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viernes, 5 de agosto de 2011

LABERINTOS RUSOS






Una mañana luminosa alquilamos bicicletas para recorrer la isla Bolshoy Solovetsky. Pasamos junto a unos monjes que contemplaban a los patos nadando en el Mar Blanco. Seguimos el camino pedregoso hacia el Jardín Botánico, a 3,5km. El jardín era un gran recinto boscoso con flores entre las que revoloteaban abejorros. En los años en que las islas eran un Gulag, los convictos, la mayoría presos políticos, se ocupaban del jardín. Intelectuales con ropas raídas y escasas para el intenso frío, con comida insuficiente, con la moral minada y con las fuerzas menguadas, trabajaron años infinitos en aquellos terrenos. Ahora lo cuidaban los monjes.




En un extremo había un pequeño embarcadero con un lago rodeado de bosques. Las aguas estaban inmóviles, con nenúfares flotantes, y los árboles se reflejaban en la superficie. Se respiraba la paz y la tranquilidad.

La isla era conocida también por sus laberintos líticos, remolinos concéntricos de piedras cubiertos de matorrales, y túmulos funerarios de más de 4000 años de antigüedad. Junto a la bahía vimos uno de esos laberintos que recorrimos hasta su salida.





Es curioso el simbolismo atribuido a las piedras en muchos lugares del mundo, como el Tibet. Los peregrinos de diferentes países tradicionalmente han apilado piedras en los caminos, formando túmulos de connotaciones sagradas. Los rusos consideraban Solovky la puerta de entrada al mundo espiritual. Recogí algunas piedras como recuerdo y estuvimos un buen rato descansando al sol entre hierbas y rocas, y envueltos en el silencio.

Al regresar en barco a Rabocheostovk la atmósfera seguía limpia y el cielo de un azul nítido hasta pasadas las once de la noche, cuando anochecía. Y en el cálido refugio del hotel pensé que para algunos presos las islas Solovestsky habían sido un laberinto sin salida. Deseo que estas líneas sean un homenaje y recuerdo al dolor de todos ellos.


© Copyright 2011 Nuria Millet Gallego

miércoles, 11 de octubre de 2000

EL PARQUE NACIONAL TSINGY

El Parque Nacional de Tsingy de Bemaraha era el más grande de Madagascar. Había dos circuitos posibles: el Gran Tsingy de 4 horas de recorrido y el Pequeño Tsingy de 2 horas. Hicimos los dos circuitos acompañados por un guía del parque.

El coche nos dejó frente a una pared de vegetación verde y comenzamos nuestra excursión. Atravesamos una zona de bosque tropical con mucha hojarasca seca en el suelo y lianas retorcidas. Vimos bastantes animales: ardillas, salamandras grandes, pájaros y lémures.


Leímos que los tsingys eran mesetas cársticas en las que las aguas subterráneas habían socavado las tierras altas elevadas, y creado cavernas y fisuras en la piedra caliza. La peculiaridad del parque eran esas formaciones geológicas de pináculos de piedra calcárea, originados por la erosión. El bosque de pináculos de piedra tenía paredes de 30 o 40 m de altura.

Formaban un laberinto que recorrimos como hormiguitas. El guía nos colocó un arnés de escalada con mosquetones de seguridad. Había algunas pasarelas, troncos y escaleras metálicas clavadas en la roca para poder ascender. Recorrimos pasadizos estrechos, por los que pasábamos de perfil, y desfiladeros que formaban grutas. Fue divertido.



El camino no era demasiado difícil, pero exigía concentración para no herirse con los bordes de afilada piedra que nos rodeaban. De hecho, me desgarré el pantalón con una arista. Constantemente había que trepar, bajar y saltar apoyándose en las piedras y manteniendo el equilibrio en posiciones difíciles. Nosotros llevábamos botas de montaña, pero nuestro guía llevaba chancletas y se movía con la misma agilidad que si pisara arena.

El mirador principal era una pequeña pasarela de madera en las alturas, en medio de los picos de piedra. Unas vistas espectaculares. Allí nos quedamos un rato contemplando las formas de las piedras calcáreas, ente las copas de los árboles y bajo un sol de justicia. Una maravilla natural y un paisaje extraño, de cuento de hadas. Otro de los atractivos naturales de Madagascar.