japón es un país volcánico, por lo que tiene numerosos baños termales. Son baños tradicionales que reciben el nombre de onsen. Me resultó curioso comprobar que hasta los monos tenían su propio onsen natural. Desde Nagano cogimos un tren hasta Yudanaka, un trayecto de una hora. Y en Yudanaka un autobús nos llevó en diez minutos al área del Parque de Jigokudani. Caminamos envueltos en niebla a través de un sendero en el bosque, durante dos kilómetros. Las brumas le daban un aire fantasmagórico. Al rato salió algún mono a recibirnos.
La poza termal era una piscina de agua caliente rodeada de piedras, junto a un río. Del agua emanaba un vapor blanquecino que se confundía con la niebla. Cuando llegamos había cinco monos en la poza, ocupados en comer unas pequeñas semillas que recogían del fondo con sus negras manos. Tenían el pelo rubio blanquinoso, la cara muy roja y los ojos brillantes. Nos miraban fijamente pero luego giraban la cara y seguían ocupados en sus quehaceres. Si te interponías en su camino, se volvían agresivos, gruñían y enseñaban los dientes, por lo que les cedíamos el paso amablemente.


 
De cerca se veía que la nariz estaba aplanada, casi no tenían cartílago. Se veían muchos por los alrededores, bajaban de la montaña y se movían constantemente. Los vimos grandes y pequeños, madres amamantando y transportando a sus crías, parejas acurrucadas, machos grandes y solitarios. Su mirada era casi humana.
 Leímos que era una colonia de doscientos macacos, de una especie de los más inteligentes. Eran conocidos como los “monos de nieve” porque durante cuatro meses vivían rodeados de nieve. El río bajaba con fuerza, con chorros de espuma blanca, y sus aguas estaban heladas. Los monos preferían las aguas calientes de la poza, que les ayudaban a soportar la dureza del invierno japonés. Pensé que no había mejor muestra de inteligencia y de adaptación al medio que esa.
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego