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martes, 2 de diciembre de 2014

EL SUEÑO DE CARDENAL

 
 

En el interior del lago Nicaragua está el archipiélago Solentiname. Una de sus islas es Mancarrón y allí está la pequeña y modesta iglesia en la que predicó Ernesto Cardenal. ¿Quién es Ernesto Cardenal? No pretendo hacer un retrato de él aquí. Ya está escrito que fue uno de los ideólogos de la Teología de la Liberación, poeta, sacerdote, idealista, visionario, traductor, escultor, revolucionario, guerrillero sandinista y ministro de Cultura en el gobierno de Ortega. Un personaje controvertido, polémico, con partidarios y detractores. Una vida poliédrica.





Mancarrón fue el lugar donde Ernesto Cardenal se estableció y fundó su comunidad. Ayudó a la reconstrucción de la Iglesia de Nuestra Señora de Solentiname, y allí celebraba sus misas y reuniones con la comunidad. La Iglesia era blanca con tejadillo rojo y la parte frontal tenía mosquiteras de colores. Estaba cerrada, tuvimos que buscar a la señora Esperanza, la cuidadora, para que cogiera las llaves y la abriera. El interior de la iglesia era naïf total, diferente a cualquier iglesia que hubiéramos visto nunca. El altar estaba adornado con cenefas geométricas, y en las paredes había dibujos multicolores representando la vida en la isla: gallos, casas, peces, barcos, árboles…Sobre la cruz central un gran pavo real con las plumas extendidas.



La señora Esperanza nos explicó que cuando llegó Ernesto en 1966 les daba a los niños papel en blanco para que dibujaran, y cuando se reconstruyó  la iglesia años después el arquitecto preservó esos dibujos. Sentados en aquellos bancos tuvimos una larga charla con Esperanza en la que nos dijo que Ernesto empezó a predicarles sobre la injusticia de su pobreza, sobre sus carencias en educación y sanidad, sobre sus duras condiciones de vida. Les planteaba temas como que no tenían que aceptar que la muerte de un hijo era voluntad divina. Eso era lo que predicaba la religión establecida: resignación y conformismo. Él lo cuestionó.

 

De todos modos, Esperanza creía que no todo el mundo lo entendió, que él caminaba por delante. Ella se unió a la guerrilla sandinista a los veintidós años, y Cardenal también apoyó el Frente Sandinista, lo que le valió muchas críticas y su salida de la Iglesia Católica tradicional. El testimonio de Esperanza me emocionó. Cardenal todavía vive, tiene ochenta y nueve años. Desde aquí le rindo mi pequeño homenaje. Y es indudable que es un personaje que forma parte de la historia y que ha dejado huella. Me pregunto qué pensará el actual Papa Francisco sobre él. Buscó la justicia social, un mundo mejor. Un soñador. ¿Un soñador?

 

© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego


PLAYAS DE NICARAGUA

 
 



En un viaje las playas no son mi prioridad, es el conjunto del país lo que me interesa y despierta curiosidad, pero no dejo de admirar su belleza ni de disfrutarlas. Con un litoral de 2.141km, Nicaragua es uno de los países del mundo dotado de playas paradisíacas de gran belleza. Tal vez no tengan el renombre de otros lugares, pero sin duda lo merecen.

Los Pearl Keys (Cayos de la Perla) eran maravillosos islotes de arena blanca con palmeras, rodeados del verdeazulado mar Caribe. Se llega a ellos en barca desde Bluefields, una población de la costa caribeña, considerada el corazón de la cultura criolla, con población negra, algunos rastas y música reggae. Tienen la particularidad de que su primera lengua es el inglés. Los Cayos son unas dieciocho islas, y la mayoría son propiedad privada de suizos, canadienses o americanos ricos. De todos modos, los dueños casi nunca están, y más o menos toleran que las barcas con turistas hagan una parada en la isla en su ausencia.

 

A las Islas del Maíz puede llegarse también desde Bluefields, en un corto trayecto de veinticinco minutos de avioneta o en varias horas de barco, cuyas salidas no son diarias. Estábamos dispuestos a ir en barco, pero nuestro transporte “se fregó”, según nos dijeron en Capitanía General, y optamos por la avioneta. Antes de partir, además de pesar el equipaje, nos pesaron a todos los pasajeros.

