lunes, 5 de octubre de 1998

HARAR Y EL SASTRE ETÍOPE



El explorador inglés Richard Burton fue el primer occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar (o Harrar) fue y es una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me correspondía otro siglo. 

Harar era una ciudad amurallada. Entramos por una de las puertas de arco de la muralla y paseamos por el laberinto de sus calles. Era una ciudad Patrimonio de la Humanidad. Las calles eran tortuosas y las casas eran de piedra desnuda o pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas tenían patios sombreados, que se entreveían por las puertas abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban. Al pasar salían a gritarnos “faranji”, que significa extranjero en amharic. Fueron cientos de veces que escuchamos esa palabra, con aire festivo. Las niñas llevaban peinados de trencitas muy variados. 



Se la consideraba "la cuarta ciudad santa del Islam" con 82 mezquitas, tres de ellas del s.X y 102 Santuarios. Las mezquitas eran blancas con cúpulas verdes y minaretes asomando entre las calles. 

La ciudad era origen de la comunidad rastafari. En la plaza central estaba el mercado del chat. El chat era la planta de hojas verdes que masticaban los etíopes a todas horas, y que tenía un efecto estimulante. Vimos hombres sentados en el suelo, mascando y con los labios verdes, pero aquel día no había muchos mascadores. Otra plaza cercana tenía pórticos de color rosado. 





Nos alojamos en el Hotel Belayneh, con una terraza con vistas al mercado. Había puestecillos en el suelo, protegidos por paraguas de colores. Vendían de todo: montones de dientes de ajo, tomates, patatas, naranjas y mandarinas, plátanos, chirimoyas, huevos duros, cereales, harinas, carbón, mazorcas de maíz, injera…

También había pequeños comercios de coloridas telas, cestas artesanales y colmados, que vendían un poco de todo. Las mujeres vestían trajes y telas de gran colorido, y algunas llevaban redecillas en el pelo. Vendían leche, que guardaban en calabazas. Algunas calabazas estaban adornadas con cauris, las conchas africanas y todas tenían cosida un asa de tela para transportarlas, aunque también se llevaban sobre la cabeza.









Por la ciudad se veían muchos burros transportando leña en las alforjas. Las mujeres acarreaban grandes haces de leña sobre sus cabezas, con la espalda bien recta. En Etiopía la leña todavía era imprescindible para cocinar y calentarse. Vimos dos establecimientos donde molían una especie de habichuelas pequeñas para obtener harina, y todos los que trabajaban allí estaban rebozados en una capa blanca. Y encontramos una peluquería, donde la joven peluquera hacía peinados de trencitas y cortaba el pelo a hombres y mujeres.



Otro día visitamos la “Casa de Rambo”, tal como pronunciaban los etíopes. Rambo era el poeta francés Arthur Rimbaud. Llegó a Harar a los veinte años y estuvo viviendo varios años, hasta su muerte prematura a los 37 años. Leímos que fue traficante de armas. La casa era bonita, de madera y piedra, un lujo para los estándares etíopes, y la estaban restaurando. La guía de Lonely Planet explicaba que probablemente aquella no fue su casa real porque él no tenía demasiados recursos económicos.

En el mercado había toda una calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores. Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en desuso y desapareció. Mi abuela también.

Cerca estaban las planchadoras, con antiguas y pesadas planchas de hierro. Tal vez Rimbaud encontró poesía en la ciudad de Harar, en su gente y en aquellas callejuelas llenas de vida o en el pedaleo incesante de los sastres. 

Por la noche entramos en la Iglesia con un grupo numeroso de fieles, la mayoría mujeres vestidas de blanco. El sacerdote cantaba y el coro le respondía. Noche de luna llena y coro de voces femeninas cantando y oscilando al rezar sus siluetas blancas. El paseo nocturno por las callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y misteriosa.

lunes, 30 de diciembre de 1996

RETRATOS Y SONRISAS BIRMANAS

En el viaje por Myanmar vimos algunas mujeres que llevaban una crema amarillo pálido en las mejillas. Encontramos una chica joven con esa crema que formaba el dibujo de una hoja, pero otras se la aplicaban de un modo menos uniforme. Leímos que lo utilizaban tanto hombres, como mujeres y niños. La crema o polvo se obtenía moliendo la corteza del árbol thanaka, mezclado con agua. Era un cosmético que ofrecía protección para los rayos solares Una pasta refrescante y aromática con olor a sándalo, que se aplicaba realizando diseños en las mejillas, y también por todo el cuerpo. También lo vimos en Mozambique.


Nos llamó la atención la placidez de la siesta de un niño, en un banco de piedra con los caracteres circulares de la escritura birmana. Siempre nos quedará la curiosidad de lo que ponía en el banco.

En la ruta por las aldeas alredor de Kalaw, encontramos mujeres transportando sus cestas con las asas en la frente yendo al mercado, y a este niño que llevaba un sombrero especial hecho con hojas. Una muestra de la creatividad  y simpatía de los birmanos.


