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jueves, 4 de mayo de 2017

EL ENCANTO DE JEONJU

 



Una de las poblaciones coreanas con encanto era Jeonju, con más de 800 hanok, las casas coreanas tradicionales de madera con tejadillos triangulares. Tenían un sistema de calefacción bajo el suelo para mantenerse cálidas en los crudos inviernos. Nos alojamos en una de esas casas tradicionales. El pueblo era muy coqueto con casas bajas, puertas de madera adornadas con hierro, y rodeadas por árboles, macizos de flores y tinajas en patios interiores ajardinados. 

El barrio histórico estaba junto al río. Callejeamos entre casas de té, de dulces, artesanía, floristerías, heladerías, galerías y talleres artesanales. Fue el lugar de nacimiento de la dinastía Joseon, y allí se celebraba el Festival Internacional de Cine. Visitamos varios museos: el Museo del Papel, el Museo del Vino, de la Caligrafía y otro de cámaras fotográficas.

 




En un ambiente festivo las mujeres vestían el hanbok, el traje tradicional con miriñaques y faldas abultadas de gasa o seda, de colores y floreadas. Los hombres iban conjuntados con sus parejas, con túnicas largas y altos sombreros negros. Las tiendas alquilaban esos trajes para los turistas coreanos. El atardecer tiñó las casas de color miel. Las calles eran un festival de color y parecía que habíamos retrocedido a los tiempos históricos de la dinastía Joseon.








Visitamos las Academias Confucianas Hyangyo, las escuelas de barrio fundadas por aristócratas en el s. XVI para preparar a sus hijos para el seowon, el examen gubernamental más importante. Eran pabellones entre patios rodeados de jardines boscosos. En uno de ellos se mostraban los pupitres con tablillas, presididos por una imagen de Confucio. Fueron consideradas Patrimonio de la Humanidad. Nos gustó pasear por aquellos recintos llenos de historia.





































© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego

 


domingo, 30 de octubre de 2016

PALACIOS ORIENTALES DE JIVA




Seguimos nuestro recorrido por las calles de Jiva visitando el Palacio Tosh-hovli, que significaba “Casa de Piedra”. Tenía muros exteriores con almenas. Lo contruyó el Khan Allakulli entre 1832 y 1841. Tenía más de 150 habitaciones y nueve patios. El Khan ordenó ejecutar al arquitecto cuando no consiguió finalizar la obra en dos años. Se visitaban algunas de las habitaciones con una decoración suntuosa. En la más completa había una cama con dosel, rodeada por un trono, un gran samovar, un atril con un libro y otros objetos ornamentales.


Entramos en una casa museo que había sido una escuela tenía fotos antiguas de los alumnos y la vida en la ciudad. Me fascinaron aquellas fotos en blanco y negro, aquellos rostros, las indumentarias y los detalles. Los hombres usaban los grandes gorros redondos de lana de oveja para los crudos inviernos nevados. También visitamos museos como el de instrumentos musicales o de artesanía e historia con más fotos de la ciudad antigua.





El Palacio Isfandiyar fue construido entre 1906 y 1912, y era el palacio de Verano del Emir. El interior era el más lujoso que habíamos visto hasta el momento, pese a la ausencia de muebles en la parte visitable. Las estancias eran inmensas, palaciegas de estilo ruso, tipo Museo del Hermitage. Paredes serigrafiadas con dibujos en relieve, techos trabajados con artesonados en madera y murales, grandes lámparas de candelabro, una de ellas pesaba 50kg. Había una sala con varios espejos de 4m. de altura. Pero lo que más destacaba del Palacio Isfandiyar eran las grandes chimeneas de cerámica holandesa colorida en cada sala. Eran preciosas. Lujo oriental en la Ruta de la Seda.




Y para acabar el día cenamos en una antigua madrasa el plato nacional uzbeko, plov, un aromático arroz con zanahoria, carne y pasas, berenjenas con tomate y yogurt de postre. Al salir, en el patio alfombrado de una casa cercana al palacio encontramos un niño vestido con terciopelo como un  pequeño príncipe, un digno heredero de los khanes del pasado.

© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego





sábado, 29 de octubre de 2016

LAS MURALLAS DE BUKHARA



Bukhara era una de las ciudades míticas de la Ruta de la Seda, una de las ciudades sagradas de Asia Central en Uzbekistán, junto con Samarkanda y Khiva. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. En su momento de esplendor tuvo 360 mezquitas y 140 madrasas, las escuelas coránicas. Todavía estaba repleta de madrasas, minaretes, fortalezas reales y bazares.

Lo que más nos impresionó fueron las murallas de la construcción llamada el Arco. Era un palacio-fortaleza, una espectacular ciudadela, la estructura más antigua de la ciudad, ocupada desde el s.V hasta 1920, cuando fue bombardeada por el ejército Rojo y huyó el último emir. Fue habitado por 3000 soldados, cortesanos y concubinas. Las murallas exteriores eran altísimas, de unos doce metros y de paredes abombadas, con un aspecto absolutamente medieval.



Subimos la rampa y entramos en el recinto del Arco por la Mezquita del Viernes, del s. XVII. En el corredor había expuestos trajes tradicionales, armas y una cota metálica para proteger el cuerpo en la lucha. Desde el interior tuvimos vistas de la ciudad. La parte más antigua era la Corte de Recepción y Coronación, con columnas de madera labrada. Tenía capacidad para trescientas personas.


