El Ferry desde
Soanierana-Ivango hasta la isla St. Marie (o Nosy Boraha) tardó tres horas. El Océano
Índico tenía bastante oleaje. Nos dejó en Ambodifotatra, la capital.
La isla tenía mucha vegetación y estaba llena de palmeras. Nos alojamos en unos
bungalows esparcidos en una colina con jardines, en el extremo sur.
Alquilamos bicicletas para recorrer la isla. Pasamos por el puente, bastante largo, frente a la iglesia blanca de tejadillo rojo. En Ambodifotatra había un mercado y varios comercios bajo los porches pintados e color verde manzana o azul. Era una capital diminuta y no se veía mucha gente por la calle. Comimos frente a la playa, en primera línea de mar y entre palmeras. Nos regalamos gambas y calamares con salsa de coco y patatas.
Las playas eran
espectaculares, franjas de arena blanca con extensos palmerales. Nos dimos baños gloriosos. En una de las
playas junto a nuestro hotel, habían construido dentro del agua una piscina
redonda con piedras negras. Era una bañera marina preciosa, y allí mismo
había peces. Alquilamos gafas con tubo y aletas y pudimos disfrutar del snorkel.
Nos acercamos
nadando a la línea de mar donde rompían las olas. Allí se concentraban los peces
y corales, más de lo que esperábamos. Los corales eran verdes, amarillo pálido,
alguno anaranjado y marrones. Muchos corales tenían forma de cerebro
o de laberinto. Los peces más abundantes eran tipo cebra, blancos con rayas
negras, también vimos azules, blancos con una sola raya horizontal amarilla o
azul amarillos planos con los bordes blancos y negros que suelen ir en parejas,
y las morenas, muy feas y gordas, que permanecían quietas en el fondo arenoso.
Pudimos hacer algunas fotos con la cámara submarina desechable de Fotoprix.
Vimos el cementerio de los piratas y el Faro en el extremo, y cruzamos por el interior a la costa este. El camino del interior fue más montañoso, con subidas y bajadas, y sobre todo, pedregoso. Hicimos numerosas paradas, para beber agua de coco, hacer fotos y descansar a la sombre.
Pasamos por el pueblo de cabañitas San Joseph. Paramos a hidratarnos en el Hotel Mora-Mora, que nos gustó mucho porque tenía bungalows construidos sobre el agua, como palafitos. Era lo más parecido a la Polinesia que habíamos visto. La costa suroeste no nos gustó tanto porque apenas tenía playa para poder bañarse. Luego pasamos al lado oeste, regresando al camino más plano.
Dedicamos otro día
a explorar la cercana isla Nosy Nato. “Nato” significaba isla en
malgache. Descendimos por el camino del hotel, bastante selvático, hasta la
playa. Allí cogimos una piragua con Francis, el piragüero. Era una piragua con
los dos soportes laterales, para estabilizar, pintada de azul. Vimos un niño que jugaba con otra piragua pequeña que había elaborado él mismo. El mar apenas
cubría y el agua verdeazulada transparente permitía ver el fondo de rocas,
algunos corales y muchos erizos negros. En veinte minutos llegamos a la isla.
Nosy Nato tenía
mucha vegetación y la arena casi blanca, más blanca que la de la isla Santa
María. El piragüero nos dejó en el pequeño muelle hecho con neumáticos y quedó
en recogernos a las cuatro de la tarde. Las palmeras se doblaban hasta el agua,
y alguna piragua pasaba lentamente por la costa. Caminamos por la isla hasta
que las rocas nos interrumpieron el paso, y nos instalamos con el pareo en la
playa. Cuando teníamos sed pedíamos un coco. Algún chico subía a la palmera y
con el machete hacía un orificio para que bebiéramos.
Tras otro día de baños y playa, regresamos contentos a la isla de Santa María y contemplamos la puesta de sol. Por la noche escuchamos el concierto de los insectos y contemplamos las luciérnagas en la oscuridad. Pasamos allí cuatro días estupendos. Fueron días inolvidables, como todo el viaje por Madagascar.
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