domingo, 8 de octubre de 2000

LA AVENIDA DE LOS BAOBABS


La Avenida de los Baobabs de Morondava justificaba por sí sola el viaje a Madagascar. Los baobabs aparecían a ambos lados de una pista de tierra roja. Eran árboles altos, con flores amarillas, y contenían agua en su interior. Cuando llegamos un rebaño de cebús pastaba en una campiña verde con flores lilas, junto a una charca. Un niño de unos diez años era el pastor, y dirigía a los cebús con una vara.


Había baobabs de todos los tamaños y grosores. Medimos con los brazos el diámetro de un baobab grande: seis personas con los brazos extendidos, unos dos metros. La figura de una persona se veía diminuta comparándola con los troncos. Las ramas cortas se retorcían en formas caprichosas contra el cielo azul. 


Los troncos de corteza grisácea pasaron a ser dorados en la puesta de sol. Vimos todos los cambios de tonalidad de la luz entre los árboles. El disco del sol cambió de amarillo a naranja y a rojo fuego hasta desaparecer. Regresamos en silencio, envueltos en una luz violeta oscuro, y llegamos a Morondava ya de noche.

sábado, 7 de octubre de 2000

LA COSTA DE IFATY


Desde Toliara fuimos a Ifaty por una pista arenosa. Nos alojamos en un bungalow del hotel Mora-Mora, frente al mar. Recorrimos la playa paseando en ambas direcciones y dándonos baños en el trayecto. Vimos pescadores arrastrando las redes a mano y recogiendo el pescado aleteante en un saco. Las mujeres y niños recogían conchitas para hacer collares y adornos. Otros se dedicaban a vaciar erizos de mar y guardar la carne anaranjada del erizo en un recipiente de plástico.

Muchos niños se bañaban en el mar jugando entre risas, mientras su piel brillaba como madera barnizada. El agua estaba verdeazulada y tranquila como una balsa. Era una laguna que formaba la barrera de coral y a lo lejos, en la línea del horizonte se veían romper las olas blancas contra el coral. 




Pasaban barcas de velas remendadas de color pergamino, y barcazas con la silueta del remero recortándose contra el mar. El pueblo de Ifaty estaba formado por unas cuantas chozas de caña, era donde se encontraban más barcos, la mayoría de madera envejecida, y otros pintados de color verde y azul.

Paseamos por el bosque de espinos y baobabs. El bosque era bastante seco y predominaban los cactus espinosos con formas retorcidas. Entre ellos había algunos baobabs solitarios. Vimos el baobab más grande de la zona. El perímetro de su tronco era el de cuatro personas con los brazos extendidos. En el tronco grisáceo había unas hendiduras que permitían ascender. Las ramas del baobab estaban retorcidas, como expresando su sufrimiento por la sequía del terreno. 





Otro día fuimos a hacer snorkel en una piragua con vela. El mar estaba tranquilo, nos acercamos a la línea donde rompían las olas y nos sumergimos. Entre los corales predominaba la que llamamos la rosa del desierto. Había peces listados, con rayas amarillas y negras, otros pequeños azul cielo y unos amarillos alargados llamados pez trompeta. Era divertido seguirlos entre el laberinto de corales hasta que nos despistaba y los perdíamos de vista.

Fueron días de baños, sol, paseos y descanso en hamacas o bajo la sombra de algún árbol. En los atardeceres contemplamos las puestas de sol, con el disco de sol naranja engullido por la línea azul del horizonte, mientras se deslizaba la silueta de alguna barca. Para rematar el día las cenas eran deliciosas, con mezcla de cocina malgache y francesa: sopas de pescado muy sabrosas, pan de ajo, pescado con patatas y pimientos rojos y crepes de azúcar. 



lunes, 2 de octubre de 2000

EL PARQUE NACIONAL ISALO

Desde Ranohira visitamos el Parque Nacional Isalo. Salimos del pueblo y nos dirigimos hacia la extensa pared de piedra que formaba el parque nacional. Decían que la piedra arenisca había sido esculpida por el agua y el viento con formas caprichosas y curiosas. La roca grisácea tenía vetas amarillas y anaranjadas, como de óxido. El paisaje era bastante seco y en algunos tramos casi desértico. En Madagascar la tala de árboles había sido devastadora. 

Los estrechos senderos serpenteaban por valles entre montañas rocosas, entre hierbas altas y campos de trigo. Tuvimos suerte y vimos dos lemures, animales característicos de Madagascar. Eran como monos pequeños, de pelo blanco, Uno de ellos llevaba a su cría en la espalda. Desaparecieron pronto. También vimos baobabs enanos, con el tronco redondeado y flores amarillas. El interior del baobab era un reservorio de agua.