Esta chica de larguísimo pelo la encontramos en una peluquería birmana. Las peluquerías asiáticas y africanas son mi debilidad. Como siempre, las sonrisas de la gente que encontramos en Myanmar forman parte importante del viaje.


jueves, 26 de diciembre de 1996

LOS TEMPLOS DORADOS DE BAGAN


Un carromato de caballos nos llevó durante todo el día por los templos de Bagan. La otra opción era alquilar bicicletas y hacía mucho calor. La calesa nos protegió del fuerte sol. Parecía un carromato del oeste y traqueteaba un montón por los caminos de tierra rojiza.

Bagan era conocida como la ciudad de los mil templos. Fue capital de varios reinos de la antigua Birmania. En una gran explanada junto al río Ayeyarwady (antes llamado Irrawaddy) con más de 2000 templos y pagodas medievales, de los s.XI-XII. La Unesco los reconoció como Patrimonio de la Humanidad, aunque cuando fuimos todavía no lo eran. Una zona arqueológica fantástica.

















Primero fuimos a la Pagoda Shwezigon, la más reconocida y una de las más impresionantes. Era un conjunto de santuarios por los que perderse y pasear descalzos pisando las frescas losas. La stupa central tenía paneles con escenas de la vida de Buda, y en los laterales cuatro leones de oro custodiándola. 

Los templos más altos y prominentes de la explanada eran Thatbyinnyo Patho, con 61 m de altura y Hitlominlo Patho, con 46m de altura, y varias imágenes de Buda en su interior. Ananda Patho, era otro de los mejores y más conservado. Tenía dos pasillos cuadrados concéntricos con hornacinas, y en cada una de sus paredes cuatro Budas enormes. Sulami Patho tenía forma más piramidal, con frescos en su interior y a lo largo de todo el muro un Buda reclinado.




Subimos a varias terrazas de los templos para contemplar las vistas. Dhammayangyi Patho tenía varias terrazas superpuestas en forma piramidal, subimos a su terraza superior por unos estrechos pasadizos, con escalones verticales que casi no permitían apoyar la planta del pie ni de lado. Desde la terraza del Mingalazedi, cerca del río, vimos otra panorámica.

Y finalmente en el Shibinthalyaung, encontramos otro Buda reclinado de 18m de largo. Desde la cima contemplamos toda la explanada salpicada de templos. Todos eran parecidos y ninguno era igual. Algunos eran de piedra rojiza y otros de un blanco deteriorado por las lluvias y el paso del templo. Acabamos el día en este último templo contemplando la anaranjada puesta de sol.






 



domingo, 15 de diciembre de 1996

EL TEMPLO MINGÚN Y OTRAS PAGODAS
























Desde Mandalay cogimos un barco por el río Ayuyarwedi hasta Mingún. Era un trayecto corto, de 11km. En las orillas contemplamos los grupos de chozas aisladas, canoas y algunos pescadores echando las redes. Mingún era una de las ciudades antiguas conservadas en los alrededores de Mandalay, y fue la que más nos impresionó.

La Mingún Paya era el monumento budista (o zedi) más grande del mundo. Era imponente, de piedra rojiza. Miles de esclavos empezaron a construirlo en 1790 y debería haber tenido 150m, pero su construcción se interrumpió y quedó en los 50m de altura. Aún así resultaba majestuoso.. En la fachada principal, a un lado de la puerta de entrada, se abría una gran grieta, como una herida de las sagradas piedras. La grieta se abrió tras el terremoto de 1839. La puerta era enorme, daba acceso a una capilla que nos pareció pequeña en comparación con la mole de piedra. Un monje nos ofreció té y bananas, que tomamos sentados a los pies de un Buda. Luego subimos la escalinata hasta la cima de la stupa y contemplamos lo que quedaba del esplendor de la antigua ciudad bordeada por el río. 













Cerca estaba la gran campana de bronce, construida para el templo en 1808, de 90 toneladas de peso. Sólo había otra de tamaño parecido en el mundo, en Moscú. Estaba suspendida del techo y podías meterte en su hueco interior, grabado con inscripciones con caracteres birmanos. Con un tronco tañimos la campana, que resonó por todo el lugar.

La Pagoda Pondawpaya estaba junto al río, custodiada por dos grandes leones que miraban pasar las barcas. La Pagoda Hsibyume de 1816, con estructura circular era otra de las que recordaremos. Sus stupas blancas resplandecían al sol, entre las verdes palmeras. Tenía siete terrazas que representaban la siete montañas alrededor del Monte Maru, que era el origen del Cosmos, según la mitología budista. Después visitamos las tres ciudades sagradas más antiguas: Sagaing, Amarapura y Ava. En Sagaing la verde colina estaba totalmente salpicada de stupas. Las viejas piedras sagradas de Mingún y las otras ciudades nos hablaron de otros tiempos míticos de esplendor en Myanmar.