Desde Tulcea
cogimos un barco por el río Danubio, hasta Sulina, en el corazón del Delta.
Fue un trayecto de cuatro horas, y nuestro primer contacto con el río de aguas
verdosas. Las orillas tenían vegetación, pero también tramos donde habían
talado los árboles. Nos cruzamos con grandes barcos cargueros, uno de Panamá,
que hacían sonar la bocina. También bajaban pequeñas embarcaciones. Sulina era
una población aletargada, sin turistas. Tenía una bonita iglesia en las orillas
del río y muchos sauces llorones.
En Sulina
contratamos una excursión en barco por el Delta del Danubio, con el Luciano,
el Capitán Nemo, todo un personaje. El Delta del Danubio era el más grande y
mejor conservado de Europa. Formado por marismas, pantanos, islotes de juncos y
bancos de arena. Albergaba más de 300 especies de aves y 160 especies de
peces. Estaba declarado Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera.
El capitán nos
mostró la Torre del Agua y la antigua fábrica de pescado del pueblo,
abandonada. Había tenido una producción importante para exportar a varios
países. También había barcos abandonados en las orillas, llenos de herrumbe.

Nos adentramos por
un canal más estrecho y empezamos a ver los primeros nenúfares de flores
blancas y amarillas. La vegetación de las orillas era una mezcla de juncos,
hierbas altas y árboles que se reflejaban en la superficie verde del agua.
Vimos varias aves: garzas blancas, cisnes, cormoranes, gaviotas y pelícanos
con el pico naranja. Los cisnes revoloteaban y se posaban en el agua
formando un reflejo perfecto con su cuello largo.
La proa del barco
rompía la superficie lisa del agua, formando una estela. Plantas flotantes
asomaban sus hojas verdes y amarillentas. Era un espectáculo cromático.
Lucía el sol y hacía muy buen día, llegamos a los 28º. Los canales se abrían
a grandes lagos: el Lago Rosso, Lago Mare y algún otro que no recuerdo.
Grandes extensiones de agua que formaban un todo con el cielo con nubecillas
blancas. Vimos algunas orquídeas lilas en las orillas, Luciano me regaló una.
Fue un trayecto de tres horas, tranquilo y muy placentero.
Regresamos al
pueblo y fuimos a la playa Sfantu Gheorghe, en el Mar Negro junto a la
desembocadura del Danubio. Tenía arena blanca y parasoles de cañizo dispuestos
con simetría.
Por la tarde
hicimos otra excursión en barco en dirección al mar, hacia la desembocadura del
Danubio. Vimos una alta torre militar de telecomunicaciones y el Faro de Sulina. Pasamos junto a un barco naufragado, lleno de óxido. Nos adentramos en el Golfo de Musara, que parecía un gran lago de aguas
tranquilas como un espejo. Sobrevolaban muchas gaviotas y algunos pelícanos. En
un tramo del canal fuimos paralelos al Mar Negro.
Vimos la puesta de
sol en el Golfo de Musara. En el horizonte aparecían franjas anaranjadas entre
jirones de nubes. El paisaje era especial con aquella quietud, las aguas
plateadas y las aves revoloteando. Nos despedimos del Danubio y del Capitán
Nemo. Al día siguiente partimos hacia la bella Bucarest.

