jueves, 1 de octubre de 2009

LA PAZ

 


Y de repente apareció La Paz, asentada en un valle con forma de cuenco, con las laderas repletas de casitas. Entramos en La Paz en autobús por El Alto, un suburbio de la capital que creció hasta convertirse en otra ciudad, donde residían más indígenas Aymaras. La pendiente de las calles de El Alto era brutal, con mucho desnivel, y sus casas estaban construidas con ladrillo anaranjado y adobe.

Desde el Mirador de El Alto se veía el monte Illymani, de 6042m de altitud con las cumbres nevadas. También se veían otros picos de la Cordillera Apolobamba, perteneciente a los Andes. Se percibía el hormigueo constante, el latido de vida de sus calles.

En una zona de El Alto había decenas de casetas pintadas de azul intenso, y con vistosos y curiosos anuncios para recuperar la fortuna. Los maestros y maestras consejeros y curanderos resolvían problemas de trabajo, negocios, pareja o salud. Los clientes esperaban en la puerta, junto a braseros donde hacían sahumerios y quemaban ofrendas.

La Paz fue fundada en el siglo XVI por el conquistador español Alonso de Mendoza, a 3600 m de altitud en el Altiplano Andino. Solo superada por la ciudad de Lhassa en Tibet a 3650m de altitud. Para combatir el soroche, el mal de altura, nos ofrecieron mate de coca o trimate (coca, manzanilla y anís).




Bajamos de El Alto y llegamos al corazón de La Paz. Las calles del casco histórico también tenían desnivel y eran empinadas. Empezamos callejeando por el Mercado de la Hechicería. Lo más curioso es que vendían fetos de llama disecados para ofrecer a los dioses y a la Pachamama. Decían que cuando uno compraba una casa había que bendecirla con el feto de una llama. También había otras ofrendas como dulces y alcohol para tener a los deidades satisfechas. Los puestos eran un batiburrillo de hierbas, raíces y partes de animales, como dientes y otras cosas sin identificar para los hechizos. 


Las calles tenían mucho ambiente. Se veían muchas cholitas, las mujeres mestizas con ropa tradicional: las amplias faldas llamadas polleras, ponchos, sombrero negro o marrón y largas trenzas anudadas en la espalda. Leí que los sombreros eran borsalinos, más altos que el tipo bombín. Seguimos por la calle Linares llena de tiendas de artesanía con coloridas telas, bolsos, fundas de cojines, tallas incas y todo tipo de objetos.



          

El centro histórico tenía una mezcla de edificios de estilo colonial y de épocas posteriores. La calle principal era la Avenida 16 de Julio. Pero la pequeña calle Jaén era la que tenía más encanto colonial, con puertas y ventanas arqueadas, con rejas de hierro forjado y farolas. Fuimos a la Plaza 14 de Septiembre, con bonitos edificios y mucho ambiente. Había puestos callejeros que ofrecían zumos de naranja recién exprimidos. 

Nos gustó la Plaza Murillo, en honor a Pedro Domingo Murillo, considerado el precursor de la independencia boliviana. Tenía bonitos edificios alrededor, como la Catedral Metropolitana, el Palacio de Gobierno y el Palacio Legislativo. Como curiosidad el reloj de este último daba las horas al revés, simbolizando el intento del país de volver atrás y recuperar su identidad, según leímos. 





Las fachadas estaban pintadas de colores y tenían variados ornamentos. L
os patios interiores tenían encanto, con arcos, balcones de madera, vigas en el techo, fuentes y plantas. Algunos se habían reconvertido en hoteles. El Angelo Colonial era uno de ellos, su interior estaba decorado con colecciones de objetos antiguos: relojes, candados, fusiles, llaves, cámaras de fotos, instrumentos musicales, discos de vinilo colgados en la pared, telas, gorros, ángeles, cerillas y candelabros. Precioso, un auténtico museo, donde cenamos. En La Paz pasamos varios días y nos enamoramos de la ciudad y de su gente.








            



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