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lunes, 20 de mayo de 2019

LAS PLAYAS DE ALBANIA




La llamada Riviera Albanesa era un tramo costero montañoso de más de 100 km de extensión, que comenzaba en Vlora y finalizaba en el Parque Nacional Butrinto, ya en la frontera con Grecia. La costa estaba bañada al norte por el Mar Adriático y al sur por el Mar Jónico.


Nosotros empezamos la ruta por el sur y nos instalamos en Ksamil, donde pasamos tres noches. Era un pequeño paraíso, la arena era blanca, el mar de color turquesa, verde claro azulado, y estaba calmo. Frente a la playa había cuatro pequeñas islas a las que se podía llegar en barco. Otra característica de la playa era que tenía varios embarcaderos de madera, estrechas pasarelas que se adentraban en el agua. Nos instalamos en una de las tumbonas verdes y probamos las aguas del mar Jónico. Por la tarde caminamos por un paseo paralelo a la playa, rodeado por muretes de piedra, como el “camino de Ronda” de la Costa Brava. Había varias calas, algunas con parasoles de cáñamo de forma triangular. Además Ksamil era una buena base para visitar las cercanas ruinas de Butrint a 4 km, sobre las que escribiré otra entrada. Cenamos con las vistas de la isla griega de Corfú, a poca distancia.





En bus fuimos a Saranda, una ciudad costera con una playa grande. Paseamos por ella, pero nos pareció muy urbanizada y preferimos alojarnos en Himare, donde pasamos dos noches. Himare tenía una bahía en forma de media luna, con tres playas unidas entre sí, que recorrimos en un agradable paseo. Al día siguiente decidimos ir en taxi a las playas del norte Jale y Gjipe. Gjipe nos gustó más. La carretera finalizaba en una pista pedregosa y caminamos media hora hasta llegar. 

Por el camino encontramos varios búnkers de piedra con forma de iglú, parecían enormes tortugas. Se construyeron en la época del dictador Enver Hoxha, para protegerse de una amenaza de guerra nuclear que, afortunadamente, nunca sucedió. El camino era bonito, elevado sobre el mar, entre vegetación verde con algunas plantas de retama amarilla. Vimos la playa de Gjipe desde arriba, una cala en forma de herradura, con las diferentes tonalidades azules y verdes del mar. Altas paredes de acantilados custodiaban la playa. 






Desde Himare también exploramos las playas de Porto Palermo y Borsh. Porto Palermo era una pequeña cala con barcos varados y aguas verde oscuro. Había un pequeño castillo de Alí Pasha que visitamos. El interior era laberíntico con muchos arcos. Seguimos la carretera entre verdes montañas y campos de olivos hasta llegar a Borsh, otra playa de 7 km pedregosa.

La costa albanesa era ideal para disfrutar de la gastronomía local a precios económicos: delicioso el pulpo a la brasa, las sopas de pescado, los mejillones al vino, truchas, gambas, calamares y parrilladas de pescado, acompañados de un vino albanés o de la cerveza Korça. Y todas las playas que vimos eran más que bonitas con las tonalidades verdes y azules del mar, pero en nuestro ranking particular quedará Ksamil, con su arena blanca y fina y sus pequeños embarcaderos.













© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego
   Texto y fotos

domingo, 17 de marzo de 2019

PLAYAS DE COSTA DE MARFIL

Desde Grand Bassam un taxi colectivo nos llevó en una hora hasta Assinié. Assinié estaba entre la Laguna Aby y el mar, que se abría en el Golfo de Guinea. Una barca cruzó la laguna y nos dejó en la franja de tierra que daba al mar. La playa se extendía 18km. a lo largo del Golfo de Guinea, bordeada por altas palmeras. La arena era más blanca que la dorada de Grand Bassam, y fue la playa más bonita que vimos en el país.



En Grand Bassam era un espectáculo pasear por la playa y ver a las familias bañándose en el mar. Las olas rompían y formaban espuma blanca. Decían que cada año fallecían cientos de personas en el mar por las fuertes corrientes. La mayoría de la gente se quedaba cerca de la orilla jugando a saltar las olas entre risas y griterío. Por la orilla paseaban algunos caballos. Era un conjunto abigarrado y curioso, unas playas con gran animación.






