La Ruta del
Transiberiano conectaba Moscú con Vladovostok, en la costa del Pacífico. Había
muchos trenes que hacían el trayecto, pero el Transiberiano clásico era el que
llamaban Rossiya, el tren nº2, que salía de Moscú los días impares y de
Vladovostok los días pares. Luego estaban los trenes de película,
recreaciones del lujo de época, como el “Golden Eagle” o “El Oro de los Zares”,
cuyo viaje organizado de dos semanas costaba carísimo.
Compramos los
billetes de tren desde España a través de la web oficial de Ferrocarriles
Rusos. El trayecto seguido se recorría en una semana, pero cada viajero puede diseñar
su ruta y decidir las paradas y el tiempo en cada una. Nosotros lo hicimos
en tres semanas, en tres tramos: Moscú-Novosibirsk, Novosibrisk-Irkutks
y Irkutks-Ulán Udé. El último tramo lo compramos en Rusia. Elegimos compartimentos
de cuatro literas, a un precio razonable, y teníamos curiosidad por ver quienes
serían nuestros compañeros de viaje.
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Partimos desde la estación
Yaroslav de Moscú. La propia estación era un edificio monumental con
torreones y cúpula de tejas negras, era imponente y preciosa, con sabor
antiguo. Estaba en la Plaza Komsomolskaya, que reunía tres estaciones de ferrocarril:
Kalancheuskaya, Leningradsky y Yaroslav, de donde salía el Transiberiano.
A las once de la
noche subimos a bordo del tren. La encargada (provonitsa) revisó
nuestros billetes y el pasaporte y nos instalamos. Viajamos con una abuela rusa
(babushka) rubia y su nieta. Compartimos con ellas té negro servido en las tazas con soporte de
plata labrada que llevan el vaso en su interior. y chocolate. Las literas se quedaban hechas con las sábanas todo
el día. El truco era que las literas inferiores se levantaban y se convertían
en respaldo, sin verse las sábanas. Durante el trayecto la provonitsa se
ocupó de traernos la comida al compartimento, de pasar el aspirador por la moqueta
y no faltara papel en los lavabos.
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El paisaje de la Taiga eran bosques
y más bosques con algunos lagos tranquilos cerca de las vías. Se veían algunas
casas de madera con tejadillos triangulares. Pasamos por algunos campos
amarillos y con girasoles. Los edificios de algunas de las estaciones por las
que pasamos eran clásicos y bonitos.
El Transiberiano era la ruta ferroviaria que
atravesaba Rusia de punta a punta, y conectaba con Mongolia y China. La ruta
principal se inauguró en 1904 y unía Moscú y Vladovostok, en la costa rusa del
Pacífico. Recorre 9.228km en 7 días, atravesando 8 zonas horarias, 14 regiones,
90 ciudades y 16 ríos.
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En el largo
trayecto tuvimos tiempo de contemplar el paisaje y el paisanaje, escribir,
dormir y leer sobre la apasionante historia del transiberiano. La primera
propuesta de un tren a través de Siberia la hizo en 1857 Percy Mc Donought
Collins, un banquero estadounidense que quería explotar las riquezas naturales.
Siguieron otras propuestas rusas y extranjeras, pero los burócratas ponían pegas.
Hasta que en 1891 el zar Alejandro II anunció la construcción de un camino de
hierro atravesando Rusia. El 31 de mayo de 1891 el zarevich Nicolás, futuro
Nicolás II, puso la primera piedra para la construcción del Transiberiano en
Vladvostok. No se completó hasta 1916.
Entre el
surgimiento de la idea y la decisión de llevarlo a cabo transcurrieron 30 años.
Miles de trabajadores y reclusos forzados dejaron sus vidas en un proyecto
desquiciado: unir por vía férrea Moscú y Vladovostok, confín del imperio
zarista en el Pacífico.
La capa de permafrost
del terreno impedía cavar con picos en muchos tramos y se tuvo que recurrir
a la dinamita o al deshielo del suelo con hogueras. La apertura de túneles
obligaba a excavar directamente en el suelo helado. Al entrar en contacto con
el aire, la tierra se descongelaba y perdía consistencia, siendo frecuentes los
derrumbes. El túnel más largo era de 7km, paralelo al puente del Amur, bajo el
cauce del río.
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En cada vagón
había un samovar que proporcionaba agua caliente para el té y las sopas de
sobre instantáneas. Desayunamos té y galletas en el vagón restaurante. Las cortinas
y los manteles eran granates y los asientos verdes. El tren se había
modernizado y la decoración era mínima. Los asientos estaban tapizados en azul,
los vagones y pasillos alfombrados en rojo y las cortinillas de las ventanas eran
blancas. Pero lo importante era la ruta.
Fuimos a curiosear los vagones de tercera clase, con literas
de tres pisos y literas en el pasillo, aprovechando el espacio. Había más
niños, más gente durmiendo y más comida en las mesas.
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Pasamos por el
Obelisco que separaba Europa de Asia, por Perm, que tuvo campos de prisioneros
del Gulag, y por Ekaterimburgo, donde los Bolcheviques fusilaron en 1918 a
Nicolás II, el último zar, y a su familia. También pasamos por Nizhni
Novogorod, que fue el lugar de destierro de André Sakharov, el inventor de la
bomba de hidrógeno, y después destacado disidente. Hicimos varias paradas
cortas, que aprovechamos para comprar aguas, pizzas y un embutido tipo salami.
Paramos en la estación
de Omsk, que fue otro destino de destierro. El escritor Fiedor Dovstoievsky
estuvo allí cuatro años condenado a trabajos forzados. La estación era de
color verde y blanco. En las vías exhibían una locomotora antigua de vapor.
Era negra, de chimenea alta y en el centro de la parte delantera tenía la
estrella roja, símbolo del comunismo ruso. Así eran las locomotoras originales
del Transiberiano.
El destino de nuestro primer tramo de Transiberiano fue la ciudad de Novosibirsk, tras casi dos días de trayecto. Novosibirsk tenía la estación más grande de Rusia, de color verde manzana y blanco, y con un gran arco central. Allí pasaríamos varios días para conocer Tomsk, Gorno Altaisk, Artibash y el Lago Telekskoe.