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jueves, 10 de septiembre de 2015
domingo, 31 de agosto de 2014
RETRATOS DEL TIBET
Siempre me han gustado
los retratos de gente, porque dicen mucho sobre el lugar y sobre la vida. Los
rostros de los tibetanos tenían la piel curtida por el sol, rasgos de pómulos
marcados y ojos rasgados.
Encontramos a la
anciana por las calles de Shigatse, a unos 247 km. de Lhasa. Le sorprendió que
una occidental mostrara interés por ella. La fotografié con su sonrisa pícara y
cómplice, y me dijo por gestos que fotografiara también su calzado nuevo. Eran
los botines de lana que fabrican los monjes del Monasterio de Tashilumpo. Su
rostro estaba surcado de arrugas, pero mantenía los pómulos tersos y la sonrisa
joven.
La niña de las trenzas
llevaba a su hermano a la espalda, entre juegos. También se sorprendió al
vernos. Tenía la expresión seria y las mejillas coloreadas por el frío
tibetano.
El monje vestía la túnica granate de los monjes tibetanos, con el hombro al descubierto, pese al fresco del ambiente. En otros países budistas del sudeste asiático la túnica es de color naranja azafrán, en todas sus tonalidades. Descansaba junto a un árbol en una de las plazoletas de su monasterio. No le molestó que le hiciera la foto, tal vez porque percibió mi curiosidad respetuosa.
El personaje flaco del
sombrero y barba canosa era un peregrino tibetano, con cierto aire hippy y
bohemio. Llevaba pendientes de turquesa, la piedra autóctona de Tibet, y coral.
Deambulaba entre los monjes con un morral cargado de quién sabe qué. Me quedé
con las ganas de mantener una conversación con él, qué edad tenía, qué hacía en
la vida, hacia dónde iba. Pero él intuyó todas mis preguntas no formuladas, y
me regaló otra sonrisa.
Todos ellos, y muchos
otros, formaron parte de mi viaje a Tibet.
© Copyright 2010 Nuria Millet
Gallego
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viernes, 31 de agosto de 2012
sábado, 19 de mayo de 2012
MUJERES HERERO
En Opuwo, al noroeste de Namibia,
en la región de Kaokoland, fue donde
vimos más mujeres Herero. En la
capital, Windohek, podían encontrarse algunas de ellas aisladas.
Los Herero son una
etnia del grupo bantú que también habita en Angola y en Bostwana, aunque en
menor número. Sólo en Namibia formaban una población de más de 100.000 personas.
Las mujeres Herero
vestían largos y voluminosos vestidos
victorianos con mangas abullonadas y alegres colores. En la cabeza lucían
un curioso tocado alargado y plano. Fueron los misioneros alemanes los que introdujeron esos vestidos, según la
moda europea del s. XIX. Así que la indumentaria herero era un residuo de la época colonial.
Era un contraste verlas hablando con sus vecinas Himbas semidesnudas, con su
atuendo tradicional de pieles.
La fiesta anual es en agosto, el Día
de Maharero, cuando las mujeres desfilan orgullosas por las calles vestidas
con sus mejores galas. Nos hubiera gustado asistir al
festival, pero nuestro viaje fue en mayo. Samuel Maharero fue el líder del pueblo herero. En enero de 1904, los herero se levantaron contra los
colonizadores para defender su territorio, pero las fuerzas eran desiguales y casi el 75% de los hereros fueron
aniquilados por los alemanes. Otro genocidio más para la historia. Samuel
Maharero guió la emigración de los supervivientes hacia Botswana, donde se
establecieron.
Los faldones de los
vestidos tenían enaguas superpuestas que les daban vuelo y añadían volumen a
las voluminosas mujeres. Se veían bellas e imponentes. Un ejemplo más de la diversidad de paisaje humano que ofrece África. Un
paisaje humano que me atrapó para siempre.
© Copyright 2012 Nuria Millet
Gallego
jueves, 22 de abril de 2010
LA SONRISA DE LAS GEISHAS
Por delante.. .Y por detrás...Encontramos estas jóvenes geishas en el barrio de Gion en Kyoto. Tal vez eran aprendizas, las llamadas maiko. Las seguí unos metros hasta preguntarles en japonés si podía hacerles alguna foto. El “onegai shimas” (por favor) de la occidental curiosa fueron las palabras mágicas. Se pararon amablemente y posaron con paciencia, creo que aprovecharon para escrutarme y saciar su curiosidad conmigo, mientras yo miraba maravillada por el objetivo.
Su maquillaje blanco impoluto destacaba sus rostros perfectos, sus
pómulos y labios carnosos. Eran
preciosas, con una belleza de otro tiempo. Llevaban moños con el pelo
empolvado, adornado con flores y colgantes. Los kimonos tenían un cinturón ancho abultado en la espalda, que
llamaban obi, y calzaban sandalias de madera con calcetines blancos. El
maquillaje formaba un dibujo en la nuca, mostrando el
verdadero color de la piel. Era uno de los múltiples detalles de su cuidado
atuendo.
Por la noche volvimos a
verlas. Estaban en un restaurante acompañando a sus clientes trajeados. La
escena podía verse perfectamente porque era un segundo piso, la habitación
estaba iluminada y los paneles de madera descorridos. Primero los vimos cenando
sentados. Luego una geisha tocó el shamishen, una especie de laúd
tradicional del s.XVI. Otra geisha bailó con un abanico, con movimientos
lentos. De su figura destacaba el gran moño negro, y el kimono de anchas
mangas.
