lunes, 9 de diciembre de 1996

LAS CASAS COMUNALES BIRMANAS

 




En los alrededores de Kalaw visitamos varias aldeas caminando por los senderos de tierra rojiza. El paisaje era precioso: valles cultivados entre montañas y colinas. Había laderas llenas de girasoles, algunos de casi dos metros de altura. Otros cultivos eran de semillas de sésamo, terrazas de arroz, plantaciones de té verde. Los campos formaban mosaicos de gran colorido.

Encontramos gente que iba o volvía del mercado. Las mujeres llevaban cestas a la espalda, ciñendo las asas a la frente, con la compra del día. Las saludábamos y una de ellas nos enseñó su compra: algo de pescado, vegetales, tomates y palomitas de maíz caramelizadas para los niños. Las mujeres casadas llevaban unos aros en la cintura como indicadores de su rango, y vestían longhis de colores hechos a mano, con chaquetillas de tela adornadas con lentejuelas. Muchas llevaban enrollada en la cabeza una toalla china de colores, a modo de turbante. Un niño llevaba un sombrero especial hecho con hojas.




En una de la aldeas ellas vimos lo que llamaban “long-house”, la casa comunal de varias familias. Era un largo palafito, levantado sobre pilotes, la parte inferior se utilizaba como almacén o para el ganado. Vimos cerdos negros como jabalíes y gallinas. Cuando fuimos estaba medio en penumbra porque las ventanas estaban cerradas, pero se filtraba algún rayo de sol que iluminaba el humo del interior. Se podía saber el número de familias por los fuegos que ardían






Vimos una anciana sentada en cuclillas frente a su fuego, fumando el tampat, el cigarro tradicional birmano. Del techo colgaban unas mazorcas de maíz, y había sacos de arroz y cereal alrededor. Más allá había otra familia comiendo, y mecían a un niño en su cuna-hamaca. Una mujer esta tumbada porque tenía una herida en la rodilla y no había podido ir al mercado.

Los niños correteaban por allí y se acercaban a nosotros con curiosidad. Nos presentaron al anciano de más edad de la comunidad. Tenía 85 años y once hijos, según nos contó. Nos invitó a un té, y nos miraba sonriendo con sus encías desdentadas.



jueves, 5 de diciembre de 1996

EL MONASTERIO DEL LAGO Y LA ESCUELA


















En el centro del lago Inle había una isla donde estaba el Monasterio Nga Pha Kyaung, construido en madera sobre pilotes, tipo palafito. En su sala principal había una colección de imágenes de Buda de estilo san, tibetano y bagan. Hablamos con el abad, que nos pareció muy joven para su cargo; nos explicó que había pasado un examen para serlo. Estaba pintando una mandala en una pizarra en el suelo. Tenía todos los botes de pintura por el suelo, y se inclinaba a dibujar mientras le observaba uno de los monjes. Nos mostró la biblioteca, con alguno de los libros sagrados del monasterio. Las tapas de los libros eran de madera de teca, con los bonitos caracteres birmanos redondeados. 

Había varios gatos por allí y los monjes les habían enseñado a saltar por el aro. Ya se conocía como el monasterio de los gatos saltadores. Nos hicieron una demostración en un rincón, donde se colaban los rayos del sol.

En el monasterio vivían sólo cinco monjes, en la época que fuimos. Nos invitaron a tomar té y nos enseñaron sus habitaciones, con vistas al lago. Tenían cortinillas naranjas en las ventanas y almanaques con paisajes de otros países en las paredes. Como mobiliario, camas con dosel y mosquiteras, y un armario donde guardaban los libros. Una pasarela de madera sobre pilotes en el lago comunicaba con otras habitaciones. Allí tenían unas hamacas donde nos tendimos a tomar el sol, charlar con los monjes y disfrutar de la paz del monasterio del lago.



En otro monasterio encontramos una escuelita de monjes. Los pequeños monjes vestían sus túnicas granates y azafrán, con el brazo al descubierto. Los estudiantes escribían aplicadamente en sus pizarras negras, en sentido vertical. Un maestro tenía a su alumno abrazado por detrás, mientras le enseñaba la escritura. Alteramos un poco el orden de su clase. Una escena inolvidable.







domingo, 1 de diciembre de 1996

LA BLANCA MANDALAY


 

Mandalay fue la última capital de Myanmar antes de la llegada de los ingleses, a orillas del río Irrawaddy. Sus templos budistas eran los más importantes del país, y la mayoría de los monjes budistas birmanos residían allí. El conjunto de pagodas blancas formaba un laberinto o mandala visto desde el aire. Los contemplamos desde la colina, rodeados de verde vegetación.

