Las mujeres tibetanas tradicionales llevan un peinado
con diminutas trencitas anudadas en la espalda y sujetas por pasadores
de plata con adornos de pedrería. Algunas llevan el pelo untado con mantequilla
de yak, y trenzado en 108 tiras finas y largas. Según leímos, el 108 es un
número sagrado para los budistas.
El coral rojo y la turquesa, que utilizan en los pasadores y cinturones, son piedras autóctonas. En los puestos de artesanía de Lhasa se venden muchas de estas joyas, que adornaron en sus mejores tiempos a las mujeres nómadas tibetanas.
El coral rojo y la turquesa, que utilizan en los pasadores y cinturones, son piedras autóctonas. En los puestos de artesanía de Lhasa se venden muchas de estas joyas, que adornaron en sus mejores tiempos a las mujeres nómadas tibetanas.
Los niños llevan una abertura en el trasero del pantalón para que hagan sus necesidades sin mancharse la ropa. Algunos llevaban pañales que se veían a través de la obertura. Encontré uno de ellos en una calle, y seguí a la madre y el hijo entre la muchedumbre, pero me resultó difícil conseguir la fotografía entre el gentío, y la logré pero borrosa. Habíamos visto aquello en otros países asiáticos, pero en el clima frío del Tibet nos sorprendió más.
En los mercados
tibetanos pueden verse esqueletos de animales colgando y aireándose en
espera de comprador. La carne de yak, seca y de sabor fuerte, es la más
gustosa, pero no se suele servir mucha cantidad en las raciones habituales. El
consumo de carne de los tibetanos es reducido comparado con el de un
occidental. Siglos de carencias y austeridad todavía son determinantes en su
dieta.
Las mesas de
billar están en las calles al aire libre. Hay una auténtica afición
por este juego, introducido por los chinos. Por la noche las tapan con un
plástico sujeto con piedras, que las protege algo del polvo y de las escasas
lluvias. Los niños eran unos entusiastas espectadores.
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Millet Gallego