domingo, 13 de noviembre de 2011
EL SUEÑO DE LAS MISIONES
viernes, 28 de octubre de 2011
MISIONES DE PARAGUAY: TRINIDAD Y JESÚS
Era muy extensa, con caminos de tierra roja entre espacios verdes con palmeras y algún árbol grande que ofrecía sombra. La piedra era rojiza y estaba labrada, especialmente la gran Puerta de entrada a la misión. Se veían arcos y columnas con pedestales trabajados. En una de las salas se exponían cabezas de ángeles regordetes de piedra.
Jesús de
Taravangué fue fundada a finales del s. XVII, en 1678, por el
jesuita Gerónimo Delfin, a orillas del río Monday. Llegó a ser un pequeño
núcleo urbano de unas 300 personas. Se empezó a construir una de las Iglesias
más grandes de la época, que quedó sin concluir por la expulsión de los
jesuitas en 1767. Efectivamente la Iglesia era muy grande, no costaba
imaginarse el asombro y admiración un tanto temerosas de los guaraníes ante su
grandiosidad.
Las ruinas de la reducción de Jesús de Taravengué eran más pequeñas y aunque estaban bien conservadas nos impresionaron menos que las de Trinidad. Pero ambas tenían un interés histórico y nos hablaban de épocas pasadas.
jueves, 3 de octubre de 2002
LAS CATARATAS DE IGUAZÚ
Desde Foz de Iguazú fuimos en autobús hasta la entrada del Parque de Iguazú. Un autobús interno nos llevó hasta el inicio del sendero de las cataratas. Primero oímos el rugido del agua, y luego las vimos. Frente a nosotros se extendían las 275 cataratas, arrojando el agua con fuerza atronadora. Decían que ocupaba una zona de 3km de anchura y 80m de altura. Eran más anchas que las Victoria Falls, más altas que Niágara y más impresionantes que ninguna. Nos impactaron. Era pura naturaleza en estado salvaje.
Un camino empedrado con escaleras permitía ver las cataratas a lo largo de 1,2km. Cualquier tramo era bellísimo. Estaban rodeadas de verde vegetación y negras rocas bañadas por el agua. Árboles con lianas, helechos, musgo y palmeras aisladas formaban el entorno. En medio de las cataratas estaba la Isla de San Martin, verdísima, con una jungla densa.
En algunas cataratas el agua era marrón, por los lodos y sedimentos que arrastraban. Pero en la mayoría caía un chorro blanco y espumoso, formando nubes de vapor de agua. En la pasarela que llegaba hasta la Garganta del Diablo, las gotas de agua diminutas nos empaparon. El nombre de Iguazú provenía del guaraní y significaba “agua grande”.
Mientras íbamos
por el camino apareció un coatí, olisqueando las plantas, seguido por
otro. Se aproximaron a nosotros y pasaron de largo, ignorándonos. Tenían el
hocico alargado, como los osos hormigueros, y la cola rayada y larga. También
vimos mariposas negras de alas azul nacarado, y muchas aves sobrevolando las
cataratas. Eran vencejos, que tenían los nidos entre la vegetación, en las
rocas de los saltos de agua.
Por la tarde
cogimos una lancha por el río Iguazú. El agua estaba bastante revuelta
porque había llovido y formaba remolinos que la lancha trataba de esquivar.
Aquello parecía más un rafting que un paseo. Nos acercamos al pie de una
catarata y nos envolvió una nube de agua a presión, acabamos empapados de nuevo y eufóricos.
Al día siguiente fuimos al Parque Argentino y recorrimos el circuito superior por las pasarelas situadas sobre las cataratas. El 80% de las cataratas eran territorio argentino y el 20% brasileño. Desde el lado argentino podían verse más cerca, por encima, por debajo y aproximarse hasta mojarse. Aunque desde el lado brasileño se dominaba más la visión total, el frontal panorámico de 3,5km. Había que verlo desde los dos lados, eran complementarios.
En el circuito inferior pudimos aproximarnos tanto al agua que quedamos empapados. El agua bañaba las verdes plantas que crecían en las rocas negras, sin conseguir arrancarlas. Al final del sendero encontramos la Garganta del Diablo, el plato fuerte del día Allí confluían varios saltos de agua en una caída de gran altura. Las nubes de vapor de agua no permitían ver el fondo del salto, y las gotas reflejaban un perfecto arco iris, en el que los colores se distinguían nítidamente. Según el momento la nube se engrandecía y se expandía hacia arriba, como si fuese un géiser. Recibimos varias duchas de microgotas que nos refrescaban.
El agua bajaba con una fuerza atronadora, arrastraba lodos y se veía de color caramelo, o de un blanco espumoso y deslumbrante. Aquella garganta con su gran caudal era como una gran batidora que agitaba las aguas del río Iguazú. Eran una de las siete maravillas naturales del mundo, un merecido Patrimonio de la Humanidad. Impresionantes!