Subimos por un barranco, saltando por las rocas junto a un río. A las dos horas de marcha llegamos a las cascadas Namaza. Nos sumergimos en sus aguas heladas con gran placer. La cascada no era muy alta, pero formaban un estanque de aguas verdes y tranquilas. 


Luego andamos más de una hora hasta llegar a la Piscina Natural Paraíso. Apareció de repente, en una hondonada de una zona especialmente seca, como un oasis. Era un estanque natural de aguas verdosas, rodeado de vegetación, palmeras y helechos. La roca descendía gradualmente hasta el agua. La cascada era más alta que la Namaza, y el agua caía con más fuerza. Nos pusimos debajo y nos masajeó la espalda y las lumbares, como si fuera un jacuzzi. En el remanso el agua estaba tan tranquila que solo nadamos a braza, deslizándonos suavemente. Después del baño nos cominos los bocadillos que llevábamos con apetito y nos tumbamos al sol. Nos despedimos con pena de aquel lugar, de gran belleza.




sábado, 30 de septiembre de 2000

ANTANANARIVO

Madagascar era la cuarta isla más grande del mundo, después de Australia, Islandia y Borneo. Estaba situada frente a las costas de Mozambique, en pleno Océano Índico. Viajamos en el año 2000  y comprobamos que era un país africano diferente y con muchos atractivos. Antananarivo, abreviada Tana, era la capital de Madagascar. La ciudad estaba construida sobre varias colinas alrededor del Lago Anosy.

El Lago Anosy estaba precioso, bordeado por jacarandos de flores lilas, algunos sauces llorones y otros altos árboles Se veía basura en las orillas, pero no las cantidades que vimos en los viajes posteriores que hicieron otros amigos. En el centro tenía una isla  con un Monumento a los combatientes de la I Guerra Mundial. Accedimos a la isla por un puente, y contemplamos la ciudad desde el centro del lago.



Desde el Parque de la Plaza de la Independencia había buenas vistas. Bajamos un montón de escaleras hasta llegar al Mercado Zoma. Antes era mucho más grande con cientos de puestes con parasoles. Pero por la inseguridad los habían reducido bajo la estructura del mercado, con tejadillos triangulares. Había mucha animación y se vendía de todo. La población local, los malgaches, nos sonreían y nos ofrecieron vainilla y especies, mango, fósiles, o piedras semipreciosas. En el Mercado de Anchove estaban las tiendas de artesanía.





En una colina estaba el antiguo Palacio de Rova, el Palacio de la reina. Fue quemado en 1995 en las protestas de las elecciones y solo se conservaba la estructura externa, un cuadrilátero con ventanas arqueadas y cuatro torres en los extremos.

Otro Palacio cercano fue la Residencia del Primer Ministro. Esta reconvertido en Museo y se exhibían colecciones de objetos que se salvaron del incendio y algunas fotografías antiguas. Estaba el Trono de la Reina, su palanquín, su corona y ornamentos, joyas, sables labrados, fotos de las reinas sucesivas, los embajadores en el extranjero y el Tratado de paz con los franceses después de la guerra. Fue una visita interesante.

Bajo el protectorado francés, entre 1882 y 1897, se abolieron la esclavitud, las castas y la monarquía. La última reina de Madagascar fue Ranavolona IIISe conservaban restos de la época colonial francesa, como el bonito edificio de la Estacion de Ferrocarril Soarano con un reloj central o la Catedral Católica de Andohalo, del s. XIX y dedicada a la Inmaculada Concepción. Era de arquitectura románica, con dos torres laterales.



(Foto cortesía de wikimedia)

sábado, 14 de noviembre de 1998

EL MISTERIO DE LALIBELA



Imaginaros una laberíntica ciudad subterránea excavada en el s. XII para ocultarse del enemigo, los invasores árabes. Unas iglesias monolíticas, talladas de una sola pieza de roca, de arriba hacia abajo (¡). Eso es Lalibela. Un conjunto de doce iglesias y capillas, sepulcros y lugares sagrados a ambos lados del río Jordán.


La más famosa es Bet Giorgis, la que sale en todas las fotos, y la que nos había atraído hacia Etiopía al verla en una revista de viajes. La Iglesia de San Jorge. Tenía forma de cruz y estaba tallada de una sola pieza de roca, con una gran zanja alrededor. La roca era rojiza, salpicada de toques amarillos de algas. Vista desde arriba tenía tres cruces, que representaban la Santísima Trinidad.


