miércoles, 20 de agosto de 2014

KAUNAS Y SUS DEMONIOS



 

Kaunas era una ciudad de Lituania a orillas del río Niemen, que conservaba un bonito casco antiguo de calles adoquinadas, con algunos edificios art deco y puntiagudos campanarios sobresaliendo entre los tejadillos de las casas. Callejeamos por su calle principal, la Vilnius gatué, llena de café y restaurante con ambiente. Lucía el sol y la temperatura era agradable. 




En la plaza vimos la Iglesia de San Francisco Javier, del s. XVII, de fachada blanca, con dos torres gemelas. Cerca estaba el Palacio de Bodas donde se celebraban los enlaces de las parejas lituanas. Otro edificio original y destacado era la Casa Perkunas, de estilo gótico y ladrillo rojo. Fue construida por comerciantes hanseáticos en el s. XV y vendida posteriormente a los jesuitas, luego sirvió de escuela y teatro. Perkunas era el dios lituano del trueno.



 

La ciudad fue anexionada por el imperio ruso y con la declaración de independencia de Lituania en 1918, se convirtió temporalmente en la capital del país. Cruzamos el río Niemen y sumimos al funicular de Aleksoto, como un tren cremallera, un trayecto muy corto. Desde la cima de la colina había buenas vistas de la ciudad, con el Castillo de Kaunas, con torreones puntiagudos rojos. Paseamos por un gran parque con familias con niños, donde se juntaban los ríos Niemen y Neris.

 



Compramos tentaciones en una chocolatería y descansamos en una terracita de la plaza, al sol del atardecer. Cenamos comida tradicional, en una acogedora taberna rústica lituana: guiso de carne con judías pintas y patatas rellenas de carne.

Al día siguiente vimos la Sinagoga y el Museo de los Demonios. Era una colección de más de 2000 estatuillas de demonios de distintas procedencias: Rusia, Bulgaria, Ucrania y otros países del este, India, Japón, Indonesia y otros países asiáticos. Algunos demonios estaban en situaciones escatológicas, como uno sentado en el lavabo. Una curiosidad. Nos gustó más la exposición de la vivienda del coleccionista, que también fue pintor paisajista. Tras disfrutar la ciudad cogimos un tren hasta Vilnius, la capital lituana.

               


sábado, 16 de agosto de 2014

TARTU

 

Tartu era una ciudad universitaria de Estonia, una especie de Oxford o Cambridge, con mucha población estudiantil. También era conocida por ser la cuna del resurgimiento nacionalista estonio del s. XIX, y evitó en parte la sovietización. 

La Plaza del Ayuntamiento (Raekoja Plats) era el corazón de la ciudad antigua. Alrededor tenía edificios nobles de piedra de color crema, con chimeneas y casas de madera en las calles adyacentes. Las terrazas de los bares y restaurantes estaban llenas, con mucho ambiente. En el centro de la plaza había una fuente con una estatua con dos jóvenes besándose.


Callejeamos y emprendimos la ruta de los museos. Primero fuimos a la Universidad, de fachada con columnas y frontispicio. Vimos el Hall o Aula Magna y la celda de castigo, donde aislaban a los estudiantes que cometían infracciones como tardar en devolver un libro a la Biblioteca, ofender a una mujer, participar en alguna revuelta o huelga o la peor infracción, participar en un duelo. La celda era grande y estaba ubicada en la buhardilla. Tenía una cama y habían conservado en la pared algunos grafitis y dibujos originales. La celda se usó durante el s. XIX. Una curiosidad.



Luego fuimos al Museo del Juguete. Una maravilla y la mayor colección de juguetes que habíamos visto nunca. Había muñecas de todo tipo y condición catalogadas por países, una muestra de todo el mundo: de trapo, de porcelana, de cáñamo, japonesas, africanas, rusas, sudamericanas, australianas, etc. 

Había juguetes de madera como tirachinas y metálicos, como coches, aviones, submarinos, globos aerostáticos. Había maquetas de trenes eléctricos funcionando y metiéndose por túneles. Puzzles, cochecitos, cunas, balancines, teléfonos, juegos de mesas, marionetas…Lo que más nos gustó fueron las casas de muñecas, que reproducían cada detalle del interior de las habitaciones, con sus objetos y mobiliario. 





El tercer museo fue el Hogar del Ciudadano. Era una vieja casa de madera restaurada, con muebles de época con los que era fácil imaginar la vida burguesa en la década de 1830. Me gustó especialmente el dormitorio, con una estrecha cama de alto colchón, jofaina para lavarse, biombo y escritorio, y la cocina con sus cacharros y sus fogones. 

Por las calles habían colocado estatuas de bronce, como la de los escritores Oscar Wilde y Eduard Vilde conversando. Hubiera sido interesante escucharlos.

Nos quedamos con ganas de visitar el Museo de las celdas de la KGB, pero al ser sábado cerraba antes y no tuvimos tiempo. De todos modos, el Museo de la KGB de Vilnius era inolvidable.


Fuimos a la colina Toome, cubierta de parques y donde estaban las ruinas de la Catedral de Tartu, construida por los caballeros teutónicos en el s. XIII, reconstruida en el s. XV, saqueada durante la Reforma en 1525, utilizada como granero y parcialmente reconstruida en el s. XIX. Era de ladrillo rojo y estaba bastante destruida, con los arcos desnudos. Solo una parte servía de Museo de Historia Universitario. 

Subimos a la torre para contemplar las vistas de Tartu, asomaban las agujas de algunas iglesias, pero las copas de los árboles la tapaban bastante. Al fondo vimos la Torre Caracol, un edificio original con ventanucos, que recordaba un poco a la Torre de Babel.





Recorrimos el Paseo Fluvial, paralelo al río Emajõgi, y bastante animado por un Festival. Había un concurso de pescadores y se veían hombre y niños participando con sus cañas y sus cebos de gusanos junto a la orilla. Había puestos de quesos y embutidos ahumados, de algodón de azúcar y rosquillas, y de pompas gigantes de jabón. Una ciudad atractiva, llena de vida.


jueves, 14 de agosto de 2014

EL PARQUE NACIONAL LAHEMAA

 

Desde Tallin contratamos una excursión al Parque Nacional Lahemaa, a solo 80km de la capital. Era el mayor parque de Estonia y englobaba diversos hábitats: litoral, bosque, llanuras, turberas, lagos y ríos. 

La primera parada fue una cascada de 8m de altura, más ancha que alta, un salto del río. El agua con sedimentos caía con fuerza y formaba espuma blanca. Javier se colocó detrás del chorro y quedó empapado. Después dimos un paseo por las orillas del río. El paisaje era muy verde, con bosques de árboles tipo coníferas.




Paramos en la Mansión Sagadi, de 1753, de estilo barroco. Unos jardines llevaban a la gran casa pintada de rosa y blanco. Visitamos el interior y curioseamos el mobiliario de la época. Había numerosos salones, cada uno con su uso particular: para escuchar música con una gran gramola, otra más grande para bailar, para recibir invitados con muchas sillas y divanes, varios comedores y dormitorios. Una mansión de aristócratas. En la parte de atrás del jardín tenía un lago.




Fuimos a comer a otra casa familiar frente al Báltico. También era casa-museo, con muchos detalles y objetos decorativos, muy abigarrada. Era una delicia. La cocina tenía ramos de flores secas colgados del techo. El comedor era acristalado con una maqueta de barco colgando del techo, sobre la mesa, y con vistas al mar. Comimos salmón con un fuerte sabor a ahumado, muy sabroso. 

Junto a la casa había una gran leñera para los crudos inviernos y una alta atalaya a la que subimos por una escalera vertical, para contemplar el mar y las cabañas dispersas en la costa, entre los árboles.

  




Por la tarde caminamos por el Parque Lahemaa a través de pasarelas de madera. El terreno era zona de turberas y humedales, con musgos y plantas rojizas y amarillas que lo hacían mullido. 



Lo más sorprendente del día fue la visita a una Base Naval Soviética de Submarinos. Estaba abandonada y decrépita, con agujeros por todos lados. Tenía diques de cemento junto al mar y una estructura de construcción alargada. En el interior tenía unos hierros en el techo que antiguamente conectaban con los submarinos y servían para desmagnetizarlos y que no fueran detectados por los radares. Cada cuatro meses tenían que venir a desmagnetizarse, según nos contaron. Fue una visita curiosa. Dos pescadores estonios habían colocado sus cañas en los diques donde atracaban los submarinos. Estuvimos charlando con ellos; no habían pescado nada. 

Yuri nos habló de la dureza de la época soviética en Estonia, cuando cualquiera podía ser sospechoso de ir contra el régimen, y cuando abundaban las denuncias falsas. Fue una época muy cruel, que provocó mucho dolor. Un lugar pacífico donde resonaba el fragor de otras épocas.