Después de viajar un
mes por Madagascar hicimos una parada de varios días en Isla Mauricio, aprovechando
que el avión hacía escala. Era un archipiélago de origen volcánico en
medio del Océano Índico. Era una interesante mezcla de culturas por las influencias
migratorias de África, Oriente Medio, India, China o Europa.
El
Archipiélago comprendía las islas Rodrigues, Agalega y Saint Brandon, además de
Mauricio. Fue descubierto por los portugueses en 1505 y
colonizado posteriormente por holandeses, franceses y británicos. La lengua
oficial es el inglés y el francés, y la lengua principal es el criollo
mauriciano.
Un día fuimos a Curepipe.
Lo que más nos gustó fue el Cráter de los Ciervos, el cráter de un
antiguo volcán extinguido. Los vulcanólogos decían que el volcán estaba conectado
con los de la Isla Reunión, que estaban activos, y cuando estos se apagaran
era probable que el volcán de Curepipe recuperara su actividad.
El lugar era un
buen mirador, con las montañas de formas picudas al fondo, que pertenecían
al Parque Nacional de las Gargantas de Río Negro, con la montaña más
alta de la isla el Piton de la Petite Rivière Noire de 828m de altitud.
Un verde paisaje, con plantaciones de caña de azúcar, té, vainilla y tabaco, repartidas por toda la isla.
Port Louis era la capital de
Mauricio. Paseamos por la Plaza de Armas, de altas palmeras, al final
de la cual estaba el Parlamento. Cerca estaban los Jardines de la Compañía,
llamados así porque fueron creados por la Compañía de Las Indias
Orientales. Tenían árboles centenarios como las higueras de indias
gigantes, con troncos retorcidos y lianas colgantes.
En el Paseo
Marítimo se veía gente de orígenes diversos, de piel clara, cobriza, mulatos,
negros o asiáticos. Había muchos bares y restaurantes variados desde pizzería a
hindúes, heladerías y puestos de zumos naturales. El Casino tenía la entrada a
través de un casco de barco de madera, con su mascarón de proa. Otro de los
bares era un barco tamaño natural, plantado en la acera. Una orquesta tocaba
música de jazz, mientras unos bailarines bailaban claqué. Era un ambiente muy
cosmopolita.
Chamarel era
conocida por la llamada “Tierra de siete colores”. Dunas en las que realmente
se apreciaban los distintos tonos: amarillo, ocre, rosado, rojo, morado, marrón
y anaranjado. Con la luz del atardecer se intensificaba el colorido. Leímos que
los colores se debían a los procesos de oxidación de minerales. La tierra
formaba ondulaciones entre el bosque y los cultivos de café. Un bonito paisaje
natural.
El Mar de Vacoas
era un embalse de agua de lluvia, un reservorio que abastecía de agua a toda la
isla. Era bastante grande. El Lago Grand Bassin era sagrado para los hindúes,
que celebraban allí sus ceremonias y un festival anual. Tenía pequeños templos con
estatuas coloridas y olía a incienso. Había algunas mujeres indias vestidas con
saris rojos. Colocaban las ofrendas de coco o guirnaldas de flores cerca de la
orilla, para que las arrastrara la corriente, como si fuera el Ganjes. Toda una
evocación de la India.
Para ver la Gran
Bahía y sus playas paradisíacas nos alojamos en el pueblo de Pereybere. La Bahía era preciosa, las playas tenían franjas de arboleda con casuarinas. El mar estaba salpicado de
barcos y tenía el color verde turquesa transparente del Océano Índico.
Otro día contratamos
una excursión en barco para ir a la Isla de los Ciervos, en la costa
este. Primero fuimos en furgoneta hasta el pueblo Trou de Agua Dulce,
donde cogimos una lancha rápida hasta unas cascadas. Luego nos dejó en la Isla
de los Ciervos, con una playa de arena blanca y agua verde esmeralda,
totalmente transparente. Allí nos dimos deliciosos baños, comimos pescado y disfrutamos el paisaje. Mauricio tenía muchos atolones coralinos con vida submarina y gran diversidad
de corales. La isla tenía muchos atractivos que ofrecer.
Viaje y fotos realizadas en el año 2000.