Desde Toliara
fuimos a Ifaty por una pista arenosa. Nos alojamos en un bungalow del hotel
Mora-Mora, frente al mar. Recorrimos la playa paseando en ambas direcciones y
dándonos baños en el trayecto. Vimos pescadores arrastrando las redes a mano y
recogiendo el pescado aleteante en un saco. Las mujeres y niños recogían
conchitas para hacer collares y adornos. Otros se dedicaban a vaciar erizos de
mar y guardar la carne anaranjada del erizo en un recipiente de plástico.
Muchos niños se bañaban en el mar jugando entre risas, mientras su piel brillaba como madera barnizada. El agua estaba verdeazulada y tranquila como una balsa. Era una laguna que formaba la barrera de coral y a lo lejos, en la línea del horizonte se veían romper las olas blancas contra el coral.
Pasaban barcas
de velas remendadas de color pergamino, y barcazas con la silueta del
remero recortándose contra el mar. El pueblo de Ifaty estaba formado por
unas cuantas chozas de caña, era donde se encontraban más barcos, la mayoría de
madera envejecida, y otros pintados de color verde y azul.
Paseamos por el bosque
de espinos y baobabs. El bosque era bastante seco y predominaban los cactus
espinosos con formas retorcidas. Entre ellos había algunos baobabs solitarios.
Vimos el baobab más grande de la zona. El perímetro de su
tronco era el de cuatro personas con los brazos extendidos. En el tronco
grisáceo había unas hendiduras que permitían ascender. Las ramas del baobab
estaban retorcidas, como expresando su sufrimiento por la sequía del terreno.
Otro día fuimos a hacer snorkel en una piragua con vela. El mar estaba tranquilo, nos acercamos a la línea donde rompían las olas y nos sumergimos. Entre los corales predominaba la que llamamos la rosa del desierto. Había peces listados, con rayas amarillas y negras, otros pequeños azul cielo y unos amarillos alargados llamados pez trompeta. Era divertido seguirlos entre el laberinto de corales hasta que nos despistaba y los perdíamos de vista.
Fueron días de
baños, sol, paseos y descanso en hamacas o bajo la sombra de algún árbol. En
los atardeceres contemplamos las puestas de sol, con el disco de sol
naranja engullido por la línea azul del horizonte, mientras se deslizaba la
silueta de alguna barca. Para rematar el día las cenas eran deliciosas, con mezcla
de cocina malgache y francesa: sopas de pescado muy sabrosas, pan de
ajo, pescado con patatas y pimientos rojos y crepes de azúcar.
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