En las islas del Maíz, puede hacerse buceo con tubo para ver pecios, además de peces entre corales. Se puede nadar entre restos de galeones españoles hundidos, con sus grandes anclas y cañones oxidados.  




Además hay fantásticas playas fluviales de agua dulce alrededor del Lago Nicaragua, por ejemplo en la idílica Isla Ometepe, como la Playa Santo Domingo, Charco Verde o Playa Bancón, desde las que se contempla el cono perfecto de los volcanes nicaragüenses.
Otras playas como la de Jiquilillo, en el litoral del Pacífico, tienen encanto por conservar su vida marinera, con la salida diaria de barcas de pescadores. Jiquilillo tenía la arena más oscura de origen volcánico. Por tener más oleaje son las preferidas por los surferos de todos los rincones.
 
© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

VOLCANES DESPIERTOS Y SEÑALES





Nicaragua es un país de selvas, lagos y volcanes. Tiene más de veinte volcanes, y siete de ellos están activos. Lo que no imaginé era encontrar en varios lugares señales indicando la ruta de evacuación.

La última erupción fue la del Volcán San Cristóbal en 2012. Los volcanes estaban presentes en todo el país: el Mombacho con su cono perfecto en la ciudad colonial de Granada, el Concepción y el Maderas en la isla de Ometepe o el Momotombo en la ciudad colonial de León fueron algunos de los que vimos. Ascendimos al Volcán Masaya, conocido como “Puerta del Infierno”. Había entrado en erupción en 2003, provocando una nube de 4,6km. de altura, según leímos. Debido al terremoto del 10 de abril del 2014, el Instituto Sismográfico había anunciado riesgo de movimientos telúricos. Por eso y por el aumento de emisión de gases sulfurosos tóxicos habían cerrado el último tramo de ascensión al volcán, una escalera de 170 escalones. Aún así, pudimos asomarnos al borde del cráter y vimos la fumarola. Un paisaje árido y fantasmagórico, un tanto inquietante.



Otra señal curiosa fue la del cangrejo, encontrada en la isla de Ometepe en el Lago Nicaragua. El país tiene costa en el Pacífico, costa Caribe, y numerosos lagos y ríos. Así que abunda el pescado y los crustáceos como langostas, camarones y cangrejos. Íbamos en bicicletas, por senderos paralelos a la playa, pero ningún cangrejo se cruzó en nuestro camino. Otras aventuras nos esperaban.


© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

UNA NOCHE EN RÍO SAN JUAN


 


Partimos desde el muelle de El Castillo, contemplando los palafitos. Armados con una potente linterna recorrimos un tramo del río San Juan, ya en plena oscuridad. De vez en cuando el barquero disminuía la velocidad o paraba, y enfocaba las orillas con el haz de luz, buscando entre la maleza. Sólo veíamos un muro vegetal verde, y escuchábamos el silencio de la jungla, sin atrevernos a interrumpirlo.
 
De repente, el barquero metió la mano en el agua, se oyó un chapoteo, y apareció un pequeño caimán. Medía unos dos palmos. Debía tener un año; los caimanes podían vivir más de cincuenta años. Vimos sus diminutos y afilados dientes, y tocamos sus duras escamas. El ojo verde, con pupila alargada, tenía una membrana doble; era como una persiana que le protegía del exterior. Quisimos observarlo de cerca y tocar su piel fría y resbaladiza, y después de unos minutos lo devolvimos al agua.
Animados seguimos el recorrido nocturno. El siguiente hallazgo fue una tortuga de unos veinte centímetros. La subimos a la barca y estuvimos observando como sacaba su largo cuello del caparazón, sus patas y sus afiladas uñas. La parte inferior era como un cartílago duro amarillento. La devolvimos al agua y desapareció en segundos.






El último encuentro fue con un Basilisco de color verde intenso. Era una especie de camaleón con cresta y larga cola, un dragón en miniatura. El basilisco era el único lagarto que podía caminar sobre el agua. Parecía un animal prehistórico. Su color verde era muy brillante, con pequeñas manchas de otros tonos verdosos. Tal vez en venganza por haberle interrumpido su rutina, mordió la mano del barquero, un aviso para los visitantes curiosos. Lo dejamos sobre un tronco de árbol próximo a la orilla.

