Llegamos a
Miandrivazo a las once y media de la noche, tras un trayecto infernal en taxi-brousse
desde Morondava, por pistas llenas de socavones. El vehículo parecía un barco,
en continuo vaivén hacia un lado y otro.
Al día siguiente vimos el pueblo de Miandrivazo, que nos gustó mucho. En la calle principal se conservaba alguna casa destartalada con los balcones con tablillas de madera labrada. Tenía un par de Iglesias Adventistas, que eran los edificios de mejor construcción, aparte del Palacio de Justicia. Había mucho ambiente y pequeños comercios. Solo necesitaban una madera para montar un puesto de venta ambulante de buñuelos, cacahuetes, pinchitos de carnes, huevos, mangos…Vimos un almacén de mazorcas de maíz. Había cientos de mazorcas doradas. Estaban amontonadas, las metían en sacos y las cargaban en un camión. Por las casas también colgaban hileras de mazorcas.
En las calles vimos mujeres y niñas peinándose unas a otras, haciéndose trencitas que luego agrupaban en moños caprichosos, con peinados muy variados e imaginativos. Algunas llevaban pamelas blancas o de colores.
Al atardecer paseamos por las orillas del río Tsiribihina, viendo el ambiente local. Mujeres y niños se lavaban enjabonándose, otras mujeres lavaban la ropa y la extendían en el suelo para que se secara, formando un mosaico de colores.
Había una excursión por el río de tres días, pero decidimos hacer un trayecto en piragua más corto. La piragua era un tronco de árbol vaciado, con cuatro maderos transversales para sentarse. Fuimos con dos remeros. Rio arriba había una zona de rocas y se formaban rápidos, estrechándose el caudal. Dejamos la canoa atada y caminamos por las rocas hasta llegar a unas cascadas donde el agua saltaba con fuerza entre las piedras. Nos bañamos en un remanso del río. Disfrutamos un montón y fue muy relajante.