En el camino encontrábamos niños correteando, y mujeres a la puerta de sus viviendas, colocando el grano en esteras para aventarlo. Los hombres, reunidos en pequeños grupos, bebían cerveza local, con restos de cereal flotando en el líquido turbio. Nos sentamos con ellos y compartimos la bebida. Alguno nos confundió con italianos, que  habían estado en Etiopía de 1936 a 1941, durante la I Guerra Mundial. Luego reanudamos el recorrido por la zona.


En el interior de las iglesias se guarda el Tabot, la réplica intocable de las Tablas de la Ley que Moisés guardó en el Arca de la Alianza, y que por supuesto no se puede ver. Lo que sí puede verse y enseñan en cada iglesia son las cruces procesionales de oro, plata y latón. Los sacerdotes ortodoxos las enseñan con mimo, colocándolas sobre bastones de madera, envueltas en largas estolas, y se quedan inmóviles ante el visitante.


Las iglesias de Lalibela no tienen comparación en el mundo, eran diferentes a todo, y tenían una atmósfera especial. Y los sacerdotes que había en el interior de cada iglesia tenían un aspecto imponente, con sus ropajes, sus casquetes amarillos –el color de los monjes-, sus cruces procesionales...Sobre todo recordaré sus negras y largas barbas, rostros morenos y angulosos de pómulos marcados y ojos brillantes de fe desafiante. Lalibela era misteriosa y única. Como la inolvidable Etiopía.

© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego

miércoles, 4 de noviembre de 1998

LA ESCUELA ETÍOPE





Esta es una escuela que encontré viajando por Etiopía. Unas cuantas lonas azules extendidas bajo las ramas de un árbol. Un tablón de madera como pizarra. Un palo para señalar. Un maestro voluntarioso. Y los niños muy juntos, recitando la lección con una sonrisa.

Todos los viajes marcan. Dejan una huella indeleble, emocional y física, si abres tu espíritu y tu mirada a lo que ves. Y descubres tu privilegio, de utilizar los recursos, de tener tiempo libre, de poder elegir.

Todos tenemos límites en nuestra libertad. Occidente también los tiene. Pero todo es cuestión de geografía. Una vez leí que los derechos humanos eran cuestión de geografía. Y la educación es el pasaporte para cambiar de vida. Sí, todo es cuestión de geografía. 






© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego




domingo, 1 de noviembre de 1998

EL SASTRE ETÍOPE



El explorador inglés Richard Burton fue el primer occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar fue y es una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me correspondía otro siglo.

En el mercado había toda una calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores. Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en desuso y desapareció. Mi abuela también.

 Cerca estaban las planchadoras, con antiguas y pesadas planchas de hierro.



La ciudad era origen de la comunidad rastafari. Sus calles eran tortuosas y las casas eran de piedra desnuda o estaban pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas tenían patios interiores sombreados, que se entreveían por las puertas abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban.

El poeta francés Rimbaud vivió en esta ciudad varios años, antes de su muerte prematura. A lo mejor encontró poesía en esos patios o en el pedaleo incesante de los sastres.

Un paseo nocturno por las callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y misteriosa.



© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego





lunes, 30 de diciembre de 1996

RETRATOS Y SONRISAS BIRMANAS

En el viaje por Myanmar vimos algunas mujeres que llevaban una crema amarillo pálido en las mejillas. Encontramos una chica joven con esa crema que formaba el dibujo de una hoja, pero otras se la aplicaban de un modo menos uniforme. Leímos que lo utilizaban tanto hombres, como mujeres y niños. La crema o polvo se obtenía moliendo la corteza del árbol thanaka, mezclado con agua. Era un cosmético que ofrecía protección para los rayos solares Una pasta refrescante y aromática con olor a sándalo, que se aplicaba realizando diseños en las mejillas, y también por todo el cuerpo. También lo vimos en Mozambique.


Nos llamó la atención la placidez de la siesta de un niño, en un banco de piedra con los caracteres circulares de la escritura birmana. Siempre nos quedará la curiosidad de lo que ponía en el banco.

En la ruta por las aldeas alredor de Kalaw, encontramos mujeres transportando sus cestas con las asas en la frente yendo al mercado, y a este niño que llevaba un sombrero especial hecho con hojas. Una muestra de la creatividad  y simpatía de los birmanos.


Esta chica de larguísimo pelo la encontramos en una peluquería birmana. Las peluquerías asiáticas y africanas son mi debilidad. Como siempre, las sonrisas de la gente que encontramos en Myanmar forman parte importante del viaje.