 
En la oscuridad de la noche brillaba el firmamento y se distinguían con nitidez las constelaciones. Orión entre ellas. Y en las aguas del río San Juan la vida animal seguía su curso, y se reflejaban todas las estrellas.
 
© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

EL CASTILLO DE RÍO SAN JUAN

 
 

 
Por el mítico río San Juan entraron desde el Caribe los conquistadores españoles y los piratas británicos y franceses. Los españoles construyeron varias fortalezas en el río, teóricamente para proteger a la población de los ataques de los piratas, y de paso proteger sus posesiones de conquistadores.



 
Fuimos navegando en una barcaza y la población de El Castillo apareció en un recodo del río, coronada por la fortaleza española del s. XVII. Estaba reconstruido con sus muros de piedra oscura, sus arcos, ventanucos desde los que asomarse, y sus troneras con algún cañón oxidado. Lo bonito eran las vistas panorámicas del río y del pueblo, con sus senderos sombreados de mangos, cocoteros, naranjos y almendros, y el río serpenteando entre las orillas verdes.. En su interior un pequeño museo exhibía restos de barcos hundidos, como una caja fuerte oxidada, botellas y otros objetos de la época. También explicaba como los piratas, bucaneros y filibusteros infestaban el Mar Caribe y atacaban a los galeones españoles cargados de mercancías valiosas.


 
Los piratas eran los que asaltaban barcos con la aprobación de la corona, como Francis Drake, que atacó la ciudad de Granada y quiso ofrecérsela a la reina británica. Creo que los bucaneros vendían carne de cerdo ahumada a los barcos, y de vez en cuando los asaltaban. Supongo que los piratas como Drake, también apreciarían la belleza del río San Juan y de sus puestas de sol.


© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

RESERVA INDIO MAÍZ

 

 
La entrada estaba custodiada por un puesto militar. Paramos y apuntamos nuestros nombres en el registro. Para llegar a la Reserva Biológica Indio Maíz había que coger una barca por el río San Juan. La reserva debía su nombre a los ríos Indio y río Maíz.
Emprendimos la caminata por la selva, pisando hojarasca y raíces entrelazadas; había tramos pantanosos y con lodo. Nuestro guía se llamaba Darwin, como el naturalista. Nos contó que su padre eligió el nombre en recuerdo de un amigo profesor, de los que iban en brigadas educativas itinerantes a enseñar a los pueblos. El profesor falleció en un barco en uno de los traslados. Darwin resultó ser un guía excelente, nos mostró plantas trepadoras que adherían sus hojas al tronco, como si fuera un tatuaje. Las lianas estranguladoras abrazaban los troncos de los árboles, en su afán por ascender en la selva buscando la luz. Se veían troncos trenzados y eran las lianas robustecidas, que habían exterminado a su árbol parasitado.





La zona se llamaba Aguas Frescas, pero hacía un calor húmedo tropical y teníamos la sensación de estar en una sauna. Los altos troncos de los árboles se elevaban buscando la luz solar. Había ceibas, palmeras, cedros y árboles del caucho. En Nicaragua había dejado de producirse caucho, aunque vimos las antiguas cicatrices en la corteza para extraer la savia blanca gomosa. En Brasil todavía existían las plantaciones de caucho, en las que habían trabajado duramente los esclavos en el pasado.

En el terreno había arañas, hormigas cortadoras de hojas, transportando sus trocitos verdes laboriosamente; termitas en nidos porosos de tierra; y la famosa “hormiga bala”. La hormiga bala debía su nombre a que si te picaba inyectándote el ácido fórmico, el dolor era parecido al recibir un proyectil de bala. Tenía tres cuerpos globulosos y medía unos dos centímetros, te clavaba sus mandíbulas y…Nos alegramos de habernos puesto botas con calcetines.


 
También había otras muestras de vida más amables, como una flor rojo intenso llamada por los nicas “labios de mujer” o “beso de mujer” o “labios de payaso”, al gusto. O la bonita mariposa Morpho, negra y azul eléctrico, que tenía en sus alas escamas que repelían el polvo. La simpática rana “Bluejeans” era roja y con las patas azules, como si llevara puestos unos pantalones tejanos. Más tarde supimos que los indios extraían de esas ranitas veneno para impregnar sus flechas. La caminata por la selva y la compañía y explicaciones de Darwin fue uno de nuestras mejores experiencias en Nicaragua.




© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

PINTURAS NICARAGÜENSES


 
Coloridas, abigarradas, repletas de figuras, mujeres con vestidos multicolores y hombres con sombreros trabajando la tierra o en festividades, casas de tejadillos rojos, iglesias, y plazoletas. Y siempre dentro del marco de una explosión de naturaleza con verdes montañas, volcanes, lagos y palmeras por todas partes.
Julio Cortázar en su viaje al país en los años ochenta ya se fijó admirativamente en las pinturas nicaragüenses y escribió sobre ellas en su libro “Nicaragua, tan violentamente dulce”, una de las lecturas que me acompañaron.





En las tiendas de artesanía ofrecían pequeños cuadros de escenas de ese tipo, pero fue en galerías donde vimos las mejores muestras. Era un estilo naïf; algunos dirían que con cierto infantilismo o ingenuidad, pero transmitía mucho más. Cada lienzo estaba lleno de pequeños detalles, que atrapaban la mirada del espectador y le hacían fijarse en cada centímetro de lo que plasmó el artista. Pero sobretodo, eran pinturas llenas de vida, una de las múltiples formas de expresar el latido del pueblo nicaragüense.
 

 
 
© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

martes, 24 de mayo de 2011

LA PLAYA PANAMEÑA DE LAS ESTRELLAS





“No dejéis de ir a la Star Beach”, nos recomendaron en nuestra estancia en Panamá. Estábamos en Bocas del Toro, un archipiélago cercano a la frontera con Costa Rica. Desde Almirante cogimos una lancha hasta la isla Colón. Nos alojamos en un hostal de madera pintada de vivos colores, propiedad de un catalán de Vilassar de Mar, que cambió el Mediterráneo por el Caribe. Era una de las típicas casas caribeñas, de madera con porche y dos plantas de altura. En la plaza de la isla cogimos un autobús local hasta Bocas del Drago, donde estaba la Star Beach.

Confieso que desconocía que las estrellas de mar son animales (equinodermos) con estómago e intestino. También tienen pequeños pies que les permiten el desplazamiento. Las estrellas estaban muy cercanas a la orilla, de aguas transparentes. Puro Caribe. Mientras estábamos tumbados en la arena dorada de la preciosa playa de Bocas del Drago, las estrellas se desplazaron lenta, pero constantemente, respecto a nuestra posición. Los pies móviles se denominan “pies ambulacrales”. Nos divertía comprobar que la que estaba junto a nosotros llegaba hasta una barca varada, o que otra de ellas se movía hasta la palmera inclinada. Porque la playa de Bocas del Drago tenía decenas de palmeras inclinadas hacia la orilla del agua.


 
 
Se alimentan de moluscos, crustáceos y otros animales marinos. Tienen un cuerpo formado por un disco pentagonal con cinco brazos o más. Se conocían más de 2000 especies, y las de esta zona eran anaranjadas, aunque en África las habíamos visto de color azul eléctrico.
Un cartel advertía de la prohibición de tocar las estrellas, para evitar dañarlas. La tentación era grande, pero respetamos su bella fragilidad. Creo que nos lo agradecieron, quedándose más tiempo junto a nosotros.
 
© Copyright 2011 Nuria Millet Gallego

viernes, 29 de abril de 2011

EL TORTUGUERO

Al Tortuguero solo se podía llegar en barca o en avión por un pequeño aeropuerto. En el embarcadero de La Pavona cogimos una barca entoldada con otras veinte personas, ticos y guiris. El trayecto duró dos horas y fue una maravilla, atravesando el bosque tropical húmedo. El río Suerte llevaba poca agua y varias veces el casco tocó el lecho arenoso. Uno de los boteros impulsaba con una pértiga, y otros bajaron a empujar. Las aguas eran marrón chocolate y arrastraban hojas, ramas y algunos troncos sobre los que crecían plantas. La vegetación en las orillas era frondosa. 




El Tortuguero nos pareció un pueblo tranquilo y aislado, en la costa Atlántica de Costa Rica. Su calle principal estaba encajada entre el mar Caribe y el río Tortuguero. Las casas eran de planta baja, pintadas de colores azul cielo, verde manzana o amarillo. Tenía raíces afrocaribeñas que se reflejaban en la población. La playa era bastante salvaje, con palmeras y arena negra. El Mar Caribe tenía bastante oleaje y se veían las crestas de espuma blanca. Nos bañamos y comprobamos la fuerte resaca.