El Palacio de Mandalay fue construido en 1857 por la última monarquía de Birmania. Incluía una Fortaleza amurallada, rodeada por un lago artificial con una pagoda central. Sus muros rojos tenían 8m. de altura por 3m. de ancho.

 





Visitamos las Pagodas Kyauktawgyi y Sundamani. Ambas nos impresionaron. Estaban encaladas en un blanco resplandeciente que contrastaba con el azul del cielo. En el interior de la primera vimos un gran Buda de mármol, construido de un solo bloque, transportado por unos diez mil hombres por el río durante trece días. La parte final de la stupa central estaba coronada por un casco de oro. Alrededor hay 80 figuras de los discípulos de Buda.

En la Pagoda Sandamani había cientos de stupas blancas en cuyo interior se veían grandes bloques de mármol, que eran lápidas con inscripciones. Leímos que una persona tardaría 450 días en leerlas todas, empleando ocho horas de lectura diarias.

Como las pagodas eran sagradas nos descalzábamos antes de entrar, y pisábamos las frescas losas. Las visitamos casi solos; de vez en cuando encontramos algún niño correteando y algún monje con su túnica granate. Subimos a la colina para contemplar las vistas de la ciudad y el laberinto de las blancas agujas de las pagodas.










jueves, 9 de noviembre de 1995

LA ISLA DE LAMU

En noviembre de 1995 viajamos a Kenya y la Isla de Lamu. Pertenecía al Archipiélago de Lamu formado por las islas Lamu, Manda, Pate, Kiwayu, Kiunga y Lama. Pasamos varios días en Lamu, la isla principal. No tenía aeropuerto, así que desde Malindi volamos a la isla Manda con un pequeño avión de la compañía Eagle. Fue un trayecto corto de 35 minutos y vimos las islas en el Océano Indico.

En Manda cogimos una barca para cruzar hasta Lamu. En el Puerto se veían los dhowns, las embarcaciones árabes tradicionales, de velas blancas.



Las callejuelas de su casco antiguo eran estrechas y laberínticas. Era Patrimonio de la Humanidad. El ambiente era el de una población musulmana, con mezquitas y sus minaretes asomando entre los tejadillos de las casas.

Las casas estaban hechas de piedra coralina y madera de mangle. Las fachadas estaban pintadas de blanco y algunas con la mitad inferior de color azul o verde manzana. Algunas puertas eran de madera labrada con adornos de latón, como las de isla de Zanzíbar.


Las mujeres vestían el caftán negro, con más o menos rigor, algunas se adornaban con un pañuelo discreto en la cabeza y otras solo mostraban la ranura de los ojos. Solo las niñas llevaban vestidos y velos de colores. Las vimos saliendo del colegio.

Los hombres iban más variados: vestían el caftán blanco largo con el casquete musulmán, o el pañuelo que llaman kanga a modo de falda larga, y encima una camisa o camiseta.


Las calles estaban llenas de burros que campaban a sus anchas sin ser molestados, como las vacas en la India. También comía los restos y desperdicios que encontraban. En la isla había un orfanato y un hospital de burros. Los burros jóvenes prestaban servicio como animales de carga, ya que en toda la isla no había vehículos. Paseando de vez en cuando nos sorprendía algún rebuzno.




El Fuerte de Lamu fue construido por los árabes en el s.XIX. Tenía muros almenados y varios cañones en el patio. Visitamos el Museo que exhibía las joyas y ropajes antiguos que llevaban los habitantes de Lamu, fotos de otros tiempos y maquetas de barcos árabes. Reproducían habitaciones amuebladas como antaño, con influencias de la cultura swahili, árabe o hindú. Muebles de madera labrada, mesitas bajas con teteras y tazas para el té, esterillas en el suelo, camas con dosel, cojines y divanes para reclinarse.



