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sábado, 16 de agosto de 2014

TARTU

 

Tartu era una ciudad universitaria de Estonia, una especie de Oxford o Cambridge, con mucha población estudiantil. También era conocida por ser la cuna del resurgimiento nacionalista estonio del s. XIX, y evitó en parte la sovietización. 

La Plaza del Ayuntamiento (Raekoja Plats) era el corazón de la ciudad antigua. Alrededor tenía edificios nobles de piedra de color crema, con chimeneas y casas de madera en las calles adyacentes. Las terrazas de los bares y restaurantes estaban llenas, con mucho ambiente. En el centro de la plaza había una fuente con una estatua con dos jóvenes besándose.


Callejeamos y emprendimos la ruta de los museos. Primero fuimos a la Universidad, de fachada con columnas y frontispicio. Vimos el Hall o Aula Magna y la celda de castigo, donde aislaban a los estudiantes que cometían infracciones como tardar en devolver un libro a la Biblioteca, ofender a una mujer, participar en alguna revuelta o huelga o la peor infracción, participar en un duelo. La celda era grande y estaba ubicada en la buhardilla. Tenía una cama y habían conservado en la pared algunos grafitis y dibujos originales. La celda se usó durante el s. XIX. Una curiosidad.



Luego fuimos al Museo del Juguete. Una maravilla y la mayor colección de juguetes que habíamos visto nunca. Había muñecas de todo tipo y condición catalogadas por países, una muestra de todo el mundo: de trapo, de porcelana, de cáñamo, japonesas, africanas, rusas, sudamericanas, australianas, etc. 

Había juguetes de madera como tirachinas y metálicos, como coches, aviones, submarinos, globos aerostáticos. Había maquetas de trenes eléctricos funcionando y metiéndose por túneles. Puzzles, cochecitos, cunas, balancines, teléfonos, juegos de mesas, marionetas…Lo que más nos gustó fueron las casas de muñecas, que reproducían cada detalle del interior de las habitaciones, con sus objetos y mobiliario. 





El tercer museo fue el Hogar del Ciudadano. Era una vieja casa de madera restaurada, con muebles de época con los que era fácil imaginar la vida burguesa en la década de 1830. Me gustó especialmente el dormitorio, con una estrecha cama de alto colchón, jofaina para lavarse, biombo y escritorio, y la cocina con sus cacharros y sus fogones. 

Por las calles habían colocado estatuas de bronce, como la de los escritores Oscar Wilde y Eduard Vilde conversando. Hubiera sido interesante escucharlos.

Nos quedamos con ganas de visitar el Museo de las celdas de la KGB, pero al ser sábado cerraba antes y no tuvimos tiempo. De todos modos, el Museo de la KGB de Vilnius era inolvidable.


Fuimos a la colina Toome, cubierta de parques y donde estaban las ruinas de la Catedral de Tartu, construida por los caballeros teutónicos en el s. XIII, reconstruida en el s. XV, saqueada durante la Reforma en 1525, utilizada como granero y parcialmente reconstruida en el s. XIX. Era de ladrillo rojo y estaba bastante destruida, con los arcos desnudos. Solo una parte servía de Museo de Historia Universitario. 

Subimos a la torre para contemplar las vistas de Tartu, asomaban las agujas de algunas iglesias, pero las copas de los árboles la tapaban bastante. Al fondo vimos la Torre Caracol, un edificio original con ventanucos, que recordaba un poco a la Torre de Babel.





Recorrimos el Paseo Fluvial, paralelo al río Emajõgi, y bastante animado por un Festival. Había un concurso de pescadores y se veían hombre y niños participando con sus cañas y sus cebos de gusanos junto a la orilla. Había puestos de quesos y embutidos ahumados, de algodón de azúcar y rosquillas, y de pompas gigantes de jabón. Una ciudad atractiva, llena de vida.


miércoles, 24 de mayo de 2006

CRACOVIA

 

Llegamos en tren a Cracovia y fuimos directos al Kazimiers, el barrio judío. Nos alojamos en el Hotel Klezmer Hois, un lugar maravilloso y literario que pertenecía a un músico amigo de Spielberg y Polanski. Nuestra habitación era una buhardilla. Mantenía el acogedor ambiente y la decoración de las casas judías antes de la guerra. Estaba repleto de cuadros, encajes, alfombras. Visitamos la Sinagoga del barrio. 

