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lunes, 28 de octubre de 2019

EL TIHAR EN GHANDRUK

Fuimos en autobús y jeep de Tatopani a Ghandruk, pasando por Beni y Naya Pul. A la salida de Tatopani paramos en un check point y nos sellaron el Permiso de salida de Mustang. La pista estaba en mal estado, con piedras, barro, socavones y arroyos. El paisaje era muy verde en aquella zona, con terrazas cultivadas.

El pueblo de Ghandruk estaba sobre una colina, con sus casas blancas escalonadas y tejados de pizarra negra. Paseamos por las calles, con casas adornadas con flores y mazorcas de maíz secas en la fachada. Se veían burros de carga por sus calles, algunos pajares y montones de leña apilados, preparados para el invierno.






Visitamos el Museo de Cultura Gunang. En el exterior tenía mazorcas de maíz secas y un bonito jardín. Era un pequeño museo que exhibía cestos para el cereal, recipientes para medir, vasos de latón, una rueca, armas para cazar, herramientas de carpintero, cacerolas de cobre. 







Monasterio. Había un monje sentado en un poyete. El monasterio estaba cerrado y el monje le indicó a una mujer mayor que abriera. En el altar tenia cuencos de cobre con agua y flores naranjas y blancas Había dos bibliotecas acristaladas con los libros sagrados de tapas de madera envueltos en sedas. Nos gustaron las teteras de bronce adornadas con plumas de pavo real. En los asientos de los monjes estaban sus cuencos y utensilios, y unas gafas graduadas.





En los patios de las casas celebraban el Festival Tihar o Diwali, como en India. Las mujeres iban pintadas y con sus mejores galas, y los hombres llevaban guirnaldas de flores naranjas al cuello. Hombres, mujeres y niños iban adornados con la tikka, la marca roja en la frente. Simbolizaba celebración, amor, pureza y alejaba energías negativas.

Algunos hombres llevaban un pañuelo blanco atado a la espalda, que les servía de bolsa. Por la noche encendían luces, simbolizando la transición de la oscuridad a la luz. Se honraba a los animales (cuervos, vacas, perros, bueyes) y a las relaciones entre los hermanos, con reuniones familiares para celebrar y comer juntos.





Por la tarde nos instalamos en la terraza del hotel con una cerveza y tuvimos una sorpresa agradable. Con motivo del Festival Tihar un grupo de unas cuarenta personas se reunió para bailar. Pusieron música alta y bailaron mujeres solas, por parejas, dos parejas de chicos y chicas, todas las modalidades. Las mujeres llevaban brazaletes, diademas y adornos dorados.

También bailó un niño de 5 o 6 años que bailaba estupenda e incansablemente, con gran sentido del ritmo. Si no bailaba, tocaba el tambor. Era muy gracioso.








lunes, 9 de diciembre de 1996

LAS CASAS COMUNALES BIRMANAS

 




En los alrededores de Kalaw visitamos varias aldeas caminando por los senderos de tierra rojiza. El paisaje era precioso: valles cultivados entre montañas y colinas. Había laderas llenas de girasoles, algunos de casi dos metros de altura. Otros cultivos eran de semillas de sésamo, terrazas de arroz, plantaciones de té verde. Los campos formaban mosaicos de gran colorido.

Encontramos gente que iba o volvía del mercado. Las mujeres llevaban cestas a la espalda, ciñendo las asas a la frente, con la compra del día. Las saludábamos y una de ellas nos enseñó su compra: algo de pescado, vegetales, tomates y palomitas de maíz caramelizadas para los niños. Las mujeres casadas llevaban unos aros en la cintura como indicadores de su rango, y vestían longhis de colores hechos a mano, con chaquetillas de tela adornadas con lentejuelas. Muchas llevaban enrollada en la cabeza una toalla china de colores, a modo de turbante. Un niño llevaba un sombrero especial hecho con hojas.




En una de la aldeas ellas vimos lo que llamaban “long-house”, la casa comunal de varias familias. Era un largo palafito, levantado sobre pilotes, la parte inferior se utilizaba como almacén o para el ganado. Vimos cerdos negros como jabalíes y gallinas. Cuando fuimos estaba medio en penumbra porque las ventanas estaban cerradas, pero se filtraba algún rayo de sol que iluminaba el humo del interior. Se podía saber el número de familias por los fuegos que ardían






Vimos una anciana sentada en cuclillas frente a su fuego, fumando el tampat, el cigarro tradicional birmano. Del techo colgaban unas mazorcas de maíz, y había sacos de arroz y cereal alrededor. Más allá había otra familia comiendo, y mecían a un niño en su cuna-hamaca. Una mujer esta tumbada porque tenía una herida en la rodilla y no había podido ir al mercado.

Los niños correteaban por allí y se acercaban a nosotros con curiosidad. Nos presentaron al anciano de más edad de la comunidad. Tenía 85 años y once hijos, según nos contó. Nos invitó a un té, y nos miraba sonriendo con sus encías desdentadas.