Dimos un paseo hasta la Playa de Shela, bordeando el mar. Tardamos unos cuarenta minutos. Encontramos unas playas inmensas y desiertas, de arena blanca y con un gran palmeral. Eran 15km de playas. Había más oleaje porque aquel recodo se abría al Océano Índico, y rugía con fuerza. Frente a Lamu el mar estaba mas calmado porque se formaba un canal entre las islas y el continente. Nos bañamos totalmente solos. 




El pequeño poblado de Shela tenía casas blancas también hechas de piedra coralina, con muros almenados. Su mezquita tenía el minarete con forma redondeada.


Otro día fuimos en dhown a la isla de Manda, para pescar, hacer un poco de submarinismo y visitar las ruinas de Takwa. Las orillas estaban llenas de manglares con su maraña de raíces aéreas, hundidas en una zona pantanosa. En las raíces se veía ostras pequeñas que se adherían con fuerza a ellas. Nos adentramos en un canal que nos llevó hasta las ruinas de Takwa flanqueado por manglares. Takwa fue una ciudad swahili que prosperó en los s.XV-XVII y llegó a tener 2500 habitantes. Tenía un centenar de casas de piedra caliza y coral, y una mezquita, rodeadas por una muralla que derribaron los elefantes cuando la ciudad fue abandonada. Una historia fantástica. Entre las ruinas había enormes baobabs, con sus ramas retorcidas y troncos de varios metros de diámetro. Uno de ellos tenía 800 años de antigüedad. Probamos su fruto que tenía textura de corcho.

Hicimos buceo con tubo en los arrecifes Manda Toto. Tuvimos al alcance de la mano peces, corales, conchas y caracolas gigantescas. Había peces azul eléctrico con una cresta amarilla, anaranjados, con rayas a lo cebra. Una fantasía submarina.

Al día siguiente cogimos otro dhown a la Isla Paté. Su población se mantenía como hacía siglos, sin agua corriente ni electricidad. Se veía mucho más antigua que Lamu. Todas las casas estaban hechas de coral y con tejadillos de caña. Estaba repleta de niños que nos perseguían con sus saludos y sus risas. Por todas partes oíamos un coro de “Jambo, jambo!” (hola en swahili). Los viejecitos nos sonreían y saludaban con el “Karibuni” (bienvenidos). Comimos en la playa un guiso de pescado con patatas, verduras y arroz. Y de postre jugosas papayas, bananas y naranjas. Luego regresamos a la la isla de Lamu con el dhown y el viento a favor. Fueron unos días estupendos en el archipiélago, imposibles de olvidar.




(* Fotos hechas en papel en 1995)

lunes, 9 de mayo de 1994

LA CLÍNICA CHINA DEL DR. HO



 
China era uno de mis grandes viajes míticos. Estuve cinco semanas en 1994 y luego regresé en 2010. Quiero recordar aquí algunos momentos de aquel viaje.
Estando por el sur, encontramos una moto de la II Guerra Mundial con sidecar, conducida por una mujer china. Con ella fuimos a un pueblecito llamado Baisha. Allí conocimos al famoso doctor Ho Shi-Xiu, que tenía una clínica de poético nombre: “Clínica de Medicina Natural de las Montañas del Dragón de Jade de Lijiang”. Nos ofreció un té especiado y picante muy bueno, hecho de hierbas que él mismo recogía, y nos enseñó su casa-clínica llena de hierbas medicinales.
Tenía artículos que habían publicado sobre él en varios países, y un libro donde los visitantes anotaban sus impresiones. Hojeando el libro encontramos la anotación de unos amigos que habían estado allí dos años antes. Nosotros también elogiamos la hospitalidad y amabilidad del doctor Ho y la belleza del lugar.


 
Fuera de la clínica pudimos ver como aplicaban ventosas en zonas del cuerpo, otro procedimiento de la medicina china. Era una aplicación mediante el vacío de vasos para mejorar y favorecer la circulación energética y sanguínea y obtener un efecto terapéutico. Contemplamos como obtenían el vacío con la ayuda de fuego para consumir el oxígeno dentro del recipiente..
Lo más curioso es que este procedimiento terapeútico se realizaba en plena calle, con el paciente sentado en un pequeño banco. La China no dejaba de sorprendernos.
 



© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego