miércoles, 29 de abril de 2009

EL TEMPLO DE KARNAK

El Templo de Karnak era el Gran Santuario de Amón, el gran dios del Imperio Nuevo. Fue el principal lugar de culto de Egipto. Nos sorprendieron sus dimensiones. Era inmenso, un conjunto de santuarios, quioscos, pilares y obeliscos dedicados a los dioses tebanos y la gloria de los faraones. El conjunto estaba declarado Patrimonio de la Humanidad.

Pasamos por la Avenida de las Esfinges, que en el pasado unía los templos de Karnak y Luxor, a lo largo de 3km. Las esfinges tenían cabezas de carnero y estaban sentadas sobre pedestales, eran guardianas y protectoras. Seguían otras avenidas con estatuas gigantescas de faraones con los brazos en cruz.



Traspasamos las estructuras de entrada en forma de trapecio, que llamaban pilones. La estructura principal era el Templo de Amón, el mayor edificio religioso del mundo. Fue el lugar de culto más importante de Egipto y durante más de mil quinientos años. Llegamos a la gran sala hipóstila, un espectacular bosque con 134 columnas de piedra con forma de papiro enrollado. Los antiguos egipcios asociaban la planta del papiro al origen de la vida.


Las columnas tenían capiteles y estaban grabadas con relieves de figuras y jeroglíficos. Los muros estaban decorados con escenas de la vida del faraón haciendo ofrendas a los dioses. En algunas zonas conservaban restos de pintura polícroma: azules, ocres y granates. Vimos pájaros azules, ojos, la cruz llamada Ank y otros símbolos egipcios. Fue la sala que más nos gustó. Paseamos entre las columnas y nos sentamos a la sombra disfrutando del lugar. Una niña de unos cinco años jugaba al escondite con su padre, ocultándose tras las columnas gigantes.











Después vimos un alto obelisco, enormes estatuas de Amón y otros dioses, patios, el recinto de la gran sala de fiestas y finalmente el lago sagrado, con el templo de fondo y rodeado de palmeras. El lago debió servir como escenario de las ceremonias religiosas. En la superficie flotaban plantas verdes. 

Junto al lago sagrado había un escarabeo gigante y la punta de un obelisco labrado. Estuvimos horas visitando con calma el templo de Karnak. Una maravilla histórica.


Por la noche vimos el espectáculo de luz y sonido. Fue un poco naïf pero valía la pena ver la iluminación nocturna del templo. Lo que más nos gustó fue la Avenida de las Esfinges iluminada, la sala hipóstila de las columnas y el Lago Sagrado. Íbamos avanzando por zonas, escuchando el ruido de los picapedreros antiguos, y nos explicaban lo que construyó cada faraón. Nos sentamos en unas gradas en el lago y se iluminaron las palmeras y la superficie del agua.


martes, 28 de abril de 2009

EL RÍO NILO EN FALUCA Y TEMPLO PHILAE

En Asuán vimos el mítico río Nilo y paseamos por la Corniche. En la otra orilla se veían mástiles de barcos y velas de falucas entre el verde de las palmeras, con colinas arenosas de fondo. Contratamos una excursión de dos días por el río Nilo en faluca, las embarcaciones tradicionales de velas blancas. Lo preferimos a la opción de un gran crucero. 

El Nilo era el mayor río de África y el segundo río más largo del mundo tras el Amazonas, con 6650 km de longitud. Nacía en Burundi y tenía dos ramales o fuentes principales: el Nilo Blanco y el Nilo Azul. El Nilo Blanco atravesaba los Grandes Lagos de África, teniendo su fuente más distante en Ruanda, y fluía hacia el norte por Tanzania, el lago Victoria, Uganda, Sudán del Sur y Sudán. El Nilo Azul nacía en el lago Tana, en Etiopía, y cruzaba el sudeste de Sudán.


El río fue fundamental para el florecimiento de la civilización del Antiguo Egipto. La mayor parte de sus ciudades se encontraban en el valle del Nilo y en su Delta, al norte de Asuán. Seguía siendo una arteria vital.

La navegación en faluca era relajante y suave, y la brisa se agradecía y aliviaba el calor. Apenas se notaba el movimiento de la embarcación. El paisaje era bonito, había tramos que conservaban una franja verde con muchos árboles y palmeras, y otros tramos eran desérticos. Entre el verdor apenas se distinguían pequeños poblados de casas de adobe y algunas color añil. Vimos algunas aves blancas, tipo grulla, entre los humedales, y algún camello en las orillas.



Desembarcamos para ver el Templo de Philae (o Filé), en una isla en el Nilo. Palmeras y flores rojas entre el verdor rodeaban al templo. En el s. XIX ya era una de las atracciones turísticas legendarias de Egipto y no nos decepcionó. Era un conjunto de templos con avenidas con columnas. El Templo de Isis era el principal, y alrededor estaba el Quiosco del Faraón Nectanebo, y los Templos de Imhotep y de Augusto. Isis fue una de las diosas principales del panteón egipcio y su culto perduró hasta el s.VI. 




