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viernes, 26 de septiembre de 1997

PALAWAN: SABANG Y EL RÍO SUBTERRÁNEO

Sabang nos gustó desde el primer momento. Era un pueblecito diminuto con casas de caña y madera, una iglesia de misión católica, una prisión vacía y una pista de basket. 

La playa era preciosa, bordeada de altas montañas en diferentes planos. Desde el agua se veía primero las hileras de palmeras, después grandes árboles, montañas de vegetación verde y la silueta de otras montañas difuminadas por la niebla. En el mar esperaban las barcas, con brazos de madera laterales, para estabilizarlas. Parecían arañas o cangrejos, reposando en la superficie del mar. 

En la Oficina de Información y Turismo de Sabang tramitamos el permiso de entrada al Parque Nacional de San Paul. La excursión se podía hacer en barco o caminando por la jungla. Decidimos ir caminando y volver en barco. Eran unos 4km de trayecto. La jungla era tupida, con lianas, árboles enormes unidos por sus ramas y raíces entrelazadas. Atravesamos zonas pantanosas por puentes y pasarelas de madera. El sendero era angosto, y subía y bajaba para cruzar grandes rocas que lo obstaculizaban. Hacía un calor tropical, húmedo y pegajoso, y los mosquitos nos acribillaron. Pero todo lo que veíamos era una maravilla en estado salvaje. Oímos cantos de aves y el estruendo de las cigarras y otros insectos. 


A medio trayecto nos bañamos en una calita, junto al sendero. Las ramas de los árboles llegaban hasta el agua. A las dos horas de caminata llegamos al Río Subterráneo. Había una laguna de color verde turquesa intenso frente a la cueva. Enseñamos el permiso y pagamos la entrada. Nos dieron cascos y chalecos salvavidas. El barquero era un chico joven llamado Rogelio Banderas. Fue a buscar una batería, que recargaba con paneles solares. Subimos en una canoa azul, con los maderos estabilizadores laterales.


Entramos en la cueva para navegar el Río Subterráneo. Javier iba delante, yo en medio y detrás el barquero remando. Javier era el encargado de sostener un foco de luz y enfocar el trayecto o lo que el barquero le indicara. Vimos estalactitas y estalagmitas agrupadas en formas caprichosas, que estimulaban la imaginación. Aquí había un león, allí una serpiente, allá un águila o una mujer. 


La cueva estaba repleta de murciélagos, durmiendo boca abajo, que iluminábamos con el foco. Pasábamos a un metro escaso de ellos y algunos revoloteaban enojados por la interrupción de su descanso por unos extraños. Otros moradores eran unos pájaros pequeños y negros. Juntos producían un sonido como de castañuelas. Esos eran los únicos sonidos cuando nos deslizábamos entre las tranquilas aguas. 

Llegamos a una gran sala que llamaban la Catedral, el punto más alto de la cueva con 65m de altura. El río tenía algo más de 24km de largo, aunque solo eran navegables los primeros 8km. Recorrimos en cuarenta y cinco minutos los ,5km permitidos, y regresamos acompañados del vuelo de los murciélagos irritados.

Al salir nos bañamos en la desembocadura del río en el mar. Se mezclaban las aguas dulces de color verde intenso con las aguas saladas azules del Pacífico. Estuvimos solos en la playa y esperamos que un barco nos llevara de vuelta hasta Sabang. Estuvimos alojados en un bungalow de tejado triangular, con camas con mosquitera, porche y hamaca, frente al mar. Por la noche, mientras nos mecíamos en las hamacas, vimos los puntos luminosos de las luciérnagas volando entre las hojas de las palmeras.

 

          


Viaje y fotos realizados en 1997. El Parque Nacional del Río Subterráneo de Puerto Princesa fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1999 y una de las 7 Nuevas Maravillas del Mundo en 2011.

martes, 2 de febrero de 1993

LA BAHÍA DE HA LONG

 

La primera visión de la Bahía de Ha Long fue impactante, con cientos de peñascos rocosos de piedra caliza emergiendo de las aguas turquesas del Golfo de Tonkin. La Bahía estaba situada al norte de Vietnam, cerca de la frontera China. La guía de la Lonely planet decía que eran “unas tres mil islas cubiertas por la vegetación y rodeadas por las aguas esmeraldas del Golfo de Tonkin”. 

El nombre de Halong significaba “donde el dragón descendió del cielo”. Fuimos en autobús desde Hanoi a Hai Phong, a 170 km, y tardamos 5 horas en llegar. Hai Phong era la población base para recorrer la Bahía. Embarcamos y al poco de navegar ya vimos un junco chino tradicional, con las velas extendidas. Eran juncos pesqueros, leímos que dada vez había menos, pero en 1993 todavía podía verse su silueta recortada contra el fondo de los peñascos. Se extendía a lo largo de una costa de 120 km. Formaciones rocosas kársticas e islas de varios tamaños y formas. Es Patrimonio de la Humanidad y una de las maravillas naturales del mundo.

Pasamos bajo una gruta que formaba un peñasco, y aparecimos en el interior de una cala circular, que quedaba cerrada. La única entrada era la gruta, que al subir la marea quedaba cubierta. Desembarcamos en la gruta y las gruesas formaciones de estalactitas petrificadas casi nos tocaban la cabeza al pasar. 



Al día siguiente volvimos a embarcar temprano en un trayecto de cinco horas. Una luz grisácea envolvía los peñascos en brumas, como un dibujo oriental en tinta china. Fuimos a otra gruta con formaciones monstruosas de estalactitas. Anclamos el barco y comimos allí mismo, con las vistas panorámicas de la bahía. El menú fue rollos de primavera, huevo duro, pescado frito, arroz y bananas, acompañados por el omnipresente té vietnamita.

Encontramos pescadores remando con sus pequeñas barcas, y los llamados “boat-people”, gentes y familias enteras que vivían en el reducido espacio de sus pequeños botes, como los que vi en la ciudad de Hué.


En los atardeceres la bahía y sus peñascos rocosos se teñían de tonos dorados y anaranjados, como al amanecer, parecía una acuarela china. Recordaba la bahía de la película Indochina. Hubiera hecho todo el viaje solo por llegar hasta allí; Vietnam tenía muchos otros lugares preciosos y de interés histórico para ver, pero fue el mejor punto final para mi viaje. 

En la década de los 80 empecé a viajar de forma independiente, y Vietnam fue mi primer viaje en solitario, de forma independiente, sin pareja ni amigos. Trabajé como enfermera, podía viajar más tiempo del convencional y fuera de temporada, y quise experimentarlo. Fue casi un viaje iniciático. Fue fantástico. Todavía no sabía que, menos de una década después, volvería a viajar por el país.




Viaje y fotos realizadas en 1993