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sábado, 19 de agosto de 2017

EL PARQUE NACIONAL LOPÉ

En la estación Owendo de Libreville cogimos un tren nocturno hasta Lopé, un trayecto de seis horas. Llegamos de madrugada y nos dijeron que tuvimos suerte porque a veces había retrasos de horas porque se daba prioridad al tren que transportaba manganeso. Gabón era el primer productor mundial de manganeso. Era el inconveniente de tener tramos ferroviarios de una sola vía.

Nos alojamos en el Hotel Lopé con tres pabellones de cañizo y tejados triangulares, y habitaciones dispuestas alrededor de un jardín. El pueblo de Lopé parecía el viejo oeste americano, con anchas calles arenosas y polvorientas, con casitas de tablones de madera como pequeños ranchos con porche, muy dispersas. Muchas eran pequeños colmados que vendían un poco de todo: pasta, galletas, bombillas, artículos de higiene, latas de carne y sardinas, entre otras cosas.




El Parque Nacional Lopé era Patrimonio de la Humanidad. Contratamos un safari de caminata por la sabana y una excursión de dos días por el parque. Fuimos en un jeep abierto. Entramos en una zona de sabana con hierba alta amarilla. La pista tenía baches y estaba hundida por las ruedas y las lluvias, íbamos dando botes. El primer encuentro fue con una manada de búfalos, con sus crías. Se quedaron mirándonos fijamente unos momentos y corretearon un poco. Los seguimos hasta que volvieron a parar, varias veces. Tenían cuernos pequeños y unos pájaros sobre el lomo, descansando plácidamente.

Luego vimos una familia de elefantes. La hembra paseaba con su cría. El macho tenía la piel con manchas de barro. Estuvimos un buen rato observándolos. Movían sus orejas y comían brotes verdes con la trompa, indiferentes a nuestra presencia.









Para la excursión de dos días fuimos en un Toyota. Nuestro guía se llamaba Saturno, como el planeta. Fuimos por una pista roja con selva a ambos lados, hasta llegar al campamento Mikongo. Tenía bungalows de madera, rodeados de bosque selvático. 

Desde allí emprendimos una marcha a pie. Seguimos un sendero de hojarasca y raíces, paralelo al río. Luego nos desviamos. Los árboles eran altísimos y las copas formaban una verde bóveda sobre nosotros. Había gigantescas ceibas, con la base del tronco triangular. Algunos troncos estaban forrados de plantas trepadoras y tenían largas lianas que buscaban la humedad del suelo. Había un olor dulzón de putrefacción de las hojas del suelo. Oíamos cantos de pájaros tropicales y el silencio roto por el crujir de nuestros pasos. Saturno iba cortando las ramas que cerraban el camino.


Vimos unos monos de larga cola en lo alto de los árboles, saltando de rama en rama. Queríamos ver gorilas y un momento emocionante fue cuando encontramos excrementos frescos de gorila y Saturno los examinó. El silencio se hizo más profundo y todos miramos a nuestro alrededor. Estábamos atentos a cualquier movimiento de las ramas y la hojarasca. Pero ningún gorila apareció, tal vez nos espiaran desde la espesura. Seguimos la marcha y en un claro de la selva hicimos un pequeño picnic. Por la tarde tuvimos nuestra recompensa. De repente Saturno se paró, nos quedamos inmóviles y señaló un árbol. Se movieron las ramas y vimos descender una masa negra, emitiendo algún gruñido de aviso. Dijo que era la hembra. De otro árbol cercano descendió por el tronco el gorila macho. A este lo vimos mejor, pero fue muy rápido. Huyeron por tierra en la espesura del bosque.

 

Nos sorprendió que los gorilas estuvieran en los árboles; solo subían para comer brotes, solían caminar por tierra. Con su peso de más de 100kg rompían las ramas. Habíamos visto gorilas en su hábitat, pero había sido una visión demasiado rápida y fugaz. La naturaleza tenía sus propias leyes. Tras seis horas de marcha regresamos al campamento Mikongo y nos dimos un baño en un recodo del río. En el campamento no había electricidad ni agua corriente. Cenamos pollo con arroz y verduras, a la luz de las velas. Y dormimos muy bien en las cabañas en el corazón de la selva gabonesa. 

viernes, 7 de agosto de 2015

LA VIDA SALVAJE DEL PARQUE NACIONAL DE CHOBE

Recorriendo el Parque Nacional de Chobe en Bostwana, nos metimos por un sendero boscoso. No parecía haber animales, y de repente a un lado de la pista, sobre la rama baja de un árbol encontramos a un leopardo. Paramos en seco y retrocedimos un poco. El leopardo bajo del árbol, pero no debimos parecerle una amenaza por se sentó en el suelo. Era un precioso leopardo moteado, con los ojos claros verdosos. Y nos miraba desafiante.


La zona de la ribera del rio Chobe era verde, dorada y húmeda. Cerca del río había múltiples lagunas donde iban los animales a beber. Vimos grupos numerosos de impalas y elefantes jirafas, cebras, fagoceros, chacales, hipopótamos, cocodrilos, gallinas de guinea, búfalos, kudus y leones.

Las jirafas se movían elegantemente con su parsimonia. Leímos que tenían un corazón de 9kg para poder bombear sangre hasta su cerebro. De ahí sus movimiento como en cámara lenta. Podían medir 6m de altura.






Vimos a los elefantes comiendo hojas de las ramas y hierba que cogían del suelo. Primero arrancaban las raíces de la tierra golpeando con sus patas. Bebían curvando la trompa y a veces se echaban tierra por encima para refrescarse. El polvo y el barro les protegían la piel del sol y de los insectos y parásitos. Movían las orejas, que tenían un sistema de irrigación propio dado su gran perímetro, para refrescarse. Varias hembras estaban embarazadas. La gestación duraba 22 meses.






Encontramos un grupo de cuatro hembras con varios leones jóvenes y sus cachorros. Iban caminando en hilera hacia el agua. Los seguimos desde muy cerca con el jeep, viendo su piel dorada al sol. Nos ofrecieron el trasero como despedida y ni se inmutaron por nuestra presencia. El atardecer lo tiño todo de una luz dorada y en las extensiones de hierba verde y amarilla, entre lagunas, se esparcían auténticas manadas de animales. Cientos de antílopes con jirafas, cebras y elefantes eran los más abundantes.


Vimos babuinos que se sentaban ante los excrementos secos de los elefantes y deshacían las bolas para conseguir la semilla que defecaban entera. Encontramos grupos de babuinos caminando a cuatro patas y cargando sus crías bajo el vientre o sobre el lomo. Unos jugaban saltando por las ramas de los árboles y otros se sacaban parásitos del pelaje.



Los bisontes lucían su montera característica con los cuernos. Eran un grupo numeroso, sentados a la sombra de un árbol y rumiando la hierba que comían.


Pasamos tres días recorriendo el parque, y uno de ellos cogimos una barca por el rio Chobe. El paisaje era espectacular, lenguas de tierra verdes y amarillas, y el azul de agua brillando. En la orilla se veían cocodrilos y en tierra manadas de antílopes y elefantes. Algunos grupos eran de cien ejemplares. Una abundancia de animales extraordinaria.




Por las noches, en el silencio del campamento, oímos los rugidos de un león y la estampida de una manada de cebras, que pasó por detrás de la tienda. Nos despedimos del Parque Nacional de Chobe con un montón de imágenes en la cabeza, emocionados y admirados de su belleza y abundancia de animales.