Y de repente apareció
La Paz, asentada en un valle con forma de cuenco, con las laderas
repletas de casitas. Entramos en La Paz en autobús por El Alto, un
suburbio de la capital que creció hasta convertirse en otra ciudad, donde
residían más indígenas Aymaras. La pendiente de las calles de El Alto era
brutal, con mucho desnivel, y sus casas estaban construidas con ladrillo
anaranjado y adobe.
Desde el Mirador
de El Alto se veía el monte Illymani, de 6042m de altitud con las cumbres
nevadas. También se veían otros picos de la Cordillera Apolobamba,
perteneciente a los Andes. Se percibía el hormigueo constante, el latido de
vida de sus calles.
En una zona de El
Alto había decenas de casetas pintadas de azul intenso, y con vistosos y
curiosos anuncios para recuperar la fortuna. Los maestros y maestras consejeros y
curanderos resolvían problemas de trabajo, negocios, pareja o salud. Los
clientes esperaban en la puerta, junto a braseros donde hacían sahumerios
y quemaban ofrendas.
La Paz fue fundada
en el siglo XVI por el conquistador español Alonso de Mendoza, a 3600 m de
altitud en el Altiplano Andino. Solo superada por la ciudad de Lhassa en Tibet
a 3650m de altitud. Para combatir el soroche, el mal de altura, nos
ofrecieron mate de coca o trimate (coca, manzanilla y anís).
Bajamos de El Alto
y llegamos al corazón de La Paz. Las calles del casco histórico también tenían
desnivel y eran empinadas. Empezamos callejeando por el Mercado de la
Hechicería. Lo más curioso es que vendían fetos de llama disecados para
ofrecer a los dioses y a la Pachamama. Decían que cuando uno compraba una
casa había que bendecirla con el feto de una llama. También había otras
ofrendas como dulces y alcohol para tener a los deidades satisfechas. Los
puestos eran un batiburrillo de hierbas, raíces y partes de animales, como
dientes y otras cosas sin identificar para los hechizos.
Las calles tenían
mucho ambiente. Se veían muchas cholitas, las mujeres mestizas con ropa tradicional:
las amplias faldas llamadas polleras, ponchos, sombrero negro o marrón y largas
trenzas anudadas en la espalda. Leí que los sombreros eran borsalinos, más
altos que el tipo bombín. Seguimos por la calle Linares llena de tiendas
de artesanía con coloridas telas, bolsos, fundas de cojines, tallas incas y
todo tipo de objetos.
El centro
histórico tenía una mezcla de edificios de estilo colonial y de épocas
posteriores. La calle principal era la Avenida 16 de Julio. Pero la pequeña
calle Jaén era la que tenía más encanto colonial, con puertas y ventanas
arqueadas, con rejas de hierro forjado y farolas. Fuimos a la Plaza 14 de
Septiembre, con bonitos edificios y mucho ambiente. Había puestos callejeros
que ofrecían zumos de naranja recién exprimidos.
Nos gustó la Plaza
Murillo, en honor a Pedro Domingo Murillo, considerado el precursor de la
independencia boliviana. Tenía bonitos edificios alrededor, como la Catedral
Metropolitana, el Palacio de Gobierno y el Palacio Legislativo. Como
curiosidad el reloj de este último daba las horas al revés, simbolizando el
intento del país de volver atrás y recuperar su identidad, según leímos.
Las fachadas estaban pintadas de colores y tenían variados ornamentos. L
os patios interiores tenían encanto, con arcos, balcones de madera, vigas en el techo, fuentes y plantas. Algunos se habían reconvertido en hoteles. El Angelo Colonial era uno de ellos, su interior estaba decorado con colecciones de objetos antiguos: relojes, candados, fusiles, llaves, cámaras de fotos, instrumentos musicales, discos de vinilo colgados en la pared, telas, gorros, ángeles, cerillas y candelabros. Precioso, un auténtico museo, donde cenamos. En La Paz pasamos varios días y nos enamoramos de la ciudad y de su gente.