Cracovia fue capital durante medio milenio. El conjunto arquitectónico medieval y renacentista mereció la categoría de Patrimonio de la Humanidad. Paseamos por su casco antiguo y la gran Plaza Rynek Glowny. En un lateral estaba la torre del Ayuntamiento, del s.XV, en otros la Iglesia de San Adalberto con una cúpula verde. La Iglesia de Santa María tenía dos torres de 69 y 81m de altura. La más alta estaba rematada por una corona y una esfera doradas, en la que estaba escrita la historia de Cracovia. Entramos y admiramos el gran retablo, las vidrieras y los murales. 


En la parte central de la plaza estaba el Mercado de paños, reconstruido en estilo renacentista, con arcos de bóveda y galerías de arcadas laterales. Estaba lleno de tiendas de artesanía. La Catedral estaba repleta de sepulcros y retablos, muy recargada. Subimos a su torre para contemplar las vistas de la ciudad.

Paseamos por todas las calles descubriendo cafés, pastelerías y restaurantes con encanto, decorados con velas, maderas, encajes, flores y todo tipo de objetos antiguos. Había una gran variedad de ellos, todos eran acogedores y transportaban a otros tiempos. Como el Café Europeiska, donde tomamos chocolate negro y espeso. O una cafetería con una colección de molinillos de café en sus paredes. O el Café Aleph, un restaurante judío con arcos de bóveda, cuadros por todas partes y candelabros de siete brazos. La ciudad conservaba los viejos trolebuses.








Otra visita fue la Universidad, el Colegio Maiusdonde estudió Copérnico. Estaba en un edificio gótico del s. XV. Tenía un bonito patio porticado. Allí vimos una colección de instrumentos astronómicos que habían sido utilizados por Copérnico, según decían. También estaba en la exposición el globo terráqueo más antiguo del mundo de 1540, mostraba ya el continente americano.

El Castillo de Wawel era el símbolo de la identidad nacional polaca. Sus orígenes se remontaban al s. XI. Fue incendiado y saqueado por suecos, prusianos y austriacos, y los polacos lo recuperaron a principios del s. XX. Visitamos primero las estancias del rey y los aposentos reales. Eran una sucesión de salas de mobiliario palaciego, de estilo renacentista y barroco. En el techo de la sala del trono se observaban 30 rostros tallados en madera. Había muchos tapices, cuadros y jarrones. Lo que más nos gustó fueron las grandes estufas de cerámica, formada por cientos de azulejos, y situadas en un ángulo de las amplias habitaciones.





Otro día visitamos las Minas de sal de Wielickza, a 15km de Cracovia. Eran un laberinto de 300km de túneles distribuidos en nueve niveles, el más profundo a 327m bajo tierra. Funcionaron ininterrumpidamente durante 700 años como mínimo. Empezamos bajando unos trescientos escalones e internándonos en unas galerías apuntaladas por tramos de madera. La sal era negruzca. Encontramos grutas de piedra de sal, transformadas en capillas con retablos e imágenes, y salas adornadas con estatuas y monumentos tallados en sal.


Estuvimos un par de horas recorriendo los 3,5km de túneles abiertos al público. La temperatura era de 14º, más cálida que en el exterior. Encontramos lagos subterráneos de aguas verdosas en grutas de gran altura. La sala más grande y famosa era la Capilla de Santa Kinga, de 12m de altura y 54m por 17m. Se tardó 30 años en construirla y todo estaba tallado en sal, desde los candelabros hasta el retablo, con murales en relieve. Estaba iluminada por grandes lámparas de lágrima de vidrio. Había un gran restaurante y leímos que allí se celebraban bodas, bailes de nochevieja, conciertos, conferencias y eventos deportivos. Un lugar especial a trescientos metros bajo tierra.