El conjunto de templos formaba parte del Museo al Aire Libre de Nubia y Asuán, declarado Patrimonio de la Humanidad. Tenían grabados de figuras, jeroglíficos y grafitis antiguos de los primeros exploradores británicos que llegaron hasta allí. Estuvimos recorriéndolo con calma y disfrutando del entorno de las aguas azules del lago Nasser, creado artificialmente al construir la presa de Asuán entre 1958 y 1970.




Íbamos con tres tripulantes y doce pasajeros. Los barqueros hablaban entre ellos, fumaban y tomaban té. Le pregunté al capitán por la profundidad del río y me dijo que unos 25m. En las horas de oración colocaron sus alfombrillas y rezaron en la faluca, girándose según soplaba el viento. 

El cocinero preparó la comida y comimos a bordo, en la cubierta de la faluca: falafel (croquetas vegetales), un guiso de habas, picadillo de tomate, pepino y queso fresco, acompañado del pan árabe y té.



Dormimos en colchonetas sobre la cubierta. El deslizarse suavemente con el viento en la faluca fue muy agradable y poético, pero al ausentarse el dios Ra empezó a hacer frío, eso y la dureza de los tablones le restó algo de poesía al trayecto. Pero el Nilo y sus orillas seguían siendo bellas. Disfrutamos de la puesta de sol. Y por la noche contemplamos el cielo estrellado, como polvo brillante esparcido sobre el Nilo.


viernes, 17 de octubre de 2008

EL TREN NARIZ DEL DIABLO





Dormimos en Riobamba y a las siete de la mañana ya estábamos montados en el Tren Nariz del Diablo. El tren tenía cuatro vagones de carga, de hierro rojo oxidado y dos vagones de pasajeros, bastante destartalados. Nos dijeron bromeando que la máquina de vapor solo la sacaban una vez al año. La máquina de nuestro tren era Diesel. También nos comentaron que habíamos tenido suerte porque el tren había estado parado durante cuatro meses, por problemas de derrumbe del terreno y mantenimiento del trayecto de las vías.

El recorrido Riobamba-Alausí-Simbamba-Alausí duraba unas cinco horas. Lo típico era hacer el trayecto subidos en el techo del tren para contemplar mejor las vistas, y eso hicimos. Alquilamos una almohadilla por un dólar y encontramos un hueco entre los otros guiris. No había más ecuatorianos que los pocos que hacían turismo por su propio país. Una barandilla metálica en el extremo permitía apoyar los pies o la espalda. Los vaivenes y el movimiento del tren casi se notaban más en el vagón.




A la hora de partir de Riobamba el tren paró bruscamente. Se había producido un derrumbe del terreno, y un montón de ramas y barro cortaban el camino de las vías. Dos operarios fueron a inspeccionar la parte delantera. Nos enteramos de que no disponían de palas y fueron a buscarlas no sé dónde. Desengancharon la máquina para intentar desplazar el barro, cavaron y tardaron casi una hora en limpiar las vías. Mientras todos los pasajeros nos movíamos, hacíamos fotos y comentábamos la situación. Decían que los derrumbes y descarrilamientos eran habituales y formaban parte de la diversión. Por lo menos no descarrilamos.

Entablé conversación con un ecuatoriano que vivía en Nueva York. Era un señor mayor jubilado. Me contó que su hijo trabajaba en el servicio secreto, y habló del impacto de los atentados del 11-S. 






Tras la reparación de la vía reanudamos la marcha. El día estaba grisáceo, pero era bonito el paisaje de valles cultivados, un mosaico de diferentes tonalidades verdes, con el río al fondo. Se veían algunas ovejas y vacas. En Guamote, junto a las vías había pequeños puestos que ofrecían comida y textiles. Las vendedoras eran mujeres con la vestimenta tradicional: ponchos, las faldas de volantes que llaman polleras y sombreros negros. Tenían largas trenzas, peinadas en dos o una sola trenza.







Llegamos a Alausí sobre las doce. En la estación esperaban más turistas que subieron a bordo, y seguimos la marcha. Decían que el tramo de Alausí a Simbamba era el más bonito. El paisaje de montañas y valles era impresionante. La vía estaba a apenas un metro del barranco, y bordeaba el río que a veces se veía diminuto al fondo. Al ir en el techo del tren ningún obstáculo se interponía entre nosotros y la vista de las grandes montañas. Fue impresionante.



