Mostrando entradas con la etiqueta pistas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pistas. Mostrar todas las entradas

miércoles, 14 de octubre de 1998

EL PARQUE NACIONAL OMO

Levantamos el campamento y fuimos a visitar el Parque Nacional de Omo. Nos acompañó un chaval llamado Guele, armado con un fusil Kalashnikov. Por el camino encontramos muchos termiteros gigantes, alargados con la base ancha, y más altos que una persona. De vez en cuando se cruzaban pequeños antílopes y gallinas de guinea por la pista. También vimos aves planeando en el aire caliente. También encontramos grandes rebaños de bueyes y cabras, que invadían la pista y rodeaban nuestro vehículo. No se apartaban aunque tocaras el claxon, sabían que era su territorio. Etiopía era un país eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al río Omo había otro gran rebaño bebiendo.


Cruzamos el río Omo, de unos 500m de anchura, en una canoa hecha de un tronco de árbol vaciado. El agua era de color fangoso por el lodo que arrastraba, y la corriente tenía bastante fuerza. Alcanzamos la otra orilla, donde había una pequeña aldea. A partir de allí hicimos una caminata de 5km en el día más caluroso de todo el viaje, con temperatura de 40º. El paisaje era muy árido y seco, con una luz anaranjada.


Llegamos a otra aldea en un terreno plano y bastante seco, con varias chozas circulares. Estaban hechas con cañas troncos y algún trozo de uralita oculto entre las cañas. De algunas chozas donde cocinaban, salía un humillo. 

Había algunas chicas jóvenes peinadas con trencitas, con el pecho descubierto, y que se adornaban con collares, brazaletes en los brazos y cintas en el pelo. Eran tímidas, pero nos mostraron el interior de las chozas y accedieron a fotografiarse. Nos mostraron sus Borkotas, los reposacabezas de madera que utilizaban para dormir y también como asiento. Los etíopes lo solían transportar cogidos por el asa. La madera estaba labrada, con dibujos geométricos que variaban según la tribu.




En el exterior de las chozas, sobre una construcción elevada de troncos, almacenaban el mijo, sorgo y maíz, para mantenerlo en alto fuera del alcance de los animales. Utilizaban calabazas para guardar cosas, como en toda Etiopía. Fuera de las chozas se veía poca gente, y no era extraño con el calor que hacía. Algunos se agrupaban bajo la sombra de un árbol. Los hombres estaban trabajando en el campo.

Al final de la excursión y al despedirnos de Guele, nuestro joven guardián del Kalsnikov, le compramos su borkota, que guardamos como recuerdo en casa. El Parque Nacional Omo era Patrimonio de la Humanidad. Fue curioso comprobar como aquellos pueblos mantenían su forma de vida tradicional, en unas condiciones bastante difíciles.


           






martes, 6 de octubre de 1998

BABILE Y EL VALLE DE LAS MARAVILLAS



Desde Harar fuimos en un minibús hasta Babile, cerca de la frontera con Somalia. La carretera era una pista terrosa y tardamos una hora en llegar. Nos acompañó Jhony, un etíope que hablaba castellano perfectamente. Su familia había muerto en la guerra y el gobierno lo había enviado a Cuba, donde vivió diez años. El paisaje era verde, con cultivos de maíz, y a menudo vimos rebaños de cabras o bueyes. Cruzamos poblados de chozas de cañas con tejadillos cónicos y los niños y adultos nos saludaban al pasar. 

En Babile había mercado y nos gustó mucho. Había puestos de todo un poco. La mayoría de los vendedores eran mujeres, se instalaban en el suelo arenoso, sentados o en cuclillas. Todos llevaban las calabazas que vimos en Harar y otras partes de Etiopía. Contenían leche de camello que tenía propiedades curativas. Algunas calabazas estaban adornadas con conchas de cauri. También vimos lecheras metálicas.



 


Varias mujeres acarreaban grandes fardos de leña. La ropa de las mujeres era una mezcla de colores, y algunas llevaban collares de cuentas y abalorios, o diademas de colores. Se veían chicas jóvenes con una redecilla amarilla en el pelo, que indicaba que estaban solteras, según explicación de Jhony. Otras mujeres llevaban pañoletas en la cabeza y transportaban a los niños atados con un pañuelo en la espalda, práctica habitual en África; a veces les tapaban hasta la cara y se convertían en jorobas.






En uno de los puestos vendían trozos de madera que, quemados con el carbón, ahuyentaban moscas, mosquitos y demás insectos. La verdad es que durante el día las moscas eran bastante pesadas. Otros trozos de madera eran para llevar en los bolsillos cuando ibas al campo, porque decían que su olor ahuyentaba a las serpientes. Un anciano tenía un montón de calabazas y las iba rellenado de leche de camello.


Desde Babile fuimos al Valle de Dakhata, también llamado el "Valle de las Maravillas", Era conocido por sus formaciones rocosas y aves. Era un paisaje extraño, con rocas alargadas y de formas caprichosas. La roca más famosa tenía forma cilíndrica y en su parte superior se sostenía una roca esférica que parecía estar en precario equilibrio, balanceándose. Luego regresamos a Harar y nos despedimos de Jhony.