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martes, 24 de octubre de 2000

LA ISLA SANTA MARÍA

El Ferry desde Soanierana-Ivango hasta la isla St. Marie (o Nosy Boraha) tardó tres horas. El Océano Índico tenía bastante oleaje. Nos dejó en Ambodifotatra, la capital. La isla tenía mucha vegetación y estaba llena de palmeras. Nos alojamos en unos bungalows esparcidos en una colina con jardines, en el extremo sur.

Alquilamos bicicletas para recorrer la isla. Pasamos por el puente, bastante largo, frente a la iglesia blanca de tejadillo rojo. En Ambodifotatra había un mercado y varios comercios bajo los porches pintados e color verde manzana o azul. Era una capital diminuta y no se veía mucha gente por la calle. Comimos frente a la playa, en primera línea de mar y entre palmeras. Nos regalamos gambas y calamares con salsa de coco y patatas.



Las playas eran espectaculares, franjas de arena blanca con extensos palmerales. Nos dimos baños gloriosos. En una de las playas junto a nuestro hotel, habían construido dentro del agua una piscina redonda con piedras negras. Era una bañera marina preciosa, y allí mismo había peces. Alquilamos gafas con tubo y aletas y pudimos disfrutar del snorkel. 




Nos acercamos nadando a la línea de mar donde rompían las olas. Allí se concentraban los peces y corales, más de lo que esperábamos. Los corales eran verdes, amarillo pálido, alguno anaranjado y marrones. Muchos corales tenían forma de cerebro o de laberinto. Los peces más abundantes eran tipo cebra, blancos con rayas negras, también vimos azules, blancos con una sola raya horizontal amarilla o azul amarillos planos con los bordes blancos y negros que suelen ir en parejas, y las morenas, muy feas y gordas, que permanecían quietas en el fondo arenoso. Pudimos hacer algunas fotos con la cámara submarina desechable de Fotoprix.




Vimos el cementerio de los piratas y el Faro en el extremo, y cruzamos por el interior a la costa este. El camino del interior fue más montañoso, con subidas y bajadas, y sobre todo, pedregoso. Hicimos numerosas paradas, para beber agua de coco, hacer fotos y descansar a la sombre.

Pasamos por el pueblo de cabañitas San Joseph. Paramos a hidratarnos en el Hotel Mora-Mora, que nos gustó mucho porque tenía bungalows construidos sobre el agua, como palafitos. Era lo más parecido a la Polinesia que habíamos visto. La costa suroeste no nos gustó tanto porque apenas tenía playa para poder bañarse. Luego pasamos al lado oeste, regresando al camino más plano.


Dedicamos otro día a explorar la cercana isla Nosy Nato. “Nato” significaba isla en malgache. Descendimos por el camino del hotel, bastante selvático, hasta la playa. Allí cogimos una piragua con Francis, el piragüero. Era una piragua con los dos soportes laterales, para estabilizar, pintada de azul. Vimos un niño que jugaba con otra piragua pequeña que había elaborado él mismo. El mar apenas cubría y el agua verdeazulada transparente permitía ver el fondo de rocas, algunos corales y muchos erizos negros. En veinte minutos llegamos a la isla.



Nosy Nato tenía mucha vegetación y la arena casi blanca, más blanca que la de la isla Santa María. El piragüero nos dejó en el pequeño muelle hecho con neumáticos y quedó en recogernos a las cuatro de la tarde. Las palmeras se doblaban hasta el agua, y alguna piragua pasaba lentamente por la costa. Caminamos por la isla hasta que las rocas nos interrumpieron el paso, y nos instalamos con el pareo en la playa. Cuando teníamos sed pedíamos un coco. Algún chico subía a la palmera y con el machete hacía un orificio para que bebiéramos.

Tras otro día de baños y playa, regresamos contentos a la isla de Santa María y contemplamos la puesta de sol. Por la noche escuchamos el concierto de los insectos y contemplamos las luciérnagas en la oscuridad. Pasamos allí cuatro días estupendos. Fueron días inolvidables, como todo el viaje por Madagascar.







sábado, 7 de octubre de 2000

LA COSTA DE IFATY


Desde Toliara fuimos a Ifaty por una pista arenosa. Nos alojamos en un bungalow del hotel Mora-Mora, frente al mar. Recorrimos la playa paseando en ambas direcciones y dándonos baños en el trayecto. Vimos pescadores arrastrando las redes a mano y recogiendo el pescado aleteante en un saco. Las mujeres y niños recogían conchitas para hacer collares y adornos. Otros se dedicaban a vaciar erizos de mar y guardar la carne anaranjada del erizo en un recipiente de plástico.

Muchos niños se bañaban en el mar jugando entre risas, mientras su piel brillaba como madera barnizada. El agua estaba verdeazulada y tranquila como una balsa. Era una laguna que formaba la barrera de coral y a lo lejos, en la línea del horizonte se veían romper las olas blancas contra el coral. 




Pasaban barcas de velas remendadas de color pergamino, y barcazas con la silueta del remero recortándose contra el mar. El pueblo de Ifaty estaba formado por unas cuantas chozas de caña, era donde se encontraban más barcos, la mayoría de madera envejecida, y otros pintados de color verde y azul.

Paseamos por el bosque de espinos y baobabs. El bosque era bastante seco y predominaban los cactus espinosos con formas retorcidas. Entre ellos había algunos baobabs solitarios. Vimos el baobab más grande de la zona. El perímetro de su tronco era el de cuatro personas con los brazos extendidos. En el tronco grisáceo había unas hendiduras que permitían ascender. Las ramas del baobab estaban retorcidas, como expresando su sufrimiento por la sequía del terreno. 





Otro día fuimos a hacer snorkel en una piragua con vela. El mar estaba tranquilo, nos acercamos a la línea donde rompían las olas y nos sumergimos. Entre los corales predominaba la que llamamos la rosa del desierto. Había peces listados, con rayas amarillas y negras, otros pequeños azul cielo y unos amarillos alargados llamados pez trompeta. Era divertido seguirlos entre el laberinto de corales hasta que nos despistaba y los perdíamos de vista.

Fueron días de baños, sol, paseos y descanso en hamacas o bajo la sombra de algún árbol. En los atardeceres contemplamos las puestas de sol, con el disco de sol naranja engullido por la línea azul del horizonte, mientras se deslizaba la silueta de alguna barca. Para rematar el día las cenas eran deliciosas, con mezcla de cocina malgache y francesa: sopas de pescado muy sabrosas, pan de ajo, pescado con patatas y pimientos rojos y crepes de azúcar.