Cruzamos el río por varios puentes de aspecto destartalados que emitían grandes ruidos al atravesarlos. En poco tiempo el tren llego a la llamada Nariz del Diablo, una montaña aislada en el valle, cuyo perfil se recortaba contra el cielo. Allí el tren cambió de sentido en un bucle. Pero antes nos dejaron bajar un rato por allí. No había ninguna población. El fin del trayecto era la Nariz del Diablo, y luego el tren regresó a Alausí. Fue un recorrido y un paisaje para recordar en nuestro viaje a Ecuador. 




miércoles, 8 de octubre de 2008

LA SELVA AMAZÓNICA DE ECUADOR



Tena, en Ecuador, fue una de las primeras ciudades que se fundaron en la jungla. Desde allí hicimos una excursión de varios días a la selva amazónica, remontando el río Napo, hacia Misahuallí. El Napo es uno de los muchos que alimentan las aguas del gran río Amazonas, tras atravesar Perú y llegar a Brasil. Ramiro, un ecuatoriano jóven, fue nuestro guía. Estuvimos alojados en una comunidad de indígenas quechúa, en una cabaña palafito. Al atardecer y por las noches empezaba el gran concierto del sonido de las aves y los insectos.



Las caminatas por la jungla fueron una experiencia a recordar. Ramiro nos explicó sobre los tipos de árboles y las plantas medicinales. Encontramos hormigas cortadoras de hojas, transportando grandes pedazos verdes. Muchas hojas de plantas estaban carcomidas por los insectos. Una gran hormiga Conga, de casi dos centímetros. pasó junto a nuestro pie y la evitamos; su picadura es dolorosa y puede producir fiebre. También probamos las diminutas hormigas limón, que tienen un sabor parecido. Vimos termiteros, bambúes gigantes, árboles de caucho, y nos bañamos en cascadas totalmente aisladas.
 
 



Con el machete, Ramiro hirió la corteza de un árbol del caucho, y al momento empezó a gotear la leche blanca y pegajosa que él recogió con una hoja. El árbol tenía antiguas cicatrices. A principios de siglo XX había mucho comercio de caucho; luego los precios bajaron. Los hombres tenían que recoger la leche blanca caminando durante horas de un árbol a otro, y los árboles estaban dispersos, por lo que el trabajo con la humedad y el calor, era agotador. En Brasil también habíamos visto plantaciones de árboles de caucho, en las que habían trabajado en régimen de esclavitud o semiesclavitud.



Un árbol curioso era el que llamaban Pene del Diablo. Una parte de sus raices tenía esa forma, y decían que las muchachas jóvenes no debían mirarlo, a riesgo de quedar embarazadas. Encontramos un termitero colgado en una rama. Ramiro desgajó un trozo y se lo frotó en los brazos, con las termitas incluidas. Olía a tierra, y decían que aquel olor peculiar resultaba ser un buen repelente para los mosquitos.

Recordaremos las caminatas por la jungla, los baños en la cascada y en el río, y sobre todo, a nuestro amigo Ramiro, que compartió con nosotros la belleza del lugar donde nació.

 
 
© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego

martes, 7 de octubre de 2008

VOLCANES Y TERMAS DE ECUADOR



Ecuador es un país de volcanes de sonoro nombre y presencia imponente, como el volcán Chimborazo, el Pichincha o el Cotopaxi. Y también es país de baños termales, con aguas calientes, procedentes del volcán Tungurahua.

La zona de Baños es conocida por sus cascadas y baños termales, con agua caliente de origen volcánico. Nos bañamos en las termas de la Piscinas de la Virgen, entre cientos de ecuatorianos. Eran tres piscinas al aire libre, adosadas a la negra pared de roca, y desde las que se contemplaba la caída de la Cascada de la Virgen. Una de las piscinas tenía el agua fría, otra templada y otra a 48º. El agua era de un color marrón claro por la concentración de minerales.
 

 

En una chiva, un autobús con los laterales abiertos, visitamos varias cascadas de los alrededores: Agoyán, el Manto de la Novia, el Encanto del Rocío y el Pailón del Diablo.

En la primera de ellas, atravesamos el barranco en una cabina colgante abierta, que llamaban tarabita.




El volcán Chimborazo es el punto más alejado de la tierra y el más cercano al sol, con su pico de 6.310m. de altura. Se puede llegar fácilmente a sus pies, con un vehículo por una pista de tierra volcánica oscura. Por el camino se ven grupos de llamas de pelo rojizo. Se para junto al primer refugio, una casona solitaria, rodeada de islotes blancos de nieve. Varias lápidas recordaban a los montañeros que habían fallecido, por avalanchas o accidentes en la montaña.

 


Subimos hasta el segundo refugio caminando cuesta arriba. El día estaba bastante nublado y frío. Dudábamos de cómo iba a reaccionar nuestro cuerpo haciendo ejercicio a tanta altura. Pero fuimos poco a poco, sin prisas, habíamos consumido glucosa, y además íbamos abrigados. Al llegar al segundo refugio, a 5000m. de altitud, las nubes se abrieron y vimos la cima nevada del Chimborazo, recortada sobre el azul del cielo. Aquella vista fugaz de una de las cimas de la Tierra fue nuestra recompensa.