Había varios museos de Arqueología, Naturaleza y Justicia. El Museo de Justicia exhibía una cámara de tortura donde según leímos los prisioneros languidecían entre escorpiones, sabandijas y piojos. La fuente de riqueza que alimentaba la ciudadela eran unas minas de oro. Antes de su retiro a los mineros se les cortaba la lengua y se les arrancaban los ojos para asegurarse de que no desvelarían el paradero de las minas. Había fotografías antiguas que testimoniaban la crueldad de los emires. El libro de Colin Thubron, “El corazón perdido de Asia” fue nuestro compañero de viaje, y describía esas épocas de crueldad y esplendor.








© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego

domingo, 26 de abril de 2015

LA GRAN BOGOTÁ

 


Bogotá, la capital colombiana, estaba a 2600m de altitud, en el altiplano de la Cordillera Oriental. El lema de la ciudad era “2600 metros más cerca de las estrellas”.

El centro histórico estaba formado por la gran Plaza Bolívar y el barrio de La Candelaria, con sus casas bajas pintadas de colores. La Candelaria fue el barrio fundacional de la ciudad en el s.XVI, con arquitectura colonial que conservaba la tipología de construcción española. Nos gustó su ambiente y los edificios antiguos: La Catedral Primada, el Palacio Liévano (sede de la Alcaldía Mayor), el Capitolio Nacional y el Palacio de Justicia, la Iglesia Museo Santa Clara o el Palacio del Virrey. Todos de magnífica arquitectura.





Paseamos entre estudiantes por la Universidad de los Andes, de Ingeniería y otras, y por varios Colegios Mayores como el de los Salesianos, de bonita fachada de estilo gótico, de ladrillo rojo con franjas blancas. 


Bogotá tenía muchos museos. Empezamos visitado el Museo del Oro, que exhibía unas 55.000 piezas de oro de las principales culturas prehispánicas. En la primera planta explicaba el trabajo de los metales. Utilizaban piedras para amartillar el metal, las sometía al fuego a altas temperatura y luego las enfriaban bruscamente. Para obtener las figuras utilizaban moldes de cera de abeja, que se rompían con cada pieza. Había figuras antropomórficas y otras híbridas con formas de animales (jaguar, aves picudas), insectos, formas geométricas…Se exponían gran variedad de piezas ornamentales: diademas, narigueras, pendientes, gargantillas, pectorales, mangos de bastón.



La segunda planta se dedicaba a la Cosmología, Simbolismo y Ofrenda. Exhibía las piezas dedicadas a los rituales de los dioses y utilizadas por los caciques y chamanes. Había piezas de ajuar, encontradas en urnas funerarias de gente importante. Era abrumadora la cantidad de piezas que se mostraban y vimos varios vídeos muy interesantes. Un museo impresionante. 

Cerca estaba el Museo Botero, ubicado en otro edificio histórico y bonito, de dos plantas y con un patio con arcos con un precioso jardín. Exhibía cuadros y algunas esculturas de Fernando Botero. Todos los hombres y mujeres de sus cuadros tenían las misma formas orondas características, desmesuradas.

También exhibía cuadros de otros pintores como Degás, Balthus, Picasso, Tolouse-Latrec, Lucien Freud…Muy completo.

El edificio del Museo Botero comunicaba con el Museo de la Moneda. En él se explicaba como se pasó de acuñar las monedas hispánicas o los actuales pesos tras la Independencia. Exhibía varias cajas fuertes antiguas.

Otra visita fue al Museo del Traje, que dedicaba una parte a la explicación de la elaboración de tejidos con diferentes telares y otras salas a los trajes de cada región de Colombia. Todos eran muy coloridos, con faldas de vuelo para los bailes. Una visita muy amena e interesante. Quisimos visitar la Quinta Bolívar y el Museo de Arte Colonial estaban cerrados por reformas.


Un Funicular ascendía hasta el Cerro de Monstserrate, a 3.175m de altura. En la cima estaba la blanca Iglesia del Señor Caído, del s. XVI. Ocupaba el lugar de una antigua capilla devastada por un terremoto, y era un lugar de peregrinaje. Desde el cerro tuvimos unas magníficas vistas de la capital que se extendía en el valle a nuestros pies. La ciudad moderna con sus altos edificios engullía el pequeño y coqueto barrio de La Candelaria.







martes, 2 de diciembre de 2014

EL CASTILLO DE RÍO SAN JUAN

 
 

 
Por el mítico río San Juan entraron desde el Caribe los conquistadores españoles y los piratas británicos y franceses. Los españoles construyeron varias fortalezas en el río, teóricamente para proteger a la población de los ataques de los piratas, y de paso proteger sus posesiones de conquistadores.



 
Fuimos navegando en una barcaza y la población de El Castillo apareció en un recodo del río, coronada por la fortaleza española del s. XVII. Estaba reconstruido con sus muros de piedra oscura, sus arcos, ventanucos desde los que asomarse, y sus troneras con algún cañón oxidado. Lo bonito eran las vistas panorámicas del río y del pueblo, con sus senderos sombreados de mangos, cocoteros, naranjos y almendros, y el río serpenteando entre las orillas verdes.. En su interior un pequeño museo exhibía restos de barcos hundidos, como una caja fuerte oxidada, botellas y otros objetos de la época. También explicaba como los piratas, bucaneros y filibusteros infestaban el Mar Caribe y atacaban a los galeones españoles cargados de mercancías valiosas.


 
Los piratas eran los que asaltaban barcos con la aprobación de la corona, como Francis Drake, que atacó la ciudad de Granada y quiso ofrecérsela a la reina británica. Creo que los bucaneros vendían carne de cerdo ahumada a los barcos, y de vez en cuando los asaltaban. Supongo que los piratas como Drake, también apreciarían la belleza del río San Juan y de sus puestas de sol.


© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego