Me fascinan los zocos
de los países árabes. Se puede encontrar todo lo imaginable y lo que escapa a
la imaginación. Son abigarrados, repletos de olores, colores, objetos y
estímulos para los sentidos. Lugares donde perderse, dejarse llevar y saciar la
curiosidad.
En Omán había zocos enteros dedicados al oro y las joyas de plata labrada; otras secciones exhibían infinidad de cajas de madera tallada o de plata con adornos de ámbar, incensarios, cerámicas, monedas antiguas, lámparas hechas con pequeños mosaicos de vidrio de colores, telas, y todo tipo de artesanía. El zoco (souq) de Mutrah en Mascate, la capital omaní, tenía una cúpula con vidrios de colores, que filtraban la luz.
Las tiendas de los
sastres, ocupados con sus máquinas de coser, eran un espectáculo de color. Los trajes largos con adornos de pedrería
contrastaban con las abayas negras
que vestían la mayoría de mujeres omanís. La religión de los omaníes era un islamismo de
la rama Ibadi, más relajado y tolerante. Imaginamos que aquellos vestidos los debían vestir por debajo,
en la intimidad de sus casas, o en bodas y otras celebraciones. Sólo las
mujeres beduinas o las de origen indio solían llevar vestidos estampados de
colores en público.
También había tiendas de perfumes y maquillajes
que realzaban la mirada de las mujeres bajo sus máscaras. Otra curiosidad eran los candados con
forma de camello o de tortugas como las que desovan en la playa de la Reserva Ras Al Jinz.
En el mercado de Ibra, donde vendedoras y
compradoras eran mujeres, los puestos ofrecían gran variedad de telas
estampadas coloridas. También vendían una
especie de puños con cenefas de hilo dorado, tal vez para adornar la negrura de
las túnicas.
Las dagas curvas
llamadas khanjar con adornos de plata son tradicionales en Omán. Eran
similares a las dagas yemenís. Los hombres las llevaban sujetas al cinto de su
túnica blanca llamada dishdasha, como símbolo de identidad, que realzaba su elegancia y su presencia.
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Nuria Millet Gallego
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