Llegamos en tren a Cracovia
y fuimos directos al Kazimiers, el barrio judío. Nos alojamos en el Hotel
Klezmer Hois, un lugar maravilloso y literario que pertenecía a un músico amigo
de Spielberg y Polanski. Nuestra habitación era una buhardilla. Mantenía el
acogedor ambiente y la decoración de las casas judías antes de la guerra.
Estaba repleto de cuadros, encajes, alfombras. Visitamos la Sinagoga del
barrio.
Cracovia fue capital durante medio milenio. El conjunto arquitectónico medieval
y renacentista mereció la categoría de Patrimonio de la Humanidad. Paseamos
por su casco antiguo y la gran Plaza Rynek Glowny. En un lateral estaba
la torre del Ayuntamiento, del s.XV, en otros la Iglesia de San
Adalberto con una cúpula verde. La Iglesia de Santa María tenía dos torres
de 69 y 81m de altura. La más alta estaba rematada por una corona y una esfera doradas,
en la que estaba escrita la historia de Cracovia. Entramos y admiramos el gran
retablo, las vidrieras y los murales.
En la parte central
de la plaza estaba el Mercado de paños, reconstruido en estilo
renacentista, con arcos de bóveda y galerías de arcadas laterales. Estaba lleno
de tiendas de artesanía. La Catedral estaba repleta de sepulcros y
retablos, muy recargada. Subimos a su torre para contemplar las vistas de la
ciudad.
Paseamos por todas
las calles descubriendo cafés, pastelerías y restaurantes con encanto,
decorados con velas, maderas, encajes, flores y todo tipo de objetos antiguos. Había
una gran variedad de ellos, todos eran acogedores y transportaban a otros
tiempos. Como el Café Europeiska, donde tomamos chocolate negro y espeso.
O una cafetería con una colección de molinillos de café en sus paredes. O el Café
Aleph, un restaurante judío con arcos de bóveda, cuadros por todas partes y
candelabros de siete brazos. La ciudad conservaba los viejos trolebuses.
Otra visita fue la Universidad,
el Colegio Maius, donde estudió Copérnico. Estaba en un edificio gótico del s. XV. Tenía un bonito
patio porticado. Allí vimos una colección de instrumentos astronómicos que habían
sido utilizados por Copérnico, según decían. También estaba en la
exposición el globo terráqueo más antiguo del mundo de 1540, mostraba ya el
continente americano.
El Castillo de
Wawel era el símbolo de la identidad nacional polaca. Sus orígenes se
remontaban al s. XI. Fue incendiado y saqueado por suecos, prusianos y
austriacos, y los polacos lo recuperaron a principios del s. XX. Visitamos
primero las estancias del rey y los aposentos reales. Eran una sucesión de
salas de mobiliario palaciego, de estilo renacentista y barroco. En el techo de
la sala del trono se observaban 30 rostros tallados en madera. Había muchos
tapices, cuadros y jarrones. Lo que más nos gustó fueron las grandes estufas de
cerámica, formada por cientos de azulejos, y situadas en un ángulo de las
amplias habitaciones.
Otro día visitamos
las Minas de sal de Wielickza, a 15km de Cracovia. Eran un laberinto de
300km de túneles distribuidos en nueve niveles, el más profundo a 327m bajo
tierra. Funcionaron ininterrumpidamente durante 700 años como mínimo. Empezamos
bajando unos trescientos escalones e internándonos en unas galerías apuntaladas
por tramos de madera. La sal era negruzca. Encontramos grutas de piedra de sal,
transformadas en capillas con retablos e imágenes, y salas adornadas con
estatuas y monumentos tallados en sal.
Estuvimos un par de
horas recorriendo los 3,5km de túneles abiertos al público. La temperatura era de
14º, más cálida que en el exterior. Encontramos lagos subterráneos de aguas
verdosas en grutas de gran altura. La sala más grande y famosa era la
Capilla de Santa Kinga, de 12m de altura y 54m por 17m. Se tardó 30 años en
construirla y todo estaba tallado en sal, desde los candelabros hasta el
retablo, con murales en relieve. Estaba iluminada por grandes lámparas
de lágrima de vidrio. Había un gran restaurante y leímos que allí se celebraban
bodas, bailes de nochevieja, conciertos, conferencias y eventos deportivos. Un
lugar especial a trescientos metros bajo tierra.