Había leído que cada
vez era menos frecuente ver geishas, que era un oficio en extinción; apenas quedaban unas cien en la ciudad de
Kyoto, y unas mil quinientas en todo Japón. La crisis económica del país en los
años 90, los altos precios de los kimonos (que pueden llegar a costar hasta
10.000 euros) y los cambios en la sociedad japonesa eran las principales
causas. Las jóvenes dan la espalda al oficio de geishas y prefieren otras
opciones de la vida moderna. Pero las sonrientes y misteriosas geishas que
encontré no pensaban así.
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego
viernes, 8 de mayo de 2009
EL BAÑO DE CLEOPATRA Y EL FUTURO
Imaginaos el baño de Cleopatra: una gran piscina de
piedra circular con agua cristalina de manantial, rodeada de palmeras que se
reflejan en la verde superficie.
Llegamos hasta allí en taxi-burro, un carromato cubierto con un toldillo y
asientos laterales, desde el oasis de Siwa. No podía negarse que era un
transporte tranquilo y ecológico.
Y en aquella agua verdosa y
fresca me sumergí, sintiendo la caricia de las algas que crecían en el fondo.
Fuera leyenda o no, el lugar era un rincón idílico, digno de una reina.
Pero Cleopatra, la soberana que
intentó afirmar la independencia de Egipto ante Roma, representa el
pasado. Creí ver el presente y el futuro en todas aquellas estudiantes reunidas
en la explanada ante la Biblioteca de Alejandría. Y aunque la tradición del
velo negro se mantenga, es una pincelada en el presente. El futuro de Egipto se
viste de colores claros. Ellas son el futuro.
©Copyright 2015 Nuria Millet Gallego
martes, 6 de mayo de 2008
EL CHADOR SIRIO
Siria ocupa el lugar 97 entre los
países del mundo en el índice de Desarrollo Humano. La religión mayoritaria es
la musulmana, pero conviven con una minoría de cristianos maronitas y armenios.
El equipaje literario que
llevamos fue “Viaje a la luz del Cham” de Rosa Regás, y “Entre árabes” de Colin
Thubrand, libros que ayudan a acercarse a la realidad del país.
Las mujeres visten el chador negro. Algunas dejaban la
cara al descubierto, y otras sólo una pequeña obertura para los ojos. Era un
contraste ver los vestidos de novia de tul blanco vaporoso y los de fiesta de
colores vivos y mucha pedrería. Las cristianas vestían con ropa occidental,
marcando formas, y se maquillaban mucho la boca y los ojos.
En la Mezquita Omeya de Damasco y
en la Gran Mezquita de Alepo, las viajeras se ven obligadas a vestir la túnica
con capucha que oculta las formas corporales.
Los hombres tradicionales vestían
túnicas blancas o chilabas y pañuelo palestino, a cuadros rojos y blancos, o
turbantes blancos o el fez musulmán, pero predominaban los atuendos
occidentales. En conjunto, había mucha variación en la indumentaria. La ventaja del
chador es que permite pasar desapercibida, lo que siempre es bueno para
observar sin llamar la atención.
Como la curiosidad es uno de los
motores que mueven a esta viajera que escribe, no pude evitar preguntar a
algunos hombres jóvenes su opinión sobre el velo. Un chico joven y moderno me
contestó que para él su mujer era como el sol o la luna, muy valiosa, y por eso
no quería que ningún otro hombre la viera. Ella sonreía a su lado.
Debo decir que, más allá de
tópicos, el pueblo sirio es muy acogedor, siguiendo la tradición árabe, y
recibe al viajero que muestra ganas de conocer y comprender, con curiosidad y
calidez.
© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego
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lunes, 30 de diciembre de 1996
RETRATOS Y SONRISAS BIRMANAS
En el viaje por Myanmar vimos
algunas mujeres que llevaban una crema amarillo pálido en las mejillas.
Encontramos una chica joven con esa crema que formaba el dibujo de una hoja,
pero otras se la aplicaban de un modo menos uniforme. Leímos que lo utilizaban
tanto hombres, como mujeres y niños. La crema o polvo se obtenía moliendo la
corteza del árbol thanaka, mezclado con agua. Era un cosmético que ofrecía
protección para los rayos solares Una pasta refrescante y aromática con
olor a sándalo, que se aplicaba realizando diseños en las mejillas, y también
por todo el cuerpo. También lo vimos en Mozambique.
Nos llamó la atención la placidez de la siesta de un niño, en un banco de piedra con los caracteres circulares de la escritura birmana. Siempre nos quedará la curiosidad de lo que ponía en el banco.
En la ruta por las aldeas alredor de Kalaw, encontramos mujeres transportando sus cestas con las asas en la frente yendo al mercado, y a este niño que llevaba un sombrero especial hecho con hojas. Una muestra de la creatividad y simpatía de los birmanos.
Esta chica de larguísimo pelo la encontramos en una peluquería birmana. Las peluquerías asiáticas y africanas son mi debilidad. Como siempre, las sonrisas de la gente que encontramos en Myanmar forman parte importante del viaje.
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