El Parque Nacional Tortuguero abarcaba la costa, con senderos en el bosque tropical y canales fluviales. Era uno de los lugares más importantes de desove de la tortuga verde y la tortuga laúd. 

Cogimos un bote de remo, sin motor, para navegar por el río Tortuguero, Caño Chiquero y Caño Mora. Fue un placer deslizarse por las aguas tranquilas de los canales en medio del silencio, solo roto por los sonidos de la jungla. Por todas partes había heliconias, las plantas rojas.

Mariposas morpho azules revoloteaban por los canales. El más estrecho era Caño Mora con 3km de largo y 10m de ancho. Vimos la entrada del Caño Harold, reservado para las embarcaciones a motor, y por eso mismo con menos posibilidades de ver vida animal por el ruido.






Vimos varios tipos de aves: la garza tigre juvenil, la aniaga o la oropéndola Montezuma. También monos Congo agitando las altas ramas de los árboles. Comían 10% frutos y 90% de hojas. En el Parque había otros dos tipos de monos, los monos araña y los monos carablanca o capuchinos. Vivían en grupos de 15 a 20 ejemplares. Vimos un basilisco verde con su cresta, intentando pasar desapercibido entre las hojas.




Encontramos varios caimanes. No eran tan grandes como otros de sus primos, como los cocodrilos australianos, pero no dejaban de impresionar. No solía ser peligrosos; se alimentaban de peces, anfibios y otros animales. Flotaban por la superficie del agua apenas unos centímetros y se distinguía su lomo, la cabeza con el ojo atento, y la mandíbula dispuesta a abrirse en cualquier momento. Alguno de ellos se volteó al acercarnos, y oímos el chapoteo en el agua de otros. Después de tres horas navegando en el bote de remos contemplando la naturaleza exuberante, regresamos a El Tortuguero.

Contratamos una excursión para ver a las tortugas. Partimos a las diez de la noche con Roberto, nuestro guía, y otras cuatro personas. Caminamos por la playa en total oscuridad, no había luna y apenas distinguíamos algún tronco en la arena. Roberto llevaba una linterna de luz roja, pero apenas la encendió. Caminamos a buen paso durante una hora sin ver ninguna tortuga hasta llegar al aeropuerto. Allí nos sentamos en un tronco para escuchar a Roberto. 

La excursión no garantizaba ver tortugas, eran sinceros. La mejor época para ver a la tortuga verde era julio y agosto. Pero en abril y mayo desovaba la tortuga laúd, la mayor del mundo, que podía llegar a medir 2m y pesar 500kg. Nos explicó que la mayoría de las tortugas hembra comparten un instinto que las hace volver a la playa en que nacieron para poner sus huevos. Anidan cada dos o tres años y, en función de las especies, pueden volver a la costa a poner huevos hasta diez veces en una temporada.

Emprendimos el camino de regreso pensando que ya no las veríamos. Estábamos un poco decepcionados y, de repente Roberto se agachó y se quedó inmóvil. Había visto una tortuga laúd enorme. Medía 1,6m y pesaba 400kg. La iluminó brevemente con su linterna de tenue luz roja, y nos situamos a su espalda. El caparazón y la cabeza eran muy grandes, con papada, ojos llorosos por la irritación de la sal, y llena de motas blancas. La cola terminaba en pico, y con las aletas excavaba un hoyo circular en la arena. La arena que echaba hacia atrás llegó a mis piernas. 

Nos contaron que cada tortuga depositaba de 80 a 120 huevos. Luego los cubrían con la arena para protegerlos, e incluso podían llegar a crear un falso nido en otro lugar para confundir a los depredadores. El periodo de incubación variaba de 45 a 70 días, después las crías rompían los huevos con la ayuda de unos dientes temporales y se dirigían al océano en pequeños grupos, moviéndose lo más rápido posible para evitar la deshidratación y los depredadores. Una vez llegan al mar, aún tenían que nadar un mínimo de 24 horas para alcanzar aguas profundas. Fue fantástico contemplar a la tortuga en su entorno natural.

Foto cortesía de Google