El paseo por la playa de Mondoulou hasta el pueblo de Modeste, a 8km. de Grand Bassam fue fantástico. Las barcas de madera, alargadas y sencillas, estaban varadas en la arena. Encontramos varios grupos de pescadores,  unos arrastraban las redes del mar desde la arena, colocados en hilera. Otros recogían la captura de las redes y la colocaban en grandes palanganas metálicas que se llevaban las mujeres sobre la cabeza. Los niños zascandileaban alrededor.






Nos bañamos en una zona más solitaria. El oleaje era fuerte y se notaba la resaca que arrastraba. Bebimos agua de coco que nos ofrecieron unos chicos al pasar, y que cortaron con machete. El agua de coco nos refrescó. También compramos naranjas y jugosas piñas a unas mujeres que llevaban a sus niños atados a la espalda con un pañuelo. Vimos medusas gigantes en la arena y decenas de cangrejos correteando cerca de la orilla, dejando pequeños orificios en la superficie. 

Durante la mayor parte del trayecto estuvimos totalmente solos en la playa. Sólo teníamos el océano rugiente y espumoso a un lado, y al otro las palmeras con algún cobertizo de cañas. Resumiendo, en Costa de Marfil pueden encontrarse playas maravillosas, salvajes y solitarias, con pescadores y llenas de gente y de vida.







© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego

lunes, 15 de enero de 2018

SUR Y AYJAH



Sur era una atractiva ciudad costera situada al sur de Omán. Tenía un bonito paseo marítimo que conocían como La Corniche, dos fuertes y playas con fondo de montañas. Era la base para visitar el Wadi Shab y Wadi Tiwi y la Reserva de Tortugas Ras al Jinz.


Uno de los Fuertes era Castillo Bilad, en forma de torres construido hacía doscientos años para defender la ciudad de las tribus del interior. El otro era el Castillo Sunaysilah construido en un promontorio rocoso hacía trescientos años, con cuatro torres de vigilancia.




Fue un puerto importante en el pasado, y  en el s.XIX cuando los portugueses invadieron y dividieron en dos sultanatos a Omán, el puerto todavía fletaba cien barcos.  En el Puerto Viejo todavía podían verse los dhowns, las embarcaciones árabes tradicionales, utilizadas para la pesca. Eran de madera rojiza, aunque no tenían las velas extendidas.


La ciudad mantenía la arquitectura árabe con casas bajas blancas, ventanas arqueadas, columnas y cúpulas. Nos gustó ese estilo y que la altura de los edificios no superara las dos o tres plantas. Aunque Omán era un país con buen nivel de vida gracias al petróleo, habían respetado ese estilo arquitectónico y ninguna ciudad tenía rascacielos, a diferencia de los cercanos Emiratos Árabes o Dubai.






Ayjah  era un pequeño y blanco pueblo al otro lado de la laguna, con una playa en forma de media luna, donde estaba el faro. Se veían barcas de pesca pintadas. Recorrimos toda la Corniche paseando tranquilamente y admirando las vistas. Se veía poca gente por las calles por la hora de calor y porque los omaníes solían utilizar sus coches aunque fuera para trayectos cortos.

Sur y Ayjah nos gustaron porque mantenían algo del sabor de los pueblos árabes del Índico, aunque renovados y con menos ajetreo. No eran como Zanzíbar, pero contemplando su línea de costa con los barcos tradicionales se podía imaginar lo que fueron y el esplendor de tiempos pasados.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

jueves, 2 de febrero de 2017

LA ISLA MOUCHA



Junto a la costa de Djibouti, estaba la pequeña Isla Moucha, a media hora en barca desde la capital. Era una agradable excursión de fin de semana para los escasos turistas y las familias francesas que residían allí. La infraestructura en la isla en la época que fuimos era cero. Ningún hotel ni ningún restaurante o bar. Tenías que llevar tus propias bebidas y víveres para pasar el día. 

Fuimos al Muelle de Pescadores que estaba muy ambientado. Algunos vendían pescado fresco, como dos grandes rayas. Otros compraban khat a horas tempranas, tal vez por ser viernes, día festivo. Contratamos una barca sencilla, sin toldillo, blanca por fuera y azul por dentro. El mar estaba azul y muy calmado, la superficie totalmente lisa. Hacía calor y agradecimos la brisa al navegar. Fue un trayecto corto, de media hora.



La Isla Moucha era una franja de arena dorada con algunos arbustos. El mar tenía tonos azul verdosos y era translúcido. Una buena zona para hacer buceo con tubo, aunque se conservaban pocos corales. No era de las playas más bonitas que habíamos visto pero tenía encanto. Había varias barcas ancladas que había llevado a familias francesas residentes a pasar el día o el fin de semana. Traían sus neveras y víveres, y hacían barbacoas de pescado. Los que se quedaban a dormir tenían tiendas y carpas con colchonetas, no había infraestructura. 



Nos instalamos en el pareo a la sombra de una roca que formaba una pequeña gruta. En seguida nos dimos un buen baño. El agua estaba deliciosa y tenía tonalidades verde esmeralda. Se veían los corales más oscuros. Curioseamos un poco por la isla, que tenía rincones bastante fotogénicos, y permanecimos en remojo como garbanzos casi todo el tiempo. En un cobertizo con mesa de picnic tomamos nuestros víveres, y tras el último baño regresamos al bote y a Djibouti. Aquellas eran las escapadas de fin de semana de los militares y familias francesas que residían en Yibuti. Nos imaginábamos su vida allí, no sería fácil, sobre todo en los meses de verano cuando la temperatura alcanzaba los 45º a la sombra (hasta 60º en ocasiones). Eso había hecho al país merecedor del sobrenombre de “el infierno”. Pero habíamos ido en una buena época, el invierno africano, con máximas de 30º y mínimas de 22º. Para nosotros Djibouti no fue ningún infierno; al contrario, disfrutamos de su gente y sus paisajes, el país tenía mucho que ofrecer.




© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego

sábado, 21 de enero de 2017

TADJOURA, EL PUEBLO DE PESCADORES



Tardamos tres horas en llegar de Djibouti capital a Tadjoura en motocarro. La vuelta la hicimos en barco tipo ferry en un trayecto de menos de dos horas por el Océano Índico. La primera impresión no fue buena. Sabíamos que era un tranquilo pueblo de pescadores en la costa índica. No era un pueblo bonito convencional, pero su carácter costero y su gente le añadían atractivo.



Su playa en forma de media luna repleta de barcas varadas era bonita. Las casas eran muy sencillas, construcciones de planta baja y ladrillo de barro. Las mejores eran las del paseo marítimo de la playa, pintadas de blanco y amarillo claro, entre algunas palmeras. Por detrás se iban degradando. Sólo había una casa pintada de color rojo intenso,, que era el Almacén General de Tadjoura, escrito en francés. En el puerto al mediodía, los hombres estaban tumbados a la sombra en el suelo, entre las cabras. Había más cabras que niños en el pueblo. Estaban en todas partes, buscando comida en las basuras o subidas a las ramas de árboles bajos o pegadas a la sombra de las paredes para protegerse del sol. Y había más moscas que cabras y niños. Así que Tadjoura estaba lleno de moscas, cabras y niños, por este orden.


Curioseamos en el mercado, las mezquitas y los colmados con estanterías en las paredes llena de latas de conservas, guisantes, atún, pasta, jabones, leche en polvo, pasta de dientes, candados, pilas, galletas...Mientras las moscas, cabras y niños nos rodeaban, y cuando la luz dorada del atardecer tiñó las barcas del puerto y las casas del paseo marítimo entre palmeras aisladas, nos pareció el pueblo más bonito de África.



Vimos la salida del colegio de los niños, que transportaban grandes mochilas con los libros escolares franceses. El sistema educativo era el mismo que en Francia, al haber sido colonia francesa, con lo que estudiaban animales y lugares que no formaban parte de su entorno y tal vez nunca verían. Hojeamos un libro con fotografías de los dientes y anatomía. Los niños nos sonreían tímidamente, pero no nos seguían en el trayecto. Los amigos iban abrazados por los hombros y se dejaban fotografiar. Las niñas no; ya se protegían o tenían instrucciones de sus padres. La religión musulmana, mayoritaria en Djibouti, imponía sus reglas en edades tempranas. Pero con sus vestidos estampados y pañuelos de colores las niñas y mujeres parecían princesas árabes de otro tiempo.



© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego

miércoles, 13 de abril de 2016

GUARDALAVACA Y OTRAS PLAYAS CUBANAS

 

Como resistirse a visitar un lugar llamado Guardalavaca. El nombre nos llamó la atención y fuimos para allá. Además leímos en la guía que Colón describió aquel tramo de la costa como el lugar más hermoso en el que se habían posado sus ojos, con playas tropicales, frondosas colinas verdes y arrecifes coralinos con abundante vida marina. Guardalavaca era más extenso que Varadero y menos aislado que Cayo Coco. 



El arrecife estaba a 200m de la costa y había 32 enclaves de buceo accesibles en barco, con grutas, pecios y formaciones coralinas. Una descripción atractiva.

La playa tenía arena blanca fina, palmeras, arbustos casuarinas y mar verde azul translúcido. Nos instalamos con el pareo a la sombra de uno de los arbustos de tronco retorcido. El baño refrescante en aquellas aguas transparentes fue una delicia. Había algunas familias cubanas bañándose y haciendo picnic bajo los árboles. En el pasado los cubanos no tenían permitida la entrada a Guardalavaca.

Al día siguiente fuimos a Playa Esmeralda y Playa Pesquero, que estaban adyacentes. Fuimos en guagua, el bus que conectaba las playas por 5 pesos. Playa Pesquero no era más bonita que Guardalavaca, y tenía más gente, más hamacas y más parasoles de cañizo. 

Playa Esmeralda nos enamoró. Sus aguas tenían ese color esmeralda o verde turquesa. Las familias hacían picnic instaladas bajo la sombra de los árboles, con sillas y tumbonas. Comían, bebían, dormían la siesta y pasaban el día allí.

Desde Camagüey fuimos a Playa Santa Lucía, otra de nuestras favoritas. Era una playa larga con algas. Nos dijeron que antes las limpiaban, pero ya no se hacía por motivos ecológicos. Cubría poco y en algunos lugares las algas dejaban un claro circular, como una piscina. Hicimos buceo con tubo en la zona de corales. Salimos en un pequeño catamarán.

El buceo en Playa Santa Lucía fue fantástico. Los peces más abundantes eran amarillos con franjas negras y verdes con la cola azul. Vimos estrellas de mar y corales. Había corales lilas ramificados o en abanico, corales de dedo, y corales con forma de cerebro o laberintos. Los corales amarillos de fuego recibían ese nombre porque al tocarlos producían una quemadura muy intensa.  





Al día siguiente fuimos a Playa los Cocos en una carreta de caballos. Era preciosa, con bastantes palmeras cocoteras. El mar era como una acuarela de tonos azules y verde transparente. Disfrutamos un montón del baño y descansamos en el pareo extendido a la sombra de una palmera. Al otro extremo se veía el Faro Colón en el Cabo Sabinal.

Pepito, el cochero, nos habló de una zona donde podía hacerse buceo sin barco, viendo peces y los restos de un barco naufragado. El pecio estaba a pocos metros de la costa, en una zona que no cubría. Fue una sorpresa descubrir un montón de peces arremolinado en torno al barco y sus oquedades. Había corales pegados al casco oxidado, y grupos de peces nadaban y se resguardaban entre sus hierros. Había peces grises con rayas amarillas horizontales, plateados y azules con la cola amarilla. No esperábamos tal cantidad de peces allí. Disfrutamos del buceo entre el barco hundido.



Otra zona de playas preciosas eran los Jardines del Rey y Los Cayos, islas conectadas por tierra por una calzada elevada sobre el mar de 24km. La zona era muy verde y exuberante. La calzada era una construcción sorprendente, muy recta y asfaltada, como un puente, la llamaban pedraplén, y apenas se elevaba un metro sobre el nivel del agua. La construyeron en 1984.

Había otros 20km hasta Cayo Guillermo. Su playa nos encantó, tenía un muelle de madera con pabellones de cañizo. Nos alojamos en un complejo de villas dispersas en un jardín, era la única posibilidad porque el alojamiento en casas particulares no estaba permitido en aquella zona. Playa Pilar estaba a 8km de Cayo Guillermo y tenía fama de ser la más bonita de la isla.


Pasamos por otro pedraplén hasta Cayo Coco. En realidad era otro islote unido a tierra, que formaba parte del Archipiélago de Sabana-Camaguey o Jardines del Rey. Era la cuarta isla más grade de Cuba y el principal destino turístico después de Varadero. Antes de 1990 no era más que un manglar repleto de mosquitos. Cayo Coco nos encantó, igual que Cayo Guillermo. Tenía muchas palmeras, arena blanca y agua verde azul. Todas las playas cubanas rivalizaban en belleza.