En el viaje por Filipinas saltamos de isla en isla. Kalibo era la capital de la isla de Panay. En el aeropuerto nos ofrecieron comprar el combinado de bus y barco para ir a la pequeña isla de Boracay, nuestro destino. Embarcamos en Caticlán. El barco hacía tres paradas en tres tramos de la costa, que llamaban estaciones. Bajamos en la estación nº 2, cerca de Balabag. La marea estaba baja, no había muelle y para desembarcar nos metimos en el agua con las mochilas grandes. Nos alojamos en un bonito bungalow hecho de bambú y cañas trenzadas, con una hamaca en el porche.
La arena era fina y blanca. Lo primero que hicimos fue meternos en aquellas maravillosas aguas verde azuladas y transparentes. El mar estaba salpicado de barquitas y se formaban pequeñas olas con el viento. Desde el agua veíamos toda la parte frontal de la playa llena de palmeras, los resorts estaban detrás, ocultos a la vista. Así quedaban integrados en el paisaje y se protegían de los muchos tifones de la zona. Detrás de la hilera de palmeras había unos altos parapetos hechos de troncos y cañas, con un camino sombreado para pasear.
Aquella era la costa oeste, la que llamaban White Beach, que era mejor para nadar. En el extremo había unas rocas aisladas, donde los isleños habían hecho un santuario con una virgen. A los pies de la virgen nos bañamos, tomamos el sol y dormitamos a la sombra de un cocotero. Unas mujeres nos vendieron una jugosa piña que saboreamos allí mismo.
Otro día exploramos el interior de la isla y nos metimos por un sendero transversal. Comprobamos que la isla conservaba una exuberante vegetación. La isla tenía 7km de largo por 1km de ancho. La cruzamos y vimos la otra costa, con buen snorkel.
Al día siguiente fuimos con barca a bucear en la zona de playa de Ilig-Iligan. Comimos frente a Cocodrile Island: pescado lapu-lapu a la brasa, ensalada de arroz, pinchitos de carne, piña y bananas. Todo riquísimo porque el snorkel nos daba apetito. Seguimos por Laurel Island. Había peces en abundancia. Al regresar, el mar estaba bastante revuelto, con oleaje, y la barquita saltaba sobre las olas, como un caballo desbocado.
En la playa las mujeres ofrecían sus servicios como masajistas. A la sombra de una palmera, tumbada en un sarong filipino, me embadurnó con aceite de coco, y me masajeó todos los músculos y huesecillos de la cabeza a los pies. Pasamos cuatro días en Boracay y disfrutamos mucho de la isla, sus playas, del buceo, la gastronomía, su vegetación y naturaleza. Una delicia.