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martes, 21 de abril de 2015

LAS ISLAS CORALINAS SAN BERNARDO Y DEL ROSARIO

En el Mar Caribe nos esperaban las Islas San Bernardo, un Archipiélago formado por diez islas: Boquerón, Cabruna, Palma, Mangle, Panda, Tintipán, Múcura, Ceycén, Santa Cruz del Islote, y Maravillas, que desapareció por la erosión marina.

Estaban rodeadas de arrecifes de coral, en los que el color del mar fluctúa entre el turquesa y el violeta. La zona había sido declarada Parque Nacional Natural de Corales del Rosario y San Bernardo.

Desde Tolú cogimos una barca a las Islas San Bernardo, navegando por las aguas tranquilas del Golfo de Morrosquillo. En la punta del Golfo estaba la Isla Boquerón, y más allá la Isla Cabrera. 




Paramos en la Isla Múcura, repleta de altas palmeras y manglares. Nos instalamos en una cabaña frente al mar y nos dimos un baño en las aguas transparentes. Luego recorrimos el interior de la isla y atravesamos el pequeño pueblo con casas de colores y un par de tiendas básicas. Los niños jugaban libres, empujando una carretilla donde se montaban apiñados.









En la Isla de Palma había un Acuario, bastante peculiar. Bajamos a curiosear y recorrimos un sendero de arena paralelo al mar, entre manglares. En grandes diques había varios tiburones, róbalos y un delfín que asomó el morro. Nos adentramos en el manglar y allí había un zoo rústico natural con monos, cocodrilos, loros, tucanes, un búfalo y un grupo de flamencos en una laguna.

Al final del recorrido estaba el Acuario que mostraba, a través de ventanales, langostas, tortugas marinas nadando, pez globo, estrellas de mar o tiburones.







Pasamos por Tíntipán, la isla más grande, y por Santa Cruz del Islote, la isla más densamente poblada, donde vivían los pescadores en cabañas tropicales.



Otro día fuimos al Archipiélago de Islas del Rosario estaba formado por 27 pequeñas islas, entre ellas varios islotes diminutos rodeados de arrecifes de coral. Estaban a 35km de Cartagena de Indias. Fuimos al muelle turístico La Bodeguita, desde donde partían varios tipos de barco. Cogimos una lancha rápida con menos gente. En la bahía se podía ver el sky-line e rascacielos de la parte moderna de Cartagena. 

Nos alojamos en la Isla Barú, donde estaba Playa Blanca, la playa más grande de las islas. Era larga, con arena blanca y restos de corales pulidos por el mar. Tenía árboles y algunas palmeras aisladas. Mujeres negras o mulatas ofrecían fruta y masajes. Dormimos en las cabañas del Hotel El Personaje, junto al mar. No tenían luz, utilizamos velas, y el baño era de cacitos. Estaban al cuidado de Orlando, un cincuentón de pelo canoso, flaco, tostado y fibroso, que no paraba de contar historias, todo un personaje. La mayoría de la gente no dormía allí, solo pasaban el día y regresaban a Cartagena. Para nosotros fue un oasis de tranquilidad. Nada más despertar vimos el mar desde nuestra cabaña y desayunamos ensalada de frutas recién cortadas. 




En Isla Grande hicimos buceo con tubo o careteo, como lo llaman los colombianos, término que nos gusta más que el anglicismo snorkel. Desde la superficie ya se apreciaban los corales. Al sumergirnos vimos corales ramificados, en forma de cerebro, de colores mostaza, verde, liloso, ocres…Vimos un grupo de unos veinte peces apiñados ente corales, dejándose mecer por el oleaje. Había peces azul eléctrico, multicolores con verdes y amarillos, otros con las escamas rosa y gris, como un mosaico. 

El mar parecía una piscina con tonos verdes. Un chico nos mostró una estrella de mar dorada que había cogido en la orilla, luego la devolvió al agua. El tiempo nos pasó volando entre paseos y baños. 





De todas las islas, Isla Múcura, con su aguas verde azuladas y su palmeral fue la que más nos gustó de todo el viaje por Colombia, y la disfrutamos.


viernes, 7 de octubre de 2005

EL DELTA DEL ORINOCO



Desde Tucupita emprendimos el viaje por el Delta del Orinoco, uno de los mayores deltas del mundo. Era un laberinto de islas con centenares de canales estrechos llamados caños. Las aguas del Orinoco eran de color café con leche y bajaban con grupos de verdes plantas acuáticas, que formaban islas flotantes arrastradas por la corriente. En las orillas la vegetación era frondosa, con palmeras y manglares. Nos cruzamos con pequeñas barcas y con pescadores extendiendo las redes. En el trayecto vimos tucanes con franjas amarillas en el pico, monos de pelaje rojizo en la arboleda y búfalos de agua con grandes cornamentas curvadas.













Tras varias horas de navegación nos detuvimos en un campamento. Una de las mujeres nos preparó la comida. Se sentó en el embarcadero y con un machete grande empezó a quitarle las escamas a un gran pescado. Preguntamos el nombre y dijo que era un “morocoto”. Acompañaron el pescado con arroz, fríjoles y banana frita. Luego nos tumbamos en las hamacas.

Cogimos de nuevo la barca y nos adentramos en canales más estrechos. En esos caños la vegetación de las orillas es exhuberante y está más próxima. Vimos delfines oscuros, jugando y saltando. Eran tan rápido y tan imprevisible el lugar por donde asomarían que aunque les seguimos con la barca no pudimos fotografiarlos. Encontramos una tortuga pequeña posada sobre el tronco cortado de una palmera. En seguida se sumergió al acercarnos.

Paramos en uno de los caños más angostos y bajamos a tierra, pisando terreno pantanoso. El barquero nos mostró la planta del cacao, el árbol del palmito, las toronjas, ají picante y unos frutos rojos pequeños que se usaban como colorante. Vimos tarántulas, escondidas en una planta tipo palmera baja. Era negra y peluda, más grande que mi mano. Estábamos junto a ella y nos agachamos para verla mejor, aunque con precaución. Pero Luis, nuestro barquero, colocó su mano a un centímetro de la tarántula y ni se inmutó. Dijo que si no se la atacaba no hacía nada. La tarántula nos ignoró, pero los mosquitos del pantanal nos acribillaron.













Visitamos una comunidad de los indios warao. Leímos que “wa” significa “canoa” y “rao” significa “hombre”. Esas comunidades solían estar aisladas por familias, repartidas en las orillas del Orinoco. En todas se distinguían las hamacas colgantes, meciéndose con alguien que contemplaba el paso del río y del tiempo. En la aldea subimos a una curiara a remo, la embarcación tradicional tallada en un tronco vaciado. Fue muy relajante deslizarnos con la curiara por el río, en el silencio de la jungla, contemplando el reflejo de los árboles en la superficie del agua.