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jueves, 1 de noviembre de 1990

SULAWESI, CASAS TORAJAS Y FUNERALES


Viajamos a Indonesia en noviembre de 1990, y visitamos cuatro de sus islas: Sulawesi (el nombre indonesio de la isla Célebes), Bali, Java y Lombok. Desde Ujung Pandang, la capital de Sulawesi, fuimos a Rantepao, en el norte de la isla. Queríamos conocer la región Tana Toraja. El paisaje era un valle con arrozales, atravesado por el río Sadan.

Las casas tradicionales de los indios Torajas tenían forma de barco, porque originariamente fueron barcos que vinieron de Indochina y fueron utilizados como vivienda, se mantuvo la tradición de construirlas con aquella forma. Las casas de madera estaban decoradas con grabados con motivos geométricos, en colores negro, rojo, naranja y varios tonos tostados. Además, tenían ornamentos de cuernos y cabezas de ganado. En todas las casas estaba la figura protectora del búfalo, considerado animal sagrado



 

La forma del barco era la misma para viviendas, tumbas y graneros de arroz. No todos los torajas vivían en aquellas casas, solo los más ricos. En Nangala visitamos las hileras de casas torajas que servían de graneros de arroz, y las casas más antiguas conservadas, de trescientos años de antigüedad. 




Asistimos a una ceremonia funeraria en Siguntu, en la que sacrificaron varios búfalos, según el estatus social del fallecido. Se sacrificaban tantos búfalos que el gobierno indonesio tuvo que poner límite, porque muchas familias se arruinaban. Habían construido una estructura de bambú con habitaciones para las familias invitadas. 

Un hombre acuchilló la yugular del búfalo y recogió la sangre en un tubo de bambú, hasta que se desangró. Otros hombres trocearon al búfalo con grandes cuchillos. Luego cocinaron la carne envuelta en hojas de palmera y cocieron la sangre en tubos de bambú, como bocado exquisito que nos ofrecieron. Preferí compartir unos gula-gula (caramelos) con los niños y tomar té.



Se sacrificaban tantos búfalos que el gobierno indonesio tuvo que poner límite, porque muchas familias se arruinaban. Podían pasar meses e incluso años hasta que las familias conseguían el dinero suficiente, y durante ese tiempo el cadáver momificado se quedaba en la casa familiar cuidándolo casi como si estuviese vivole cambiaban la ropa y le hablaban para comentarle lo que pasaba en su ausencia. La mujer del funeral al que asistimos había fallecido hacía diez años. Poder presenciar la ceremonia del funeral fue una experiencia antropológica muy curiosa e interesante. Difícil de olvidar.





Nota: Ujung Pandang pasó a llamarse Makassar a partir de 1999.
Viaje y fotos realizados en 1990