lunes, 2 de abril de 2018

LA CEREMONIA BUDISTA TAK BAT

 

Madrugamos para ver la ceremonia del Tak Bat. Nos levantamos a las cinco y media, todavía de noche. El Tak Bat era la ceremonia de peregrinación de los monjes para pedir limosna y demostrar sus votos de pobreza y humildad, haciendo méritos para la vida espiritual budista.


A un lado de la calle habían colocado esteras y banquitos para los donantes, donde nos sentamos a esperar. Otros vecinos estaban sentados en sillas. Al poco apareció una hilera de monjes. Iban descalzos, vestidos con su túnica azafrán mostrando el hombro derecho, y llevando un cuenco para recoger las ofrendas. El cuenco era grande, recubierto de tela y lo portaban con una cinta en bandolera.



Los monjes llegaban en grupos de veinte o treinta formando hileras ordenadas. Todos mantenían el silencio y era una ceremonia con cierta solemnidad. Además era un espectáculo muy estético el contemplar a los monjes con sus túnicas naranjas entre el verdor de las calles.

La ofrenda era un puñado de arroz hervido, cogido con las manos, y algunos plátanos. La señora de nuestro hotel nos dio un cestito de mimbre con arroz y una bolsa de plátano seco para que realizáramos nuestra pequeña y modesta ofrenda.


Tras recorrer la ciudad los monjes regresaban a sus templos, y seguían su rutina habitual. En la zona que estábamos había bastantes laosianos, ancianos y jóvenes, sentados en sus banquitos, haciendo la ofrenda. Aunque la ceremonia se ha transformado en un imán para el turismo, mantiene su sentido para los laosianos, y según la zona en la que se presencie puede haber pocos turistas. Nosotros tuvimos suerte y fue una buena experiencia contemplar y participar de esa escena ancestral.









domingo, 1 de abril de 2018

EL ENCANTO DE LUANG PRABANG


Luang Prabang era una ciudad tropical entre montañas, al norte de Laos. Fue la primera capital del país. Se extendía a orillas del río Mekong y del río Nam Khane. La corriente bajaba con fuerza, con aguas marrones, entre la vegetación verde. 

Las casas de madera con balcones y tejadillos eran bajas, de dos pisos de altura, entre templos, palmeras y plataneros. Su arquitectura era una mezcla tradicional laosiana y colonial francesa. Toda la ciudad estaba ajardinada, con muchos árboles y plantas por todas partes. Era Patrimonio de la Humanidad.




Empezamos por el complejo de templos Wat Xieng Thong. Era el Monasterio Budista del s.XVI, el más famoso de la ciudad. El templo principal tenía doble techo triangular, inclinado hacia el suelo. Los muros exteriores tenían dibujos con mosaicos vidriados. Uno de ellos era un gran mosaico del árbol de la vida. Estaba rodeado de varias stupas de piedra dorada y otras de un blanco deslumbrante que destacaba entre las palmeras. 




En el interior había grandes columnas y un Buda dorado. En la llamada Capilla Roja por el color de sus paredes había un Buda reclinado de piedra negra. Otro Pabellón Dorado albergaba una gran barca dorada con siete cabezas de serpiente en la proa. La serpiente (Naga) era un dios protector. Alrededor figuras de Budas erguida, como un pequeño séquito de la barcaza.

Por los alrededores había multitud de templos, más de 50, con murales representando escenas de la vida laosiana del s. XIX, o escenas históricas como la visita de diplomáticos chinos y guerreros llegando por el río Mekong.







Luego tomamos la curva que formaba el Mekong, atravesamos un puente de bambú y seguimos paseando por la orilla del otro río, el Nam Khan, más estrecho pero igual de bonito, de aguas verdosas entre vegetación exuberante. El Mekong estaba bordeado de casas y bonitos restaurantes. En uno de ellos comimos pescado a la brasa y calamares con arroz frito, acompañado con cerveza Lao.




En la ciudad había tuk-tuks motorizados, la mayoría pintados de azul. Fue interesante la visita al Museo TAECS, de Artes Tradicionales y Etnología. Después fuimos al Palacio Real, construido en 1904 y de estilo laosiano con influencia colonial francesa. El Palacio Principal tenía muchos dorados en el tejado y en el interior, con paredes rojas con frescos. Muy recargado. Había habitaciones con mobiliario: comedor, librería y salones. En otro recinto se exhibía la colección de coches reales: un antiguo Lincoln y modelos americanos de carrocería impresionante por su longitud. También había un Citroen “tiburón”. Paseamos por los bonitos jardines del Palacio y curioseamos el mercado callejero nocturno que se montaba y desmontaba cada tarde ante el palacio.



Subimos a la Colina Phu Si, de unos cien metros de altura, para contemplar las vistas de la ciudad y los tejadillos de sus casas. Había que ascender 329 escalones de piedra. Al inicio unas mujeres vendían ofrendas de flores (dientes de león naranjas), y unos pajarillos enjaulados para liberarlos en la cima. El paisaje era tropical, el río Mekong y la ciudad estaban envueltos en niebla, pero no le restaba belleza.



domingo, 4 de febrero de 2018

EL PUEBLO ANTIGUO DE AL HAMRA




En el pueblo antiguo de Al Hamra las casas eran de adobe y altas, de dos o tres pisos. La mayoría estaban en estado ruinoso. Quedaban pocos pueblos así en Omán, otro similar era Misfat en la montaña. Los omaníes preferían vivir en la parte nueva, en los chalets de construcción moderna, aunque por lo menos la arquitectura conservaba su sabor árabe manteniendo las casas bajas, colores arenosos y ventanas arqueadas.




Las ruinas de Al Hamra con sus viejas puertas de madera con adornos de latón gastado tenían su estética. La joya del pueblo era la casa que habían transformado en Museo, para mostrar la forma de vida tradicional. A la entrada tuvimos que descalzarnos. Todas las habitaciones tenían altos techos, estaban alfombradas y tenían coloridos cojines alrededor para apoyarse. La sala principal tenía vigas de madera pintada en el techo y ventiladores. Grandes baúles de madera decoraban la estancia. Las paredes tenían hornacinas con vasijas, teteras, calabazas, quinqués y todo tipo de recipientes y objetos de uso cotidiano en la época.




Tres hombres jóvenes y sonrientes eran los anfitriones. Llevaban sus túnicas blancas llamadas dishdashas impolutas y casquetes o turbantes, con una elegancia natural. Nos invitaron a tomar té con dátiles y conversamos con ellos sobre la vida en Omán. En alguna habitación había fotos antiguas que mostraban como hacían melaza con los dátiles hirviéndolos en un gran caldero. Nos enseñaron la casa donde había tres mujeres vestidas con pañuelos de colores y haciendo diferentes tareas: una cocinando frente al fuego, otra tejiendo cestas y otra elaborando una pasta naranja de sándalo y azufre de uso cosmético, con la que me untó la frente.


La casa tenía infinidad de detalles y no nos cansábamos de curiosear. Era fácil imaginar la vida de una familia tradicional omaní. Nos encantó la visita.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

domingo, 28 de enero de 2018

EL MERCADO DE GANADO



“Mañana es el día de mercado de ganado en Nizwa”, nos dijo Talluh. Empezaba temprano, a las seis. Fuimos algo después, pero no nos importó nada madrugar. Era una de esas ocasiones especiales que suceden en los viajes.

Al llegar a la entrada del zoco, junto a la muralla, ya vimos a una multitud reunida, y el olor animal nos guió.. Nos acercamos y pasmos entre camiones cargados con camellos. No dejaban a los camellos libres para que no alborotaran. Al aire libre, cubierto con un tejadillo, se habían dispuesto los compradores en dos círculos concéntricos, algunos sentados y otros de pie. Por el pasillo interior pasaban los vendedores con su cabras peludas agarradas de un cordel. Pasaban gritando precios, y si a algún comprador le interesaba lo paraba con un gesto o tirando una piedrecita para llamar su atención. Los compradores examinaban la dentadura y las ubres. Había cabras rubias y negras, y algunas eran carneros con la cornamenta curvada. También había cabritillas, que llevaban de dos en dos agarradas por los brazos. En cuanto a los precios, se regateaba y se pagaban 150 riales omanís (314 euros aproximadamente) para una cabra blanca de pelo largo, 50 riales para una hembra adulta, y 25 riales para una cabra normalita. 









La mayoría de los compradores eran hombres, vestidos con sus elegantes túnicas blancas tradicionales (dishdashas) y turbantes o casquetes musulmanes. Pero también había algunas mujeres beduinas con ropa de colores y otras totalmente de negro, que llevaban la máscara triangular con una pieza vertical que tapaba la nariz. Fue el lugar de Omán donde vimos más mujeres con máscaras de ese tipo.


La escena era un batiburrillo de túnicas blancas y animales. Hombres con barbas blancas y bastones. Algunos sentados y otros moviéndose en círculo hasta encontrar comprador. Había el ruido propio de un mercado y los balidos de las cabras, pero no era demasiado ruidoso. Los omanís eran gente muy tranquila, en general.



El mercado de animales de Nizwa nos fascinó. Era una escena que se repetía inalterable desde hacía siglos, cientos de años, como un viaje en el tiempo. El reloj se detuvo. Éramos conscientes del privilegio que suponía contemplar aquel mercado, aunque no fuéramos los únicos turistas. Fue lo más auténtico e impactante de todo el viaje a Omán